Escribe Diego Nieves
Viajo a Buenos Aires por trabajo. Generalmente, son viajes caracterizados por una agenda cargada de actividades e información. Pero nada de ello, ni el estrecho tiempo libre que se me otorga, detiene mi voluntad de ejercer uno de mis mayores placeres: visitar librerías.
Lo bueno de este placer es que viene acompañado de otro igual de placentero por consecuencia: comprar libros. Tenía dos en la mira. Del primero estaba casi seguro de su inexistencia en el Perú: En El Pensamiento de César Aira, el escritor argentino que, recientemente, ganó el Premio Finestres de Narrativa en español 2024 con esa novela. Estudiosos de la obra de Aira hay muchos, y, aunque yo solo me considero un simple lector suyo, me vi motivado de adquirir esta, su penúltima novela, gracias a los comentarios de un amigo, quien conoce exhaustivamente su obra. El segundo, los cuentos completos de Silvina Ocampo, argentina también.

Me rehusé a la idea de comprarlos por Internet. El de Silvina ni siquiera estaba disponible; en el caso del de Aira, era cierto que desde Perú podía adquirirlo —aunque únicamente a través de Buscalibre.com, y con una espera de más de dos semanas, pues el libro tenía como origen de envío otro continente—, pero, por alguna razón que no obedece a nada racional, necesito ver los libros que compro. No puedo aceptar su llegada a casa —mi repisa de libros— sin antes presentarnos, conocernos siquiera lo mínimo indispensable. Esa fue la razón por la que decidí comprar en Argentina En El Pensamiento de Aira.
Mis días libres se limitaron, a causa de la cargada agenda, al primero y al último de mi estadía en Buenos Aires. En temas librescos no puedo darme el lujo de tener riesgos, así que decidí visitar librerías en busca de mi objetivo el primer día de llegado a la capital argentina.
Mi criterio fue el siguiente: estoy buscando un autor argentino y estoy en la Argentina. Sumado a eso, es un libro que salió hace poco —en 2024— y que acaba de ganar hace menos de un mes un premio considerablemente importante. Además, el libro ha sido publicado por un sello conocido. Por tanto, todas las librerías comerciales deberían tenerlo, o, cuando menos, las más grandes. Así fue como decidí visitar la mundialmente conocida librería El Ateneo. Repleta de libros, con tres pisos impresionantes y un subsuelo, resultaba impensable que el libro no estuviera disponible. Pero no lo estaba. El librero que revisó las existencias del título me indicó que, en su segundo local, que queda a pocas cuadras de la Plaza de Mayo, no había tampoco unidades disponibles.
Puesto que no me sobraba el tiempo, empecé a revisar desde mi teléfono las páginas web de las librerías más conocidas, de esa manera evitaba volver a viajar en vano hasta mi destino. Encontré en Internet muchas: Librería Yenny, Eterna Cadencia, Zivals, entre otras. Y, aun así, en la web no figuraban existencias del bendito libro de Aira. No podía creerlo. Me resultaba impensable. Era verdad que Aira no era tan conocido como Borges o Cortázar, pero era, en definitiva, un escritor de nivel que acababa de ganar un premio importante y que tenía detrás suyo muchos otros premios. Había algunos libros de Aira en El Ateneo y en la web de las librerías que visité, pero no encontraba En el pensamiento por ningún lado, a pesar de ser su penúltima novela. A falta de tiempo, regresé al hotel. Solo me quedaba un día para comprar el libro.
Visité Corrientes y su vasta cantidad de librerías de viejo. La gente salía de sus trabajos, tomaba un café o charlaba mientras fumaba un cigarrillo. Vi oficinistas apresurados yendo al subte o cruzar el Obelisco mientras el sol perdía fuerza y la brisa crecía. La gente de esta ciudad fuma mucho más que en el Perú, es algo que nunca deja de sorprenderme. Me fui a un café, pedí el Wifi y, ya conectado, busqué por última vez aquel libro. Esta vez puse en el buscador lo siguiente: “mejores librerías de Buenos Aires”.

En una de las páginas web que revisé me apareció un ranking, y en el puesto número 2 estaba un local llamado Mandrágora: Libros y Cultura. Entré a la página, y, para mi sorpresa, ¡el libro de Aira estaba ahí!. Es más, no solo estaba ese, sino también los cuentos completos de Silvina Ocampo. El único problema era que, considerando la hora y la distancia, estaba a casi una hora de viaje en auto. No lo pensé dos veces. Tomé un taxi y llegué a la cuadra 10 de la calle Vera, en Villa Crespo. Era un barrio tranquilo y con poca gente. La librería se encontraba cerca a una esquina. Me atendieron muy bien y me dieron los libros al instante. El librero me indicó que muchas novelas de Aira no tenían reediciones y que eso era algo característico de su obra. El argentino tiene más de cien novelas publicadas y mucha gente se dedica a coleccionarlas todas. De hecho, me aseguró que era casi imposible encontrar su ópera prima: Moreira, publicada en 1975.
El libro que tanto trabajó me costó encontrar llegó a mi casa para refugiarse en mi repisa, puesto que lo leí de un tirón en el avión de regreso a Lima, lo cual no deja de resultarme irónico.
Sin embargo, es mucho más que eso. No tengo nada en contra de leer libros a través de Kindle o de forma digital. De hecho, no encuentro razones para objetivamente considerarlo algo negativo. Lo que puedo afirmar, sin embargo, es que hay algo de lo que no se habla mucho sobre las ventajas del libro físico. Me explico. La principal razón que he escuchado para preferir los libros físicos sobre los digitales se basa en todo lo que el libro como objeto genera en las personas: las páginas, la belleza de la edición, la portada, etc. Esa razón es completamente válida. Pero, en mi caso, hay algo más. Hablo de la emoción de encontrar eso que tanto buscaba. La sensación que me produce encontrar un libro, haber ido en busca de un título, como si de una cacería se tratase, intentándolo por mucho tiempo para finalmente lograr dicho objetivo. Experimentar eso es emocionante y solo me ocurre, naturalmente, cuando compro libros físicos.
En el caso de los libros digitales, quizá haya otro tipo de ventajas o experiencias que yo ignoro. Por ejemplo, debe de haber gente que gusta de poder leer un libro desde el primer instante en que está disponible. Si el libro sale a la venta un 01 de abril, pues desde la comodidad de su casa pueden comprarlo por Internet ni bien empiece esa fecha, así sea de madrugada. Otras ventajas habrá, pero yo me contento con el placer de “atrapar” ese libro que tanto busco.

Esto es evidentemente un romanticismo que le otorgo a mi experiencia con la literatura, pero no deja de ser cierto que queda en mi memoria el hecho de que la compra de En El Pensamiento de César Aira tuvo una consecuencia: que conozca una librería llamada Mandrágora en un barrio llamado Villa Crespo, a más de diez kilómetros de mi hotel en una zona que jamás hubiese conocido de Buenos Aires si no fuese por mi afán de querer obtener dicha novela. La sola sensación de que podré seguir buscando libros difíciles de atrapar me continúa emocionando. A veces los conseguimos, otras, no, pero siempre está el sentimiento de entrar a lo desconocido, esto es, a una librería que visitamos por primera vez y que, posiblemente, tenga un título que no pensábamos encontrar y que nos llama a adquirirlo.