Una entrevista de Gabriel Rimachi Sialer.
Alexis Iparraguirre obtuvo en 2005 con su primer libro de cuentos «El inventario de las naves», el Premio Nacional de Narrativa de la PUCP (un premio que no tuvo más de dos ediciones, lamentablemente), pero le bastó para inscribirse en el panorama de la narrativa nacional como una de las voces más interesantes de los nacidos en la década del 70, y su participación como crítico en el debate literario durante los últimos años lo ha ido consolidando como una voz a la que hay que prestar mucha atención.
Licenciado en literatura hispánica por la PUCP y Máster de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York (NYU), Iparraguirre viene terminando el Doctorado de Literaturas Hispánicas en CUNY (Nueva York), y ha aprovechado el tiempo de la beca (como anota en los agradecimientos del libro) para poder terminar un nuevo libro de cuentos titulado «El fuego de las multitudes», una colección de tres relatos y una nouvelle donde lo fantástico y la ciencia ficción son los géneros dominantes de esta nueva propuesta literaria que, aunque se aleja del tratamiento que tuvo en los textos de «El inventario de las naves», mantiene esa oscuro gusto por resaltar el lado más sombrío de sus personajes.
Tu aparición en la escena literaria peruana estuvo acompañada del Premio Nacional de Narrativa de la PUCP hace once años con «El inventario de las naves». ¿Por qué esperaste tanto para un nuevo libro?
Muchos motivos. El primero es haberme dedicado a otras actividades pendientes: una tesis universitaria, la docencia que no te negaré que me encanta, las llamadas actividades alimenticias también. Pero el segundo tan importante como el primero era no repetirme. Por algún tiempo solo podía escribir el lado B de mi primer libro, por decirlo de algún modo. Otros cuentos muy parecidos pero que se notaban muy derivados de los primeros.
Sin embargo has sabido cultivar tu presencia en el circuito literario, has participado en numerosas antologías de narrativa…
En realidad no tanto como parece. Algún comentario temprano señaló que los cuentos eran ilegibles por complejos. Curiosamente, empezó a aparecer su público: lectores aficionados de fantasía por un lado y un grupo de lectores duros de literatura por el otro. Y el medio se fue poblando poco a poco. Al final salieron cinco ediciones del Inventario. Apareció uno de sus cuentos por cada versión de «Selección Peruana» y de «Disidentes», uno en la antología latinoamericana «El futuro no es nuestro» y luego en «El cuento peruano» de Ricardo González Vigil. Pero creo que igual no aparecieron en un número semejante de otras muchas antologías. Y si, reconozco que he hablado en público y en redes pero solo cuando he considerado que había que dar opinión, que el silencio era peor sobre todo en disputas culturales. En cualquier caso, creo que es una trayectoria esperable si te metes en literatura.
«El inventario…» se ha publicado en Perú y Estados Unidos. Muchos de tus lectores sabían que estabas preparando una novela cuyo nombre incluso se filtró en redes ¿por qué insistir con el cuento?
Lo he dicho en otra parte. Cierta conciencia de que necesito medirme con muchas voces para escribir una novela, imaginarlas y conocerlas desde adentro. No solo pensar una estrategia de escritura o un drama, sino personalidades múltiples. En una historia larga, donde habite gente real, me pareció que mi escritura debía dividirse antes que extenderse. Por eso me planteé trabajar monólogos en primera persona en un libro de cuentos, «El fuego de las multitudes». Era un desafío muy sutil, según lo veía. La primera persona facilita el diseño de la interioridad, del punto de vista sesgado, pero acumular un cuento al lado de otro permite constatar de inmediato en qué te repites porque el recurso más fácil es meterle a ese «yo» todas tus opiniones y entonces sería un libro con gente distinta que más o menos opinaba lo mismo. El trabajo en «El fuego…» fue hacer que eso no ocurriera. Diferenciarlos mucho. Que si el lector tiene que imaginarlos en una novela sabría que se pelearían, o algo peor. Creo que ese aprendizaje mío está en el libro.
Conociendo el mercado editorial, el hecho de que Planeta te reciba con un libro de cuentos -cuando exigen siempre novelas, tendencia del mercado- es interesante ¿cómo se dio tu acercamiento con este nuevo libro a Planeta?
En ese punto, el lanzamiento de mi libro por Planeta es una apuesta de Jerónimo Pimentel. Nos reunimos por una invitación suya y me manifestó su interés en lo que yo escribía. El trabajo de Jerónimo en Planeta insistió en la incorporación de autores peruanos contemporáneos en los catálogos de la editorial. Lo hizo con mucha audacia y sin prejuicios. De hecho, el acuerdo se dio en términos que me permitían la mayor independencia y recibir el mayor apoyo de Planeta. Ahora que no está en la editorial, esos términos se siguen cumpliendo rigurosamente con María Fernanda Castillo. Estoy muy satisfecho del trabajo con ellos.
