Creía que Vargas Llosa era Dios

Mario Vargas Llosa acaba de fallecer, a los 89 años, en el Perú, ese país que lo amó y lo odió con la misma pasión con la que, secreta o abiertamente, también lo leyó. Beto Ortiz lo recuerda en esta crónica entrañable.

Escribe Beto Ortiz

“¡He estado debatiendo en público mis ideas desde mucho antes de que usted naciera!” —me respondió, en perfecto inglés, Mario Vargas Llosa, modulando didácticamente sus palabras una a una, como si estuviera hablando con un niño, sin disimular ni un poquito la ternura que le provocaba mi impertinencia de reporterillo sentencioso— “¡pero ahora sé escoger a mis rivales!”. Era 1993 y mi camarógrafo y yo estábamos cubriendo la conferencia de prensa de lanzamiento de A fish on the water en el Hotel Dupont Plaza de Washington DC hasta donde habíamos llegado gracias al gentil auspicio del Ieledé, el Instituto Libertad y Democracia cuyo director Hernando de Soto ardía del deseo de que Vargas Llosa —a quien le acababa de mentar la madre en televisión nacional— sucumbiera a la tentación de devolverle el insulto y devolverlo así, por supuesto, a las primeras planas que ocupó meses atrás cuando, en sus memorias, Mario lo llamó “pomposo y ridículo”, confesó —amargamente— haber contribuido a fabricarle una imagen de intelectual que lloraba al ser superpuesta sobre el original, y lo acusó de haberle añadido un coqueto “de” a su verdadero apellido que, según El pez en el agua, era Soto, simplemente Soto.

Parado allí entre los colegas gringos con mi ternito azul, fabulosamente vidriado de sudor, yo —que apenas tenía 25 años y protagonizaba mi primera cobertura internacional— balbuceaba al micrófono mientras traducía, en mi cabeza, la larguísima pregunta que había escrito en el avión y que, omitiendo con pudor las groserías, podría resumirse como: ¿Acaso teme usted debatir en público con de Soto quien ha osado agraviar a su señora madrecita? ¿Podría responderle algo, por favorcito, que para eso he venido? Súper Mario se limitó a sonreír como un conejo de pascua y a contemplarme con ojos misericordiosos mientras la concurrencia en pleno lo aplaudía a rabiar. No hace falta añadir que me regresé a Santa Beatriz con las manos vacías.

* * *

Verano de 1990. Plena y candente, chisporroteante campaña electoral. La izquierda peruana apoya en bloque al anónimo ingeniero del tractorcito, el único que —parece— podrá contener el avance imparable del futuro Nobel devenido en candidato favorito de los regios de Lima. Bueno, las cosas no son así de maniqueas pero eso es lo que escucho, mañana, tarde y noche, en la redacción de “Página Libre”, el diario que el icónico periodista Guillermo Thorndike fundó con el propósito manifiesto de derribar a Vargas Llosa, misión ésta que cumplió (cumplimos) con rotundo éxito y con financiamiento obtenido—según cuenta una muy extendida leyenda— por su gran amigo, el mismísimo Alan García. No me consta pero es lo que juraban quienes lo vieron llegar a la dirección a celebrar, jubiloso, el increíble resultado de la primera vuelta.

En la cúspide, Vargas Llosa, dando un discurso proselitista del entonces FREDEMO. Una imagen que dice mucho de cómo andaba el país entonces.

Convertidos en redactores y editores deluxe, grandes exponentes de la literatura nacional acuden tempranito a las oficinas del periódico para asistir a sus primeras clases de Word Perfect con el fin de ir destetándose paulatinamente de las viejas máquinas Lettera 32 de Olivetti: Enrique Verástegui, Tulio Mora, Eduardo Chirinos, Jorge Pimentel, Enrique Sánchez Hernani, Jorge Frisancho, Rafael Dumet, escritores éstos que lo han leído siempre con devoción pero que no votarán por el sumo pontífice de las letras ni aunque los cuelguen.

En la reunión de temas del suplemento dominical, propongo colarme en el almuerzo privado que, en su honor, han organizado los excompañeros de promoción del Colegio Militar Leoncio Prado donde, con un poco de suerte, podré conocer en carne y hueso a la versión adulta de los personajes de “La ciudad y los perros”. La propuesta es aceptada: pero búrlate, eso sí. El ágape tiene lugar en el comedor de un club social más bien clasemediero al que los otrora cadetes han llegado tempranito, ilusionados con volver a ver al Presidente inminente, aquel galifardo que se cachueleaba escribiendo las cartitas de amor que ellos mandarían como propias a las chelfas de turno. Son todos muchachones de cincuentipocos, bien conservados, bien parodis todavía. Tienen menos años de edad de los que hoy tengo pero entonces me parecen todos abuelos aunque la vida no los haya tratado del todo mal: canas, barriguitas, cuerpos blandos, algunas pequitas, ciertas arruguitas.

