Escribe José Carlos Picón
Introito de la memoria
Una semilla de melocotón húmeda, brillante, aún con carne frutal, perdiendo agua mientras suenan jazz, blues, rock, psicodelia y sus fusiones. Algo de progresivo, los italianos de Banco del Mutuo Soccorso, también canción italiana romántica, o cualquier “curiosidad” que encontraba. Una vez me prestó un vinilo de un ensamble de seis o cinco músicos franceses, no recuerdo bien, reunía piezas electrónicas diversas, eran duras, atonales, un laboratorio sónico entre músicos académicos, bien al traje y serios de los años cincuenta.
Bruno Mendizábal, quien acaba de publicar “Confinamiento & Amor” (2024) con la entrañable editorial La Strada, ha estado acompañado siempre de música. Y así alternábamos, a veces, leíamos algo de poesía, tomando un lonche, seguramente con bizcochos, pan de yema y té, o leche chocolatada. Siempre con el progresivo italiano nuevamente, Deep Purple, Sabbath o King Crimsom. Son los sonidos de ese departamento de la residencial San Felipe en el cual todos hablaban de una zona de su circunstancia, pero todo tan ligero y divertido.
Bruno Mendizábal estaba ahí y en ese espacio había conversado con seres humanos de distintas especies, oficios, temperamentos. Y caminó en círculos la mayoría de las veces, y fue estrafalario, tuvo minutos de locura. Un poeta sencillo, que ama las palabras, que compone canciones, versos transitados por todas las ansiedades ilustradas con el recogimiento de la tranquilidad y la sonrisa.
¿Qué es? Poesía
En ese entonces, y en este libro, desfila por terrenos simples y cotidianos, molestos, absurdos de la vida. Evalúa el tiempo tirado a la basura y las resignificaciones de distintas culpas. Un remordimiento por entidad propia. Sus versos resguardan esta violencia pasiva, esta poesía caótica y musical. En tanto, claro, conviven con la inocencia, la ternura, aquello adolescente que es renuente al archivo. Mas bien, la claridad iba creciendo junto con la naturaleza naif de los sentidos y los sentimientos vinculados a frágiles estadios en el seno protector del hogar como recinto de la memoria familiar, de igual manera la presencia de la madre, el recuerdo del padre profundiza una realidad íntima angosta, precaria, dispersa; Bruno es soltero, pero valora el amor y el entendimiento en una familia, de cualquier forma esta familia esté compuesta.
“Confinamiento & amor” reúne 60 poemas distribuidos en dos partes: “El incansable yo” y “Bendito amor”. Composiciones concisas, francas, nada crípticas ni barrocas, la saliva del sentido. Hay un alma de rockero, de compositor antisistema. Sus poemas funcionarían perfectos si son musicalizadas. Oralidad y conversacionalismo mixtificados, embutidos de filosofía cotidiana practicada por un observador sensible. Su barbada titularidad no goza de diplomacia, no es embajadora de su condición o de su forma de estar en el mundo. Su sencillez en el vestir, el estilo del patita que pasa por allí, ahora más canoso, achacoso, adolorido, más frágil.
Este patita observa y recorre, con los ojos alegóricos y tristes a la vez, vestido de sonrisas, jeans, camisas, un polo de algodón, un incansable yo de San Felipe. El ahora “tío”. El siempre poeta, digno cantor de los relatos de su propia mítica saga. El poeta que nadie reconoce y que todos saludan. El que ríe en voz alta o te habla sonriendo sin medir lo confuso de la separación de códigos para ejercer dos historias. Versos de tinta en cuadernos, hojas bond mecanografiadas con violencia en una vieja máquina polvorienta, tan suya en aquel momento, un compás y complemento.
Versos de San Felipe
El decir cosas de memoria, desdibujando, añadiendo, contando subhistorias, es un acto de persuasión. También de contención ante el peligro de la verdad, vestida de mentira o de las emociones escondidas bajo el lino de los pantalones o en el polo piqué del olvido. Es que, Bruno va derecho a delatarse con pureza. Aquel que nunca se llenó de un fango repetitivo, jamás conocerá el argot de su viscosidad. Y hablará de otra manera, como si viniera de un barrio diagonal a miles de años luz de distancia. A título personal, alucino que los versos aluden a su realidad de barrio, de la geografía espacial e íntima que lo acoge: San Felipe.