Hablemos un poco de los cuentos, del tono fantástico como un hecho que se puede presentar no sólo como algo «insólito», sino que viene también disfrazado de locura.
Las categorías de la clasificación tradicional de lo fantástico me parecen siempre problemáticas. Me gusta pensar en los imposibles de lo que escribo como caóticos o en movimiento. El tema de la locura ya estaba en «El inventario…», pero en «El fuego…» tiene, me parece, un rol distinto. La locura era una señal del fin del mundo en «El inventario…». Aquí es una puerta hacia una suerte de trascendencia, no creo que espiritual pero si inesperada en tamaño y consecuencias. Además tiene algo de elemento catalizador. En el primer cuento, «Albedo» sobre todo, tiene un fuerte vínculo con la contemplación de la belleza y cierta forma de apropiación erótica inconmensurable. Es un vínculo entre las personas y no una ruptura. Hay algo de clave para iniciados en la locura. No creo que sea algo neo romántico puesto que no hay pretensión espiritual o unitaria. Hay una figuración más materialista, neo vanguardista, pero no creo que romántica. De eso seguro.
Los cuestionamientos que se hacen los personajes en los tres cuentos (y una nouvelle) que componen el libro, lo hacen desde la reflexión sobre una sociedad que los ha ido arrinconando en sus temores ¿por qué abrazar lo «fantástico» y no la tradición «realista» para cuestionar esos tópicos?
Creo que por la productividad de lo fantástico. Me genera una posición estética sólida frente a los facilismos del realismo. Creo que el realismo está muy normalizado en la sociedad, que brindar literatura en sus constantes, según yo lo veo, tiene una serie de tics, de procedimientos, de voces muy manidas. Desde luego hay realizaciones más audaces, pero creo que no tiene que ver con el realismo sino con la exploración de los autores. Pero el realismo como matriz de la imaginación, no como manifestación singular, ha sido domesticado; lo han despojado de su potencia para agujerear lo real. Y pienso que la literatura tiene que petardear lo real en muchos puntos, no confirmar dócilmente nuestra armonía con ella. Es un ideal notable la armonía, pero que sea con algo que valga la pena; muchas veces el realismo solo expresa su conformidad con una forma de dominio o explotación que por sus mismos parámetros no puede imaginar muy bien.
La escena literaria local, dividida en guettos de género literario, se ha visto consolidada con la publicación de títulos de ciencia ficción, fantasía, fantástico, realismo,etc, pero dentro de cada uno de ellos existen también sus inquinas y sus gurús por el manejo del tema ¿cuál es el estado de lo fantástico en el Perú?
No me siento con autoridad para hablar de ello. Creo que la escena local del fantástico prefiere reivindicar antecedentes literarios y no explorar lo multimediático, donde creo que su presente tiene más raíces. Por poner un ejemplo, la fantasía cinematográfica norteamericana de los ochentas me parece una marca más sustancial en la literatura fantástica peruana de hoy, que Clemente Palma, un autor conservador de principios del siglo XX que ahora se estudia bastante. Y eso me parece perfecto. Y por eso solamente me entiendo como compañero de ruta de los queridos colegas peruanos, pero ni remotamente miembro de esa rica escena. Por otra parte, no me siento a gusto con una vertiente nacionalista en la literatura fantástica. No puedo imaginar un género más internacionalista y cosmopolita que el abanico de textos denominados fantásticos. Temo que es un género más mariateguista que el realismo como para querer nacionalizarlo. Con quienes tengo mucha sintonía y amistad es con un grupo de amigos escritores muy puntuales. Tenemos un nombre de batalla: los fantastólogos. Pensamos publicar algo bajo ese nombre en el futuro.
¿Se puede cuestionar el concepto de «memoria» desde lo fantástico? El año pasado hubo una polémica sobre la memoria que nació de Francisco Ángeles y Juan Manuel Robles en un evento en la Casa de la Literatura Peruana.
El hacer memoria, el reescribir la historia desde la memoria de la violencia sufrida es un movimiento central dentro de las lógicas de reparación del daño de procesos sociales catastróficos como las guerras internas, las dictaduras. No solo por la satisfacciones morales sino porque encara la imagen satisfactoria y triunfal que una nación suele tener sobre sí misma. La literatura es parte de esa vida en comunidad y no veo cómo se pueda librar de esa fábrica social del duelo. Mientras no se dé satisfacción a víctimas y deudos, la pulsión de la escritura de la memoria sigue. Otra cosa es si se puede pensar la política nacional en términos de memoria eternamente. Ese es un impasse que la crítica cultural argentina o chilena está enfrentando y están planteando salidas para eso en términos de sus propios problemas locales.
