«Campamento», un cuento de Víctor Liza

El amor nace de la ilusión primera, de aquel encuentro que marca a fuego los corazones. Un cuento del escritor y periodista Víctor Liza.

Publicado

23 Feb, 2025

Un cuento de Víctor Liza

Sólo sé que te llamabas Paula.

Te conocí en un campamento de semana santa, que comenzó un jueves y terminó un domingo. Por alguna razón que no supe después, llegaste el viernes por la tarde. Advertí tu presencia cuando íbamos a cenar. Estabas vestida con un buzo azul. Sobre tus espaldas llevabas una mochila negra. El pastor entró contigo. Anunció tu llegada y que venías de la iglesia de Ingeniería. Algunos te saludaron levantando la mano. Otros movieron su cabeza, como diciendo sí.

Yo sólo te miré.

Te sentaste a la mesa, dispuesta como si fuera la última cena. Una de las hermanas mayores que apoyaban en la cocina se llevó tu mochila hacia una habitación. Después te llevo a tu cuarto, oí que te decía. Mientras nosotros ya íbamos por el segundo, tú recién estabas por tomar tu sopa. Apenas te sirvieron, tomaste la cuchara y recogiste un poco de caldo. Ni un fideo, ni un pedazo de pollo. Soplaste despacio, mientras nos mirabas a todos, como niña deslumbrada que eras. Acercaste la cuchara y bebiste.

En mi cabeza habían muchas preguntas, que se juntaban una tras otra, como cuando una casa se balancea para un lado y se caen la mesa, las sillas, los muebles y otras cosas. El pastor anunció que ya debíamos volver para la fogata. Mi estofado de pollo estaba a medias. Se enfría, me hizo notar un amigo que estaba a mi costado. Déjalo, me dijo otro. Qué miras, me palmeó un tercero al hombro. Sintiéndome descubierto, me puse a comer hasta dejar el plato sin un grano de arroz.

Me paré sin dejar de mirarte. Y tú también me mirabas.

Un rato después, estábamos ante la fogata. Algunos trajeron unas mantas para abrigarse. Otros se habían puesto unas casacas. Yo me puse una camiseta de manga larga. Me puse a observar la rotonda que habíamos formado. No estabas. Quise pararme, pero en eso el pastor empezó con un juego para los muchachos. Con unos jóvenes trajo unos tres banquitos. Los puso en una línea, y pidió cuatro voluntarios. Se presentaron tres. Miraba para abajo cuando el pastor me llamó. No me quedó otra que salir al frente. El juego consistía en dar vueltas a las sillas mientras uno de los jóvenes tocaba la guitarra. Cuando este paraba, debíamos ocupar las sillas. El que se quedaba afuera, perdía. Por cada uno que perdía, se retiraba este y de paso una silla. Así fue hasta que quedamos un muchacho y yo. La guitarra sonaba y sonaba. Seguíamos caminando alrededor de la silla.

Estábamos en eso cuando llegaste. La guitarra dejó de sonar. Yo me quedé parado, mirándote. Mi rival se sentó. La muchachada celebró al ganador. Los demás se reían de mí. Y tú también.

Me miraste. Me sonrojé.

El sábado tocaba jugar al tesoro escondido. Mientras desayunábamos, los colaboradores del pastor se habían ido a dejar las pistas. Luego de eso, el pastor hizo el sorteo para hacer la búsqueda en grupos. Vaya coincidencia, terminamos siendo parte del mismo grupo.

Éramos cinco: Tú, otra chica, dos muchachos más, y yo. Buscamos y buscamos el tesoro durante horas. Cada pista era un acertijo que primero nos condujo a la piscina, luego a la canchita de fulbito, después a la sala de juegos de billar, más tarde a la carpa de los organizadores.

Ese juego nos llevó casi todo el día. Cuando parecía que íbamos a perder, pues los otros grupos ya nos llevaban varias pistas de ventaja, descubriste una pista que de inmediato nos hizo superar otras dos. En la siguiente, adivinamos la última. Encontramos el tesoro escondido. Celebramos. Nos abrazamos.

Te pregunté cómo te llamabas.

Me llamo Paula, sonreíste.

Llegó la hora del almuerzo. El pastor nos sentó juntos a los ganadores. Allí conversé algo contigo, pero en grupo. Me sentí mejor. Te noté contenta, entusiasmada. Confiaba en que, luego de eso, iríamos juntos en el bus de regreso a casa. Conversamos las tres horas de camino de regreso a casa. También dormimos. Te quedaste echada en mi hombro hasta que llegamos.

Luego de bajar del bus, donde nos esperaban nuestros padres, me despedí de ti. Al hacerlo, nos tomamos las manos. Quería verte de nuevo. porque ya empezaban las clases escolares y quizá no habría mucha ocasión de reencontrarnos muy seguido.

Pero en una semana habrá un reencuentro del campamento, me hiciste recordar.

Es cierto, Paula. Nos veremos allí, respondí. Me diste tu número de teléfono.

Ya habrá momentos para otros encuentros, sin nadie de la iglesia, pensé. Quizá solos, en algún parque, comiendo helado. Quizá un abrazo. Algo más.

Una semana después se produjo el reencuentro. Fuimos todos los muchachos de las diferentes iglesias que habíamos participado. Estuve atento a los que venían de Ingeniería.

Pero no estabas con ellos. Nunca llegaste.

No me atreví a preguntar por ti en ese momento. Aunque me sentí contrariado al inicio, preferí disfrutar los buenos momentos con los muchachos. Juegos en el salón, coca cola y bocaditos. Una breve predicación del pastor. La promesa de volver a encontrarnos. A varios lo vi otras veces. Pero a ti, ya no.

Un lunes, luego del colegio, llamé a un número que me habías dado. No eran épocas de celulares aún.

Buenas tardes. ¿A quién busca?

¿Se encuentra Paula?

No está.

¿A qué hora puedo llamarla?

No está. Ya no vive aquí.

Colgué. Sentí un dolor en el pecho.

Un ardor.

Semanas después, en otro de los tantos reencuentros que hubo, me atreví a preguntar por ti. Me enteré que habías viajado a España. Tenías familiares por allá. He intentado encontrarte en Facebook, en las redes sociales, pero no lo he logrado. De hecho debes haber terminado el colegio en ese país. A lo mejor estudiaste algo después. Quizá te casaste, tuviste hijos. Quizá ya no vas a la iglesia como he dejado de hacerlo yo; y de repente descubriste la vida bohemia, también como yo.

Nunca más supe de ti, ni he podido saberlo.

Acabo de ver la fotografía que nos tomaron cuando ganamos el tesoro escondido en ese campamento. Mientras miro la luna llena desde mi ventana, brindo por ti, Paula.

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