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Entre el soplo y el algoritmo: poesía e inteligencia artificial

La inteligencia artificial lo ha invadido todo ¿Será posible que invada también la creación poética? Karina Miñano explora ese gran universo digital.

Publicado

25 Jun, 2025

Escribe Karina Miñano

A veces la curiosidad puede más que la determinación. Me crucé con un artículo sobre el trabajo de Sasha Stiles, de quien sabía muy poco. Supe que Stiles es una poeta reconocida por su trabajo en la intersección entre poesía y tecnología, especialmente en el ámbito de la inteligencia artificial y los avatares poéticos. Desde entonces, la idea de explorar los posibles beneficios de la IA en mi trabajo literario se alojó en mi cabeza. Y sin embargo, había algo en la idea de usar inteligencia artificial para escribir poemas que me resultaba ajeno, incluso antipoético. Sentía que introducir una máquina en ese espacio de fragilidad y revelación era una especie de profanación. El poema, pensaba, nace del temblor, de la espera, de lo no dicho. ¿Cómo podría una IA, sin cuerpo, sin historia, sin silencio, habitar ese lugar?

Así que decidí probar. Un poco por curiosidad técnica y otro poco porque quería saber si esa «inteligencia» artificial podría romper algo en mí, incomodarme lo suficiente como para llevarme a escribir distinto. Debo confesar que no tenía muchas expectativas.

Cuando escribo, lo hago desde lo que duele, desde lo que cambia y se transforma sin permiso. Siempre he pensado que el poema nace cuando el lenguaje ya no basta. Decidí entonces enfrentarme a un texto generado por inteligencia artificial. Me sorprendí. Había ritmo, había cierta belleza, pero algo faltaba: el temblor, la herida, la experiencia encarnada.

Busqué en Google IAs que escribieran poemas y abrí AI Poem Generator, una herramienta digital que utiliza algoritmos avanzados de inteligencia artificial y aprendizaje automático para crear poemas de forma automática. Estos sistemas analizan grandes volúmenes de datos poéticos, aprenden patrones de lenguaje, estructuras, rimas y estilos, y luego generan nuevos poemas únicos a partir de indicaciones o temas proporcionados por el usuario. Me llamó mucho la atención la palabra «únicos». Así que decidí probarlo.

Antes, estuve revisando otras alternativas y confirmé que la inteligencia artificial generativa ya entró en el terreno de la poesía. Herramientas como «Verse by Verse» (Google), «Sudowrite», «Poem Portraits» (Google Arts) o «Phraselette» permiten recibir sugerencias, imitar estilos clásicos o componer versos junto a una red neuronal. Además de Sasha Stiles, otros poetas han abrazado esta posibilidad como forma de exploración estética. Stiles incluso ha creado un avatar poético entrenado con su obra, un alter ego artificial con el que dialoga y escribe. También destacan autores como David Jhave Johnston, quien emplea algoritmos de aprendizaje automático para generar y manipular textos poéticos en tiempo real, y Allison Parrish, poeta y programadora que trabaja con modelos de lenguaje para crear poesía generativa. En América Latina, Carolina Gaínza investiga y experimenta con algoritmos y prompts que desafían los límites tradicionales del lenguaje y la escritura.

Más allá de los debates técnicos, lo cierto es que la pregunta ya no es si la IA puede escribir poemas, sino qué tipo de poética se revela cuando lo hace. La escritura, cuando es verdadera, es un tejido que involucra memoria, cuerpo, silencio, ritmo, intuición. ¿Puede una máquina habitar ese espacio?

Copié en una de estas herramientas una imagen que suelo usar al escribir: «una mujer camina descalza sobre hojas secas». La IA generó un poema con métrica regular, bastante armonioso, incluso con una pizca de nostalgia. Pero al leerlo, sentí que le faltaba algo esencial: no había peso en los pies, ni crujido en la hoja, ni piel que sintiera el frío. Lo comparé con uno de mis poemas sobre la misma escena y descubrí que, más que la imagen, lo que me pertenecía era la respiración entre las palabras.

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La inteligencia artificial también puede generar poesía, pero ¿de qué calidad?
 IA poem generator promt: Genera un poema de dos estrofas de 4 versos cada una sobre esta imagen: «una mujer camina descalza sobre hojas secas ». Utiliza métrica regular. El poema debe ser armonioso y un poco nostálgico.  

Sobre hojas secas, un pie ligero,
la mujer camina, sin un calzado,
un susurro suave, un eco ligero,
la nostalgia florece, y el pasado es hallado.  

Con cada paso, un recuerdo vuela,
en el aire, el viento acaricia,
y el sol se oculta, la tarde se cuela,
en el alma, un suspiro, un susurro, inicia.
Poema «Sobre el otoño», Karina Miñano  
Lo que se escucha por detrás
son crujidos de palabras
atrapadas en la garganta.
De las cartas que no partieron de
los recuerdos que la enmudecen.

El mundo olvida su rostro
sus pies arrastran la ternura
con la que acaricia su vacío.
En su pasado fue leña humeante.
Hoy es un roble deshojándose por dentro.  

