Escribe Luis Eduardo García
El artista y el lector
De un artista y poeta de culto ha pasado a ser un personaje imprescindible de la literatura y las artes plásticas del Perú. El éxito de su obra se debe a múltiples factores, pero sobre todo a la falsa impresión de que escribir es un estado de gracia natural.
¿Quién fue Jorge Eduardo Eielson? En realidad, es muy difícil decirlo. No hay un único Eielson, sino varios, según los registros con los que solía expresarse. Así como sus raíces étnico— culturales son variadas (cultura española, sueca, italiana y nazca), su actividad artística también lo fue. Julio Ramón Ribeyro le preguntó una vez al autor de Poesía escrita si se consideraba un “pintor-poeta” o un “poeta-pintor”. Eielson respondió así: “En cierta época, que no duró sino diez años, escribí poemas y me llamaron poeta. Y en otra posterior me dediqué a las artes visuales y no escribí poemas ni ningún texto realmente literario. Además, he escrito periódicos y no soy periodista. He escrito algunas obras de teatro, y no soy dramaturgo. Hago también escultura, y no soy escultor. He escrito cuentos, y no soy cuentista. Una novela y media, y no soy novelista… Como ves, no soy nada”.
Se trata sin duda de un fenómeno cultural cuyas causas pueden identificarse: es el artista más completo del Perú; su ausencia por más de treinta años convirtió en una novedad lo que fue novedad en los 50 o 60; su poesía es fácil de leer pues está escrita con una sintaxis y una semántica al alcance de las mayorías o su lenguaje está lleno de imágenes y colores que gustan a los jóvenes de nuestro tiempo; se trata de una poesía que expresa el buen gusto literario, revela la condición humana, ha roto las limitaciones del tiempo y contiene los referentes culturales de todos las épocas, pese a que ha sido escrita con un lenguaje moderno.
Sistemáticamente y poco a poco, Eielson ha ido creciendo en todas las ramas del arte que practicó. Esto ocurre desde hace dos décadas más o menos. Su obra poética se ha reeditado en México, España, Colombia y nuestro país, se han realizado documentales sobre su vida y su obra, se han escrito biografías como la de Paulo César Peña: 1945, Jorge Eduardo Eielson, vida y canción en Lima y se han escrito numerosos artículos y libros sobre su significado.
El Mozart de la poesía peruana
La poesía se acepta o no se acepta. Es como en el amor: los amantes sucumben a la señal más simple o al misterio más críptico. Así como nadie sabe por qué ama, así nadie sabe tampoco por qué la poesía conquista hasta el espíritu más impenetrable. En realidad, los lectores no sabemos a ciencia cierta de dónde nos viene el gusto por una poesía específica, aunque intuimos el quid del asunto.
Los académicos, entrenados para desentrañar los misterios vedados a los lectores sentimentales, enumeran a menudo razones técnicas, estéticas y lingüísticas para explicar por qué la poesía de un poeta captura la atención y el gusto del lector promedio. Para nadie es un secreto que en los últimos quince años la poesía de Jorge Eduardo Eielson ganó una considerable legión de lectores, especialmente a los jóvenes, quizás porque sus libros de volvieron a publicar en ediciones más o menos masivas, su obra llamó la atención de la prensa cultural acostumbrada a celebrar la novedad o los académicos pusieron más énfasis en la importancia que tenía Eielson como artista integral. Sin duda, son razones que condicionan la situación, pero no revelan el porqué de las preferencias.
Todas las razones anteriores son válidas, sin embargo, no dan del todo en el blanco. Podríamos agregar otras: se trata de una poesía que expresa el buen gusto literario, revela la condición humana, ha roto las limitaciones del tiempo y contiene los referentes culturales de todas las épocas, pese a que ha sido escrita con un lenguaje moderno. En este sentido, Jorge Eduardo Eielson es algo así como un “clásico temprano”, pues su valoración ocurrió mientras componía su magnífica obra. No tuvo que morirse primero para que los lectores lo consideráramos un “grande”. Es curioso que los lectores jóvenes se hayan acercado al autor de Habitación en Roma en una etapa de la historia en que la poesía es calificada por algunos materialistas como un oficio “inútil”, en tanto ha perdido fuerza, valor y, sobre todo, lectores. Esos “profetas” pregonan a cielo abierto que los versos no venden ni van con el “marketing” y están reservados solo para el gusto de una minoría desubicada. Precisamente en este contexto, donde los libros de autoayuda y las novelas por entregas ganan la atención de un gran número de lectores, insurge el gusto por la poesía de este artista original.
