Escribe Gabriel Rimachi Sialer
Una semana antes de su estreno en Lima, leí en El País la columna de un crítico de cine cuyo nombre he olvidado, donde se refería a «Dunkerque» -la última y esperada cinta de Christopher Nolan- con estas palabras: «Aún ahora que escribo estas líneas, días después de haberla visto, se me siguen erizando los vellos del brazo recordando el silencio de la sala al final, durante los créditos. Nolan nos demuestra con esta cinta por qué el cine es considerado un Séptimo Arte». Con semejante texto uno podía ir al cine con la seguridad de que vería algo que, como Ben Hur en semana santa, habría que repetir todos los años en algún canal de televisión abierta. Craso error.
«Dunkerque» es una cinta que dista mucho de ser esa joya del cine que críticos y fans de Nolan han descrito en distintos lugares. Estructurada en tres espacios (tierra, mar, aire), y con un juego de dos tiempos en el relato, narra el rescate de 300 mil soldados (entre ingleses, franceses y belgas) atrapados en la playa de Dunkerque durante la invasión alemana a Francia (parte de los Aliados) en la Segunda Guerra Mundial, y que se conoció como «Operación Dínamo» o «El milagro de Dunkerque».

Escena de la película «Dunkerque». (Foto: Difusión)
Así empieza la cinta, con un grupo de soldados que ven caer del cielo unos volantes donde se les indica que están rodeados. Luego los acribillan y uno llega a salvarse: es el protagonista de la historia de tierra. La historia de mar descansa en un padre, su hijo y un amigo que parten del puerto de Dover al rescate de los soldados atrapados en Dunkerque; la historia de aire -liderada por Tom Hardy, da cuenta de la defensa aérea liderada por tres aviones «Spit fire». Nolan ha escrito el guion y ha escrito su versión histórica y personal de ese rescate. «No es una película de guerra sino una experiencia sensorial», ha escrito el crítico Alejandro Calvo. Y debe serlo, supongo, pero cuando las pequeñas embarcaciones se acercan a rescatar a los soldados y la cámara abre plano desde arriba, y la música cambia a una especie de marcha emocionada, uno siente que algo raro pasa con esa joya del cine. Se ha hecho énfasis en que esta cinta carece de efectos digitales, pero eso no basta; que no hay muchos diálogos, pero ahí está la mano y el ojo del director, su apuesta; y Nolan no es un mal director, eso lo tenemos claro.
«Más que una película de guerra, Dunkerque podría ser una película sobre el propio cine y su importancia. Gracias Nolan, por todo ello», escribe el mismo crítico mencionado el párrafo anterior. Pues no sé. La fotografía es muy buena, la música está bien (es además en la que se sostiene la emoción de toda la cinta, buen trabajo de Hans Zimmer), pero después no pasa más, no hay esa emoción que uno espera encontrar en una cinta de guerra, ese vínculo que se establece por empatía o solidaridad con algún o algunos de los personajes, da lo mismo que los encerrados en el barco varado salgan o no; como espectador te sientes ajeno a su drama, hasta que la música aparece; uno espera más, es cierto, más aún de una cinta a la que se ha catalogado de joya, lo mejor del año y etc. y donde, claro, a quien no le parezca termina inmediatamente convertido en un hater de Nolan.
Al final de la película me quedé sentado mirando a los demás espectadores, buscando esa «emoción contenida, casi al borde del llanto» que leí del crítico cuyo nombre no recuerdo. Pero no hallé nada de eso. No es una mala cinta, en absoluto, pero no es esa cosa grandiosa que nos han vendido desde la salida a la luz del primer trailer. No puede ser que no halla encontrado lo que la crítica mundial -que ya le dio el Oscar a mejor película apenas estrenada, y que la ha catalogado como «la mejor película bélica jamás filmada»- le ha visto. Yo, por lo pronto, entre «Dunkerque», «Inception», «The dark night», «Memento» o «Interestellar», me quedo con las cuatro últimas. Lejos.
* La conjura de los libros no comparte necesariamente la opinión de sus columnistas, la misma que es responsabilidad de quien firma el texto.