OK; pero estamos hablando de cómo abordar un tema como la memoria, con toda la violencia que se ha vivido en el Perú, desde lo fantástico…
En realidad existen exploraciones de todo género sobre ello, en la literatura argentina por ejemplo. Ahora, entiendo que en «Punto ciego» (último cuento del libro) puede haber cierta lectura que privilegie el tema de la memoria. Pero no creo ni remotamente haber entrado al tema. «Punto ciego» es la historia de dos antropólogos que trabajaron en Comisiones de la Verdad, de las que adquieren solvencia como investigadores y como políticos, una experiencia que los lanza a un desafío mayor en esa distopía: enfrentar por circunstancias inesperadas a la Corporación del Clima, un conglomerado que ha transformado el clima planetario en función de controlar el calentamiento global. Me interesó más la ironía antes que el tema de la memoria: es escribir el relato de la memoria lo que, paradójicamente, le da a mis protagonistas la oportunidad de tener un sitio en el futuro.
«Punto ciego» puede funcionar bien como una nouvelle ya fuera del libro…
Me han propuesto publicarlo aparte como una nouvelle, y temo que eventualmente sucederá, pero el proyecto no era ese y creo que las resonancias entre los cuentos largos y el más largo están tendidas para que, si bien sean independientes, el lector llegue a una convicción mayor de que hay una suerte de efecto mariposa. Si «Punto ciego» tiene una continuación será en «La vida en Marte», la novela. Dalo por descontado. O la vida en Júpiter, como me dice un amigo, para estar acorde con los tiempos.
Los tiempos modernos inciden también en que hay que opinar de todo, por todo, y en todo momento en redes, la cosa es hablar, y los escritores no se quedan en absoluto rezagados…
¿Y por qué no? También tiene que ver con la lógica de la producción contemporánea. Cada vez menos artesanos y más emprendedores. Quizás habría que inventar o hacer una ley contra la competencia desleal, sobre tráfico de influencias o lobby. Fuera de eso el desafío no es volver al pasado, sino vivir el presente con la mayor equidad. Y ello desde el convencimiento de que el uso de redes tiene un papel cada vez más central en la figuración pública del escritor y su carácter de firma que genera consumo.
¿No crees que la presencia del escritor como intelectual -como era en otros tiempos ya lejanos y bien Boom- se ha tergiversado por completo al punto de normalizar el autobombo o exponer cuestiones mucho más domésticas buscando likes?
Sí, pero no es gratuito. Educación escolar mala conduce a universidades malas. En general instrucción deficiente conduce a que no se tenga nada que decir o se repita lo mismo. Es increíble que la intervención pública más interesante sobre la lógica de la práctica novelesca sea una de hace más de cincuenta años que se llama «La Literatura es fuego». Esta carencia hace que el mundo intelectual en el espacio público sea muy raquítico. Y los especialistas, que rara vez se atreven a penetrar en el espacio publico, sienten que ahí no hay nada que decir. En parte, yo creo, por responsabilidad de los especialistas que se aíslan. Existe tal desconocimiento de que es un espacio público activado intelectualmente, que un escritor que es contemporáneo mío llegó a decir que esta era la mejor generación de escritores peruanos en mucho tiempo. ¿Cómo podía ser eso posible cuando las causas intelectuales son las menos, por no decir inexistentes, en la discusión literaria pública? No extraña que para encontrar espacios de diálogo sea más útil el marketing o la opinología puramente emotiva. Si ello se plantea corregir hay que realizar trabajo de fondo y ahí el papel del Estado es crucial.
Finalmente, Alexis, tus lectores no tendrán que esperar 11 años más para tu siguiente libro ¿verdad? Se nota un buen entusiasmo en ti con esta nueva salida al público.
La alegría de publicar es única, desde luego, pero no necesariamente porque se difunda el libro, lo que cuenta, pero también porque al fin se va y puedes empezar a trabajar sin tenerlo de pendiente. Respecto de los ritmos de escrituras, son impredecibles. Hay por delante un doctorado que debo terminar. Pero, a diferencia de la primera vez, cuando sentía mucha incertidumbre sobre el futuro de mi trabajo, en cuanto propuesta estética, ahora me siento dotado de una dirección en la que puedo explorar.