Escribe Dagoberto Fonseca
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Benjamin Black es el seudónimo de John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), quien en 2005 obtuvo el Premio Booker con El mar y en 2014 ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, imponiéndose a Haruki Murakami e Ian Mc Ewan. El jurado lo eligió por su «inteligente, honda y original creación novelesca». Según el acta, «en su prosa la belleza va de la mano de la ironía», al tiempo que «muestra un profundo análisis de complejos seres humanos que nos atrapan en su descenso a la oscuridad de la vileza o en su fraternidad existencial».Su «maestría en el desarrollo de la trama» y el dominio de los registros y matices expresivos, sumados a su reflexión sobre «los secretos del corazón humano», han sido determinantes en su elección.
Los hijos de Raymond Chandler buscaron a Banville, eterno candidato al Nobel, y le pidieron que escribiera una novela en la que resucitara al detective Philip Marlowe, a quien hiciera célebre su padre con El largo adiós (1953), considerada la mejor novela negra de todos los tiempos, y otras como El sueño eterno. La valla que le pusieron estaba muy alta y la pluma maestra de Banville cumplió con creces el encargo.
Banville suele repetir “la frase es el mayor invento de la civilización”. “Escribo frase a frase. Termino una y empiezo la siguiente». La trama y los personajes no le importan demasiado. “Como al propio Chandler, para mí también el estilo lo es todo. Yo he escrito La rubia de ojos negros en ese espíritu. He inventado y he reinventado Los Ángeles, como hiciera en su momento Raymond”.
Según Chandler, Marlowe siempre anda escaso de dinero, pero viste lo mejor que puede. Fuma y bebe cualquier licor fuerte. “Es un personaje de cierta nobleza, de ingenio mordaz, triste pero no derrotista, solitario y nunca realmente seguro de sí mismo”. «¿Tiene conciencia social?», se pregunta Chandler. “Tiene conciencia personal, que es algo totalmente distinto”. Es un santo: encarna “la lucha de todos los hombres esencialmente honrados por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta”.
Banville dice de Marlowe: “Siempre lo había admirado, pero me costaba creérmelo del todo: un hombre con su sensibilidad no podía ser tan duro. Pero me gusta su heroísmo, su caballerosidad, es un hombre que cree en un cierto tipo de justicia, que cree que es posible hacer algo de bien en el mundo. Estas son nociones muy anticuadas, pero por eso quiero que la gente joven lea a Chandler: la literatura negra de hoy es cada vez más violenta, más sangrienta, es hora de volver a la caballerosidad, al honor, a una ‘violencia educada’, como diría mi mujer”.
La historia, ambientada en los inicios de los años 50, empieza con Marlowe solitario y con el negocio de capa caída. Entonces aparece la hermosa y elegante Clare Cavendish ─rica heredera de un imperio de perfumes─, la rubia de ojos negros, que le pide ubicar a su amante, Nico Peterson.
Apenas comienza la investigación, Marlowe descubre que Peterson ha muerto atropellado en las cercanías de un exclusivo club. Cuando se lo hace saber a Clare, esta se lo niega porque lo ha visto caminando por las calles de San Francisco semanas atrás. Entonces el detective investiga en los círculos de la alta sociedad californiana, que frecuenta Clare, para saber qué ha sucedido.
Conforme avanzan las pesquisas, Marlowe va encontrando sorpresas poco agradables y se va sintiendo muy atraído por Clare (ojo, atraído al estilo romántico de los años cincuenta) con las complicaciones que eso le crea a un detective tan profesional y honesto como él. La rubia de ojos negros atrapa desde el primer momento y según avanza la historia, el lector se sentirá gratamente sorprendido por la refinada prosa, la trama y los giros inesperados. Demos una lectura al primer párrafo:
«Era martes, una de esas tardes de verano en que la Tierra parece haberse detenido. El teléfono, sobre la mesa de mi despacho, tenía aspecto de sentirse observado. Por la ventana polvorienta de la oficina se veía un lento reguero de coches y a un puñado de buenos ciudadanos de nuestra encantadora ciudad, la mayoría hombres con sombrero, que deambulaban sin rumbo por la acera. Me fijé en una mujer que, en la esquina de Cahuenga y Hollywood, aguardaba a que cambiara la luz del semáforo.
Piernas largas, una ajustada chaqueta color crema con hombreras, una falda azul marino. También lucía un sombrero, un accesorio tan diminuto como un pajarito que se hubiera posado en un lateral de su cabello y se hubiera quedado allí alegremente. Miró hacia la izquierda, luego hacia la derecha y de nuevo hacia la izquierda —debía de haber sido una niña buena — y entonces cruzó la calle solada, avanzando con elegancia sobre su propia sombra».
Banville nos va narrando la historia con una prosa sencilla y metáforas ingeniosas. Lo hace de forma pausada, sin acciones trepidantes, a la usanza de los años cincuenta, al mejor estilo de Chandler. La narración derrocha fino humor, ironía y sarcasmo. Marlowe que tiene imagen de duro e insensible, sabe cómo desenvolverse en el bajo mundo donde abundan matones desalmados y delincuentes de cuello y corbata, pero tiene un corazón blando que se derrite como bola de helado ante un cierre de ojos de Clare, la femme fatale.
Marlowe vuelve en esta novela como siempre ─ingenioso, mordaz e idealista─, pero sigue siendo un detective muy profesional y honrado. A pesar de que necesita el dinero no duda en devolver el que no lo ha ganado con su trabajo. Él representa el espíritu de los detectives de la novela negra norteamericana: observadores, pesimistas y cínicos.
«Soy un investigador privado con licencia y llevo algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien», diría de sí mismo en la novela El Largo Adiós.
En una entrevista en España, Banville menciona que cuando ya había empezado a escribir, Clare tenía el cabello oscuro y los ojos azules, pero que el representante del legado de Chandler le sugirió que utilizara uno de los títulos dejados por este y le hizo caso. Y por el producto final, no hay duda que fue un acierto.
Una lectura deliciosa en la que resaltan además del estilo y la refinada prosa, el excelente perfil de los personajes, en el que se ha sabido plasmar la esencia de las novelas en las que Chandler hizo de Marlowe un personaje inolvidable. Para no dejarla pasar.