Escribe Jhan Rojas
El «Atahualping Challenge» o «Reto de Atahualpa» en su traducción al español, ya es viral en redes sociales y es todo un tema de controversia por razones obvias: el reto consiste en arrojar un símbolo universal del cristianismo, la Biblia.
El colectivo «Juan Velasco» ha sido el que impulsó el reto, recordando uno de los primeros contactos coloniales entre Atahualpa y los españoles, suceso donde el inca arrojó la Biblia en un supuesto rechazo de la imposición de la cultura occidental-católica. Sin embargo, hay que revisar esta actualización del supuesto rechazo. Interesa en este breve escrito, sino redireccionar el acto político —porque lo consideramos tal—, al menos dilucidar algunos aspectos de esta “intervención”.
Comencemos con algunas recepciones:
Perú Laico ha manifestado que el Reto de Atahualpa supone una conmemoración de nuestras “verdaderas raíces” que desafía a la cultura española. Asimismo, reconoce que, si no se hubiera introducido esta religión, “seguiríamos adorando a nuestros inexistentes dioses” (revisar su fanpage).
Pensemos en esa lógica: Perú Laico relativiza a las prácticas religiosas incaicas y amerindias como falsas (manifestaciones de una inexistencia), pero reconoce que el politeísmo es incluso más interesante que el monoteísmo occidental. En ese sentido, considera al acto de Atahualpa como un primer rechazo de la imposición cristiana en América. No obstante, solo menciona que los dioses amerindios son “inexistentes” y hace más ligero su discurso al mencionar que son nuestras “verdaderas raíces”. Según este pensamiento, estas “raíces” se insertan en un pensamiento primitivo previo al estadio moderno guiado por la razón. Pero no importan estas inexistencias: fue un primer intento de rechazo al catolicismo.
Quiero incidir en que esa biblia arrojada no fue netamente un problema religioso o mítico. Resulta difícil comprender que el acto de comunicación entre incas y españoles haya sido tan viable de adaptarse el uno al otro. En ese sentido, ¿Atahualpa sabía que ese libro —tecnología absorbida por Occidente— era un instrumento religioso y que el cura Valverde, quien le alcanzó la Biblia, tenía un rol espiritual? Resulta problemático, por lo menos. La revisión de las fuentes, relaciones y crónicas encuentra sentido vital en este punto.
Cronistas como Cristóbal de Mena, Hernando Pizarro y Ruiz de Arce mencionaron al cura Valverde como autor del requerimiento. Este requerimiento fue un corpus español que se originó con las Leyes de Burgos y fue usado durante el encubrimiento de América. El texto debía ser leído en voz alta por los conquistadores a grupos y autoridades amerindios como procedimiento formal para exigirles su sometimiento a los reyes españoles y a sus enviados (los conquistadores). Este procedimiento apelaba al providencialismo, además que de acuerdo a las creencias católicas el requerimiento se había oficializado con la entrega de las tierras americanas a la monarquía española por parte del Papado.
Es en la narración del Inca Garcilaso de la Vega donde encontramos elementos que ayudan a pensar más al arrojamiento de la biblia como un conflicto de saberes y de comunicación que como un problema netamente religioso. Garcilaso incluyó en la escena del requerimiento a otro personaje: Felipillo. Atahualpa consideraba curioso lo que el fraile decía, pero no pudo entenderlo debido a la mala interpretación del indio Felipillo:
“Tal y tan aventajado fue el primer interprete que tuvo el Perú, y, llegando a su interpretación, es de saber que la hizo mala y de contrario sentido, no porque lo quisiese hacer maliciosamente, sino porque no entendía lo que interpretaba y que lo decía como un papagayo; y por decir Dios trino y uno, dijo Dios tres y uno son cuatro, sumando los números por darse a entender” (Garcilaso de la Vega. Historia General del Perú. 1617. Capitulo XXIII).
