Escribe José Carlos Picón
A veces podemos escoger una verdad. La poesía permite, en cierta medida, apostar por la verdad a medias, o por la claridad de lo incompleto y la intuición del hecho emocional de una forma abstracta casi sensorial. Entonces lo concreto en su dimensión histórica es representado con los claroscuros de una poética luminosa y melancólica, en camino hacia un no lugar, como refiere el editor de la publicación que comentamos en este espacio, Cayre Alfaro.
Por ahí va, me parece, el trabajo de Celeste del Carpio Bramsen, en “Arcos Metropolitanos” (Personaje Secundario, 2024). Con el ansia de vida y el apego por su interlocutor lírico, entona el camino para revelarse una artista capaz de construir un universo convincente de descubrimiento y deslumbramiento.
En construcciones de claridad y mente despierta, junto con buena dosis de ternura, Celeste recorre mientras palpa y transforma las imágenes en parte de un proceso de creatividad controlada, como si el cálculo fuera la medida de profunda proyección arquitectónica del lenguaje, sin ser bruma ni silva de continuum frenético.

La poeta presenta más bien un claro y luminoso diseño de contrarios atenuados por las luces y las formas, por caudales emotivos que driblean, como a salta de mata, entre bloques escénicos, módulos de sentido de “fiebre como registro borroso”, síntomas literarios sujetos a la fábula constituidos con imaginativos estallidos de palabra.
Probablemente su estadía en tierras nórdicas (Dinamarca) haya signado un poco la sensibilidad formal de sus estudios, ensayos poemáticos y performances retóricas. Una suerte de ilación entre “arcos metropolitanos”, alegorías asentadas en contornos urbícolas, íntimos e interpersonales. Es decir, un tejido, si cabe la figura, elaborado por piezas básicas y complejas en tanto sus contradicciones y las convivencias de sus particularidades. Un libro que representa un excelente comienzo, puesto que, tengo entendido, es la ópera prima de Del Carpio Bramsen. Que siga adelante.