Círculo de Lectores
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Altas suciedades de Calamaro

“Alta Suciedad” de Andrés Calamaro fue celebrado en 1997, pero su relectura revela un disco irregular. Entre algunos logros, destacan deslices como “Loco” o “Me arde”, que evidencian una vena kitsch y un ego desmedido. La mirada actual sobre su obra queda teñida por sus posturas ideológicas posteriores.

Publicado

2 May, 2025

A pesar de que en 1997 pocas cosas podían achacársele seriamente a Andrés Calamaro, su pinta y su hablar cansino siempre me produjeron alguna desconfianza. Pienso que la caricatura que de él hizo Peter Capusotto en su genial creación, Pomelo, da en el clavo y aún se queda corto si pensamos en todos los deslices en los que Calamaro caería y se regodearía en entrando el nuevo milenio. Pero en 1997, gozaba de una justa fama y de merecidos honores por las composiciones míticas con Miguel Abuelo y por un puñado de canciones con Los Rodríguez que sería banda sonora inolvidable de miles de adolescentes noventeros.

Calamaro y su alta suciedad

Así que cuando apareció “Alta Suciedad”, la crítica fue benigna y el público fue agradecido. Y, sin mezquindades, AS tiene algunas amenas canciones que plantean una escucha fluida y llevadera. La primera pieza, homónima, arranca con fuerza, con un pesado riff que pretende dejar en claro que la esencia del álbum será muy roquera. Sin embargo, ya desde entonces (¿habrá empezado con “No se puede vivir del amor”?), Calamaro exhibía un tonito contestatario y outsider bastante plástico, ansiosamente kitsch. “Señor banquero, devuélvame el dinero/ por ahora es lo único que quiero” nos dice con un fingido cinismo juvenil. Los dos siguientes tracks, “Todo lo demás” y “Donde manda marinero” no están nada mal, bajando un poco las revoluciones, Calamaro reflexiona y recuerda el lirismo nostálgico de los Rodríguez para aplicarlo aquí con leves variaciones.

Alta suciedad
Alta suciedad es el nombre del quinto álbum de estudio grabado por el músico argentino Andrés Calamaro. Publicado el 9 de setiembre de 1997.

Pero luego viene “Loco” y entonces sí que uno quiere quitar el álbum de la bandeja y tirarlo por la ventana. ¿Puede haber en el mundo del rock algo más falso y estúpido que ese tema? La rima que se le ocurre a Calamaro entre “solito” y “porrito”, como diría Berto Romero, con su usual ironía, “no es asonante ni consonante, sino… ¡acojonante!” Pero, Calamaro, inmune a los más elementales pudores artísticos, se calza las gafas oscuras, carraspea para alcanzar el tono de Bob Dylan y se lanza con su imposible monserga. El coro de ”Loco” descansa sobre una progresión armónica tan simplona y predecible que bordea la parodia involuntaria. Esa alternancia mayor-menor, sin vuelo ni tensión, parece más un boceto caprichoso que una canción terminada. Musicalmente, no hay complejidad, ni en la armonía ni en la melodía: es un estribillo de jardín de infantes con pose de himno maldito.

Las dos siguientes pistas, “Flaca” y “¿Quién asó la manteca?” están bien. Aunque su rotación en la radiofórmula fue excesiva, “Flaca” tiene nervio y sustancia, sobre todo ese pasaje final entre el acorde menor y la resolución más clásica en Mi mayor, que sugiere un ciclo sin fin. Sobre “Media verónica” bástenos decir que es una loa a la tauromaquia y eso es suficiente para taparnos los oídos y la nariz.

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“El tercio de los sueños” insiste con ese mismo tema, aunque con una armonía más sutil y evocadora, igual que “Comida china”. “Elvis está vivo” es otra patinada brutal, menos catastrófica que “Loco”, es verdad, pero igual derrapa. Después viene otro de los peores momentos del álbum y del rock argentino en general, “Me arde”. Una composición infantil, falsa, ofensiva para el buen gusto. Calamaro, amparado por su aura de genio prolífico y desbordado, lanza ideas a medio hacer con la excusa del “brutal honesty”. Su ego inflado le justifica estas necedades y las hace pasar como “agudas invectivas contra los parámetros formales de la composición”. Lo que sigue del álbum, salvo “Crímenes perfectos”, es medianía y melodías para el olvido.

Mi punto de vista, en resumen, es que “Alta Suciedad” tiene algunos momentos destacados, pero los que no lo son llegan a ser bochornosos. Hitos en la historia infame del rock en castellano. Uno podría pensar que ese regodeo en la banalidad que Calamaro exhibió sin empacho, podría entenderse como una suerte de propuesta performática que tiene algún trasfondo y algún sendero. Pero no. Con el nuevo milenio, el perfil fascistoide de Calamaro se fue delineando más claro. Su apoyo a Vox se veía venir. Quiso limpiarse mediante mensajes en las redes sociales, asumiendo la perspectiva de un “apolítico”, pero luego apoyó a Milei y entonces ya no dejó ninguna duda. Calamaro, el negacionista del cambio climático y del coronavirus, el primer feminista del siglo XX “por la cantidad de mujeres que compartieron cama con él”, el amante de las corridas de toros, vive sumido en la nadería de su propia banalidad. Las canciones que escribió en los noventa, vistas ahora bajo la luz de las ideologías que predica, producen estupor y vergüenza.

Manuel Rosas
Manuel Rosas Quispe (Lima, 1975).Estudio letras y humanidades en la UNMSM. Integró algunos grupos poéticos y colectivos en los años 90. Actualmente se dedica a la docencia y a vivir con su esposa, su hija y sus cuatro gatos.

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