A la hora en que, haciéndome el patero, empiezo a tratar de averiguar quién es quién, hay miradas cómplices, cachimba, cachondeos.  ¿Quién era el Jaguar? Se señalan entre ellos, se palmotean, entre risotadas. En el fondo, a nadie le molestaría haber servido de inspiración para tamaño antihéroe de la mitología pero cuando pregunto por el Esclavo, por el Serrano Cava, por el Boa, ya no es todo tan cool, la cosa cambia. ¿Qué me mira, cadete Vargas Llosa? —se llamará la crónica de aquella tarde gracias a la cual me ganaré una bequita a los yunáites que, cosa curiosa, me permitirá, de carambola, conocer en persona a Vargas Llosa que presentaba In praise of the stepmother, en el Fairmont Grand Del Mar de San Diego casi como en esos concursos de la radio cuyo premio es la oportunidad de tomarte una foto con tu cantante favorito.

Entonces el escribidor, el sartrecillo valiente, el Poeta, el candidato puntero en las encuestas llega, por fin, al agasajo, resplandeciente con sus lentes Ray-Ban, su camisa de lino al viento y sus dientes blanquísimos, escoltado por una corte de fotógrafos y ayayeros, adorado por los viriles leonciopradinos que se ponen todos de pie, se le abalanzan, se lo arranchan, se pelean por ver quién lo abraza primero. ¡Bendíceme, Varguitas! Él los va reconociendo, los toma por los cachetes antes de estrecharlos, uno por uno, contra su pecho mientras yo me limito a contemplar la escena desde lejos, sin atreverme siquiera a acercármele un poquito para pedirle sus impresiones sobre el particular. Debería hacerlo pero no me atrevo. Está parado ahí, apenas a un par de metros de distancia pero me parece inalcanzable. Es Maradona. Es el Papa. Es un rockstar. Es, por supuesto, un Ser Supremo.

Vargas Llosa y Beto Ortiz en una entrevista apenas recuperada del Youtube (Captura: Youtube)

* * *

El Perú es para mí una especie de enfermedad incurable. Es mortal para muchos peruanos que han sido destruidos, torturados, asesinados o desaparecidos. Pero, para mí no ha sido mortal. Es un país que ha hecho lo que yo soy. Yo soy este país.

La frase, aquella célebre frase: yo soy este país la dijo —me la dijo, perdonen la tristeza— un 10 de mayo de 2000, en la única entrevista que nos concedió, pero entonces a nadie llamó la atención semejante declaratoria de amor al Perú. Tendría que transcurrir una década entera para que se transformara en titular de la mayoría de los diarios luego de que Vargas Llosa volviera a pronunciarla en la conferencia de prensa que dio en Nueva York el 7 de octubre de 2010, tras el anuncio oficial de que la Academia Sueca acababa de distinguirlo con el premio Nobel de Literatura.

Yo soy el Perú, aunque a algunos peruanos no les guste. El Perú soy yo.

Vargas Llosa, el inconquistable

Las dos horas de grabación de aquella entrañable entrevista televisiva que, en un incendio, hubiera sido la única que yo salvaría del fuego, infelizmente, se perdió. El canal en que se emitía aquel programa quebró, sus archivos desaparecieron y, cuando una editorial me propuso publicarla en forma de libro, caí en la cuenta de que no existía la versión completa. Solo pudimos recuperar fragmentos dispersos que nos fueron proporcionados por coleccionistas fanáticos, pero el libro, contra viento y marea, se publicó bajo el título de “El inconquistable”, que es también el nombre del igualmente extraviado documental que produjimos entre amigos y le dedicamos cuando ganó, que muy pocos vieron y que ahora nadie recuerda. Al final de la entrevista del 2000, sin haber salido todavía de mi asombro de estar conversando cara a cara con él, despedí el programa diciéndole: Tenemos que agradecerle muchísimo, ha sido un honor tenerlo aquí. A lo que Mario Vargas Llosa respondió: lo que queda de mí te agradece.

Lo que queda de mí, también.

Beto Ortiz
Beto Ortiz es homosexual, periodista e hipotiroideo. Ha sido tres veces primer lugar en la Encuesta del Poder de la Prensa en el Perú, pero no puede conseguir pareja. Nunca fue finalista de ningún premio de novela. Tampoco ha publicado en The New Yorker, pero ha sido cocinero en Manhattan, lo que, hasta cierto punto, es también literario. Ha publicado Maldita ternura (2004), Grandes Sobras (2006), Mis queridos vándalos (2007), Pequeñas infidencias (2007), Por favor, no me beses (2009), Soy el hombre de mi vida (2010), El inconquistable (2010) y Nosotros matamos menos (2014). Tiene tres millones y medio de seguidores en Twitter y ningún amigo.

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