El poema generado por inteligencia artificial presenta una estructura clásica y un tono lírico. Evoca imágenes sencillas pero efectivas para transmitir nostalgia y memoria. Utiliza metáforas simples («la nostalgia florece», «el pasado es hallado») y repeticiones («un susurro suave, un eco ligero») que refuerzan la atmósfera melancólica. Sin embargo, aunque armónico y evocador, el poema recurre a lugares comunes y combinaciones ya exploradas en la tradición lírica.

Debo decir que no tengo experiencia en redactar prompts poéticos.

IA poem generator promt: Genera un poema de dos estrofas de 4 versos cada una sobre esta imagen: «una mujer camina descalza sobre hojas secas ». Utiliza métrica regular. El poema debe ser armonioso y un poco nostálgico. El poema no debe utilizar clichés o frases hechas:
Sobre hojas secas, un andar ligero,
pies descalzos que el otoño acarician,
un susurro suave, un eco lejano,
y en el alma, recuerdos que se avivan.  

Rostros de ayer, en el viento susurran,
un brillo perdido, un sol que se esconde,
la luz se desvanece, y el día se marcha,
y en el alma, un vacío, que lentamente responde.  

Al afinar el prompt, solicitando evitar clichés, el resultado mejoró. El tono lírico y nostálgico se mantuvo, pero la ausencia de frases hechas permitió una emoción más auténtica y una selección de imágenes menos trilladas. Aun así, sentí que el texto seguía sin rozar la herida.

En cambio, mi poema (Disclaimer: es muy difícil tomar distancia para analizar mi propio poema; creo haberlo logrado en aras de este artículo). El poema Sobre el otoño, parte de la misma imagen y explora la soledad, el olvido, el desamor y la memoria desde un tono intimista. Las metáforas utilizadas, como «leña humeante» o «roble deshojándose por dentro», transmiten con mayor intensidad el desgaste emocional. Tal vez no sea un poema perfecto, pero nace de una voz encarnada y ofrece un paisaje interior más complejo.

Mi intención con esta comparación, y el lector podrá o no estar de acuerdo, es reconocer que la IA es capaz de generar un poema que conecte con el individuo si se le dan las instrucciones precisas. Y, aun así, en mi opinión, es en el cierre del poema, en esos últimos versos donde se condensa el temblor, donde la IA carece de poder. Al menos por ahora.

Y todo esto me lleva a la pregunta: ¿puede haber intuición sin cuerpo? ¿Puede una IA percibir la sequedad de una palabra, el temblor de una imagen que nos toca una herida? Quizás no. Pero puede devolvernos preguntas. Puede ser una especie de espejo, uno que no refleja nuestro rostro, sino el contorno de nuestras preguntas. Hay algo profundamente poético en ese roce. En ese intento de la máquina por simular lo que sentimos. Como si el poema se reescribiera también desde el extrañamiento, desde la duda de si sigue siendo nuestro o ya pertenece a otro tipo de inteligencia.

Pienso ahora que trabajar con una IA se parece a poner un poema en remojo: algo se decanta, algo flota, algo se revela que uno no habría escrito solo. No me interesa que la máquina escriba por mí, pero sí que me devuelva fragmentos que tal vez no habría imaginado. Puede sugerir ritmos, romper lógicas, proponer combinaciones imposibles. Incluso ayudarme a contar sílabas, revisar puntuación y explorar registros distintos.

Pero tengo que poner límites. Si voy a crear un poema con la IA, jamás permitiría que cierre un poema por mí. Quiero que la última palabra, esa que tiembla, siga siendo humana. Quiero que la decisión final siga naciendo de la carne, no del código. Sospecho, incluso, que esa resistencia también es una forma de poética. No se trata solo de crear con la máquina, sino de decirle hasta dónde. De conservar ese margen de misterio que nos diferencia, no por superioridad, sino por encarnación. La poesía, al fin y al cabo, siempre ha sido un riesgo. La IA no reemplaza la herida, pero puede afilar la intuición. No tiene cuerpo, pero puede devolvernos preguntas sobre el nuestro. No tiene historia, pero puede hacernos pensar en cómo narramos la nuestra.

Lo importante no será si ella puede escribir poemas, sino si nosotros aún podemos conmovernos. Y si lo logramos, ¿será el poema menos humano?

La sensibilidad poética no se programa. Puede modelarse, imitarse, incluso generarse con notable precisión. Pero no nace de la lógica. Nace de la vida. Y mientras exista un cuerpo que tiemble, un silencio que duela, una palabra que no pueda decirse del todo, seguirá habiendo poetas. Y la máquina, por más que escriba, no podrá reemplazarnos.

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Karina Miñano
Karina Miñano (Países Bajos) es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad San Martín de Porres, Perú. Ha cursado estudios de posgrado en Escritura Creativa en la Universidad Internacional de Valencia y la Universidad de Alcalá de Henares. Ha publicado la novela Remolino de sueños (2021), así como relatos y poesía en antologías como La Ninfa Eco: Writers from Across the World, Letras rotas, Dolores del alma, y Licencia para mentir, prologado por el poeta Benjamín Prado. Conduce el programa de poesía Por debajo de la pluma para la plataforma cultural Cuéntame un libro en las redes sociales.
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