Creo que los argumentos que mejor explican el “fenómeno Eielson” pertenecen al poeta Pablo Guevara. Hace un tiempo, le oí decir en un especial del programa televisivo Vano oficio que Eielson era “el Mozart de la poesía peruana” y que su poesía gustaba porque nos trasmitía la falsa sensación de que escribir es fácil y divertido. En otras palabras, que Eieslon no escribía en “serio”, sino que se divertía y jugaba con la escritura. Según Guevara, este es el “gancho”, el caramelo con que el poeta ha podido conquistar a sus devotos. Y no le falta razón.
Los jóvenes aprecian ese ludismo artificial, del que supongo Eielson era muy consciente. La crítica Helena Usandizaga sostiene lo siguiente: “La poesía de Jorge Eduardo Eielson produce la impresión de fluidez, como si brotara sola; por lo mismo pudiera pensarse que sus imágenes nacen de la impresión del momento”. El propio autor en algún momento confirmó esta afirmación y atribuyó esa “facilidad” para escribir a su “matriz musical”, a su ritmo biológico: “Muchos de mis poemas, casi todos, sobre todo los más viejos, han nacido de esa manera y casi sin ser tocados ni corregidos (…) Es la matriz musical la que me ha ayudado muchísimo, que salía sin el menor esfuerzo”. El ludismo de este creador se mueve en los extremos. Por un lado, tenemos su Poesía en forma de pájaro, en el que la tipografía del caligrama se funde con el contenido del poema a través de una música libre y juguetona.
Con esa misma espontaneidad, las palabras brotan para desarrollar temas dramáticos o existencialistas: “Si la mitad de mi cuerpo sonríe/ La otra mitad se llena de tristeza/ Y misteriosas escamas de pescado/ Suceden a mis cabellos. Sonrío y lloro/ Sin saber si son mis brazos/ O mis piernas las que lloran o sonríen/ Sin saber si es mi cabeza/ Mi corazón o mi glande/ El que decide mi sonrisa/ O mi tristeza. Azul como los peces/ Me muevo en aguas turbias o brillantes/ Sin preguntarme por qué/ Simplemente sollozo/ Mientras sonrío y sonrío/ Mientras sollozo”. No nos engañemos, sin embargo. Una lectura atenta de su poesía nos advierte que no brota por generación espontánea, sino que hay unas imágenes y símbolos reiterativos que estructuran de modo preciso sus versos, que el juego es únicamente una forma de mirar el mundo y que la música, ese pan que nos permite soportar la chirriante bocina del mundo, es la piedra filosofal que ha convertido a su poesía en un espacio al que concurren, al mismo tiempo, y sin que nos demos cuenta, el dolor y el gozo.
Eielson como experiencia directa
Además de lector de su producción literaria, tengo algunas experiencias como periodista que me vinculan a él. El 2001, rescaté del archivo de La Industria unas fotografías que habían sido desechadas por un reportero inexperto. Sucede que en el archivo de ese diario descubrí una serie de instantáneas tomadas en el momento en que Eielson y su pareja, Michael Mulas, hacían el montaje de su obra en la Casona Orbegoso de Trujillo. Las fotos estaban marcadas con una X roja de plumón en el ‘contacto’ de prueba (los fotógrafos de vieja data saben de lo que hablo) y eran realmente buenas. Tomé el contactó y le pedí a unos de los diseñadores que mediante uno de sus programas de su PC borrara las X y ampliara las fotografías rescatadas hasta cierto límite, cosa que hizo con gran pericia. Esas fotografías puestas en valor se las envié a José Ignacio Padilla que entonces, el 2001 creo, preparaba la edición de Nudos. Homenaje a j.e.eielson, editado por el fondo editorial de la PUCP. Allí se incluyeron algunas de ellas y de esta manera se evitó su pérdida irreparable.