“La noche se va desvaneciendo / Y mis discursos / Son lo único que me han protegido / De este mundo / Que quiere verme rendido”. Vistos con esquemas reforzados de interioridad reflexiva, pueden constituirse en laboratorios involuntarios, en desgarradoras escenas y palabras, en golpes o iniciadores de llantos leves pero sólidos.
Así va, con confianza temblorosa, “Si clonazepam y Valproato / no fuesen mi horrísona / y diaria proteína / buscaría otro barrio / donde esconder mis penas / Caminaría soñando con la vida plena / pese al jazz y al cine”. Mientras tanto, la figura de la muchacha va transformándose en lo alegórico, incluso algo honorado debido a la irradiación de la divinidad. “Por los rumbos más fecundos / He de hallarte / Muchacha de alegrías internas / Que llegaste al mar / A parir un niño incierto”.
Qué valoración obtiene la muchacha: “Sin ti no soy nadie / Y aunque te tendiese la mano / En busca de amistad / Tenue y dispersa / Nadia, siempre aspiraré a tu camino / Aunque sea una inútil fantasía”. En tanto, las referencias infraestructurales, las escenografías urbanas, el cemento, las edificaciones: “Te vas a morir / Con una larga agonía / En medio de pasadizos / Gradas y ascensores”.
El poema a su madre es de una factura ensombrecida, luxada de belleza. La muerte y la enfermedad circulan, son climas que contrastan con la transparencia del sentir de Mendizábal, de su síntesis emocional que funciona como filtro frente a la realidad, con su lenguaje transparente. En los matices de la composición hay espacio para guiños fantásticos, están presentes las alusiones a lo mágico en tanto maravilloso, un evento de luz. Cada poema se debe a sí mismo y a la experiencia más cercana y directa de Mendizábal: “Abro libros nuevos / Los hojeo, leo una parte / Me deshago de ellos / Hasta en eso / Soy definitivo”. Existe un pequeño conflicto sobre su condición estoico adolescente que él mismo a aceptado. Le molesta menos que le divierte esta dejadez, repetitividad, insignificancia.
Ciertamente, cuando aludimos a la paz que el autor utiliza de determinada forma, no significa que no padezca de ansiedades o como dice en el poema del que hemos hablado, el dedicado a su madre, “Y en mi obsesión desbocada / Quise crear mi propia oda”. En Bruno viven varios. Compagina sus estados, impulsos, serenidades, humores. Y sigue mirando, con detenimiento, además, y con risa, con curiosidad, como un niño podría hacerlo, con los millones de preguntas que hay detrás y que jamás mencionará.
Muchos de los textos de Mendizábal parten de un planteamiento subjetivo, una pregunta sobre el origen de las cosas, sobre la naturaleza de las relaciones sociales: “Gente de cada momento / Con la que Intercambiamos / Miradas fugaces / Precarios holas /Son tantos que al final / Quedamos agotados”. El cansancio, agotamiento que colma la vida de Mendizábal es latente. Es un agotamiento de orden emocional, existencial. Un cansancio de tener que responder acorde a lo que dicta un supuesto orden. Un eterno adolescente.
Por último, discrepo de Yrigoyen o, al menos, en su forma de enunciarlo, cuando señala de Bruno que es “un poeta de temas escasos” o que es de sorpresa que “con tan pocos materiales” encandile a sus lectores. Creo que quiso decir que el autor hace vigente aquella manera de vivir simple, sin complicaciones frente a la adultez operativa e inminente por decisión propia, y esto es lo que expresa en su trabajo. En lo que sí estoy de acuerdo con José Carlos, es que, en cada una de las composiciones de Bruno, “arde una verdad sencilla, vibrante y por lo tanto inextinguible”.