En tal sentido, Atahualpa se encontró con un artefacto ajeno a su orden sociocultural y mítico y lo entendió desde su animismo: un sujeto. Este sujeto, con agencia, sin embargo, nunca le habló. De allí que lo arroje, menospreciando incluso el hecho de que un instrumento religioso no tenga la capacidad de hablarle a sus receptores en forma directa. La afrenta solo fue unidireccional: los españoles consideraron al acto de pagano y al grito de “¡Santiago!” empezaron la aniquilación. Por ello, más que religioso, el problema fue de comunicación y de un conflicto de saberes.
Llegados a este punto, planteemos nuestra propuesta: direccionemos el “Reto de Atahualpa” como una conmemoración de un conflicto de saberes, epistemes y ontologías (con lo problemático que pueden resultar esos términos).
Es más interesante y heterogéneo abordar el arrojamiento de la Biblia desde el conflicto cultural; el encuentro entre oralidad y escritura se superpone a un posible encuentro religioso: ¿por qué Atahualpa se llevó al oído la Biblia?
El proyecto de la modernidad realiza una escisión entre sujeto y objeto, hombre y naturaleza, etc. Así, si Descartes descubre el “cogito ergo sum”, los españoles “descubren América”, instaurando todo un proyecto colonialista y moderno.
Atahualpa no considera a la Biblia como un objeto; las culturas amerindias en su mayoría no tenían la escisión entre sujeto y objeto, la concepción animista del mundo puede ayudarnos en este sentido: no se trata de “darle vida” a todo elemento de la naturaleza o artefacto cultural, significa entablar una relación humana, casi en términos de igualdad, con elementos constitutivamente “no humanos”.
En ese sentido, hay un problema de saberes y ontologías en el contacto entre Valverde y Atahualpa. Si bien el primero le ofreció un requerimiento, Atahualpa —mediante Felipillo— esperaba que el libro hablara, la importancia de la oralidad se vio refractada.
Pensemos entonces en esa Biblia arrojada como el conflicto colonial de saberes. La instauración del saber moderno y occidental (que incluía, como sabemos, a la religión católica) basada en la preponderancia de la escritura entró en conflicto con una cultura más oral, más corpórea con un orden del mundo distinto al europeo.
De qué nos va a servir arrojar una Biblia si solo lograremos una tendencia, hashtags y una conmemoración confusa. Se puede ser más radical y anticlerical —quien escribe brega por un Estado Laico también— entendiendo las variables del arrojamiento de la Biblia pensando no solo en clave religiosa, sino en clave cultural. Porque también tenemos que arrojar todos esos intentos modernos que niegan las potencias del Abya-Yala o de lo que en Europa inventaron como América. Tenemos que arrojar también al mito de la Ilustración que tantas veces negó nuestra capacidad de agencia. Seamos subversivos asumiendo las responsabilidades y defendiendo nuestras posiciones. Pero hagámoslo con bases sólidas. Así, podemos lanzar la Biblia orientando nuestro discurso no solo hacia la imposición de una religión, la católica, sino también a la imposición de un saber, el occidental, una forma de vida, la moderna, y un hecho histórico, la conquista.
Para decolonizar el poder (o los poderes) hay que también decolonizar el saber. Y para hacer esto hay que dar cuenta de las potencias. Decolonicemos también, pues, nuestras formas de realizar subversión. Comenzando por el nombre: el Reto de Atahualpa. Los Pizarro y los Valverde están atentos a nuestras acciones. ¿Iremos a encontrarnos con los encubridores con caravanas y tropas de entretenimiento tal como lo hizo Atahualpa o rescataremos el ímpetu de Manco Inca y las estrategias discursivas de Guaman Poma de Ayala? Al cierre de este escrito, me dirijo a lanzar una Biblia. Eso sí: siendo consciente de que es un acto simbólico de un saber, una religión y una forma de vida impuestas en nuestras culturas.