En 2005, lo entrevisté para el suplemento cultural Lundero de La Industria de Trujillo, cuando ya estaba muy enfermo. Del cuestionario consistente en 20 preguntas que le envié a Milán por FAX, solo me contestó 12, pues me confesó que estaba muy cansado y ya no tenía fuerzas para escribir a máquina. Me envió una nota manuscrita que, lamentablemente, en una de mis mudanzas como estudiante universitario, perdí. La entrevista se realizó por FAX gracias a la intermediación de María Ofelia Cerro, pero antes, en 1987, lo había conocido fugazmente en noviembre de ese mismo año en las escalinatas de ingreso al Teatro Municipal de Trujillo, cuando este se disponía a ingresar a una función de ballet. Me lo presentó Guillermo Niño de Guzmán. Me quedé petrificado. El hombrecito frágil, de bigote incipiente y menudo de carnes era el mismo que había escrito Habitacion en Roma, un libro que un joven ochentero como yo leyó en este mítico ejemplar de su poesía escrita que hasta ahora conservo. Uno de los poemas que más disfruto todavía es Campidoglio.
Ese mismo año Jorge Eduardo Eielson estuvo en Trujillo y expuso una serie de autorretratos en el marco de III Bienal de Trujillo, montó una instalación y participó en un recital de poesía el patio de la casona del BCR junto a Rodolfo Hinostroza, Blanca Varela, Antonio Cisneros y Abelardo Sánchez León. Estuve allí y recuerdo que fue una noche inolvidable.
En el 2011 vendí, por cuestiones de necesidad y azar, toda la colección de libros de Eielson; tenía casi todo, desde primeras ediciones hasta textos publicados en otras partes del mundo. Me quedé sin nada. No obstante, los siguientes años me dediqué a recuperar todo lo perdido. Lo conseguí luego de mucho esfuerzo. Lo único que no pudo regresar a mis manos, y hasta hoy lo busco, es la Poesía escrita editada por Norma, esa de portada azul que tiene un retrato de Marilyn Monroe hecho por el maestro. Confío en que la tendré pronto.
Tras varias décadas de ausencia, ese 1987 vino al Perú y, sin quererlo, tal y como le sucedió a Julio Ramón Ribeyro, desencadenó un gran interés en torno a su obra plástica, aunque él no se llamaba a sí mismo pintor, sino un simple especulador de los estilos del arte. A raíz de este regreso al Perú, su vida y su obra fueron creciendo y dando lugar a una serie de reediciones de sus libros, documentales, entrevistas y exposiciones. El 2002 se inauguró un sitio web de su obra (que lamentablemente fue retirado) e hizo una fugaz aparición a través de una videoconferencia en la que se presentó, al principio, con una máscara. El 2004 ganó el premio Teknoquímica y en el 2005 se exhibió en el ICPNA una muestra muy grande sus cuadros. Posteriormente Gabriela Yepes (“Vivir es una obra maestra”) y Patricia Pereyra (“Eielson des-nudo”) realizaron dos documentales sumamente personales sobre el autor de Reinos.
El 2018, asistí con Haydith a la inauguración en el Museo de Arte de Lima (MALI) de la primera retrospectiva de su obra artística, la cual incluía más de cien trabajos como pinturas, esculturas, instalaciones, fotografía, performances, manuscritos, material audiovisual, audios y otros productos artísticos salidos de su creatividad portentosa.
La muestra del MALI del 2018 me permitió ver por primera vez muchos cuadros que solo conocía a través de libros y revistas y descubrí otros que jamás se habían mostrado en el Perú y, sobre todo, constaté dos cosas maravillosas: el proceso evolutivo de este adelantado de las artes y su vínculo afectivo y material con las antiguas culturas del Perú como la Chancay la Paracas. Era, además impresionante, comprobar la manera en que los quipus ocupan un lugar central en su imaginario como artista, vestigios del pasado que el reconvierte a nudos al estilo pop y luego bajo un concepto más formal como anudamientos de telas. Según los curadores de esa muestra, se trataba de un “creador de un lenguaje propio que, en vez de buscar inspiración en el pasado prehispánico, logra actualizarlo en el presente”. En una de las salas se exhibían piezas no-objetuales, registros de perfomances y se podía escuchar, con cierto estremeciento, su voz repitiendo de manera obsesiva los nombres de algunos colores.
La muestra en el MALI de más de cien obras de J. E. Eielson me confirmó ese año que estábamos ante uno de los artistas ultramodernos y más grandes que ha tenido el Perú, un país con el que estableció una relación especial a través de la simbología de sus antiguas culturas. Gracias a la generosidad infinita de Haydith, quien me regaló el catálogo de la muestra ese 2018, cuento con una fuente invalorable para las consultas del caso. Esa muestra nos colocó ante un Eielson representativo de la peruanidad y nos descubrió a una de las personalidades artísticas más fascinantes que ha tenido al Perú, comparable únicamente a Vallejo por su profundidad y por su trascendencia.