Cuando nos olvidan
las ropas cuelgan del cuerpo de los lobo
quienes comprenden a la muerte
avivando el fuego en sus bocas azuladas
y el viento se empecina en soplar sobre aquellos campos
en los que enterramos nuestras urnas
ya ni siquiera ser recuerdo
lasca oculta bajo el más intenso rocío
no saber el destino de tus cosas
navíos en los que se alejan tus hijas y hermanas
después del ardiente conjuro que nos echan los árboles
me dicen que nací junco
entre el canto y el nido
destinado por semillas de pallares
pero eso solamente lo pueden evocar
quienes somos ante todo impetuosos entre los surcos
balbuceando y apretando los dedos para rasguear
este poema a la distancia
en el que expresas todo lo que debieras
a costa de mendrugos
Contra las glorias rancias
quienes lograron pasar por orfebres muertos
sus nombres constan en olvidados cánones
la luz dejó de iluminarlos por ojituertos
puesto que sus inocuos panfletos eran nones
luego otros se mofaron de sus ilustres obras
cayó el desdén sobre sus rezagadas tumbas
el pasado arrancó de raíz sus pútridas sobras
aléjate de lo impuro ay no sea que sucumbas
hasta hace poco resonaban aquellos estertores
alardes de patriotería y cristiandad difuntos
muestras de la enfermedad de estos escritores
imbéciles poetas que hoy yacen muy juntos
en soterrados cementerios de alrededores
oh literatos sin vela para actuales asuntos
En cuanto a las soledades manieristas
adheridas ante oxidados altares
nada nos acerca a llevaderos astros
oscuras banderas a galope sangriento
quizás ya deba olvidar lo mío siempre
perpetuar largas caminatas entre oficinas postales
de continuo cegarme adorando la agonía del sol
y extender los bajos miembros en el alma del granito
la imagen de la prontitud vadea tus recodos
ciertamente eres alguien cuando te miran o hablan
aún escondiéndote tras el dial del cuerpo
en cambio desapareces cuando te acarician
así fusionándote con el amado ser
reincides en movimientos celestes ventosos
es un anochecer sin milagros ni consuelo
fría como lejana torre albigense
nubarrones ahogando aves en sus fuentes
de ello solo permanece una extensa piedra ennegrecida
sobre la cual resbalan memorias de infortunio
el narrador mismo quien pierde solidez y verdad
frente a lo inestable del firmamento
al simple contacto con unas gotas de agua
Entonces,
ese bendito magma ‒siempre oculto bajo su camastro‒ surgió abruptamente tras asirnos de las manos, carbonizando buena parte del piso enmaderado de su habitación. Corrimos desnudos raudamente escaleras abajo, llegando al vestíbulo, para luego salir al patio trasero. Toda la segunda planta se consumía en fuego; espejos y vidrios explotaban sin cesar, mientras aquella vehemente lava ahora descendía por sobre las gradas, rumbo a la planta baja. Desde el ruinoso jardín, contemplábamos cómo se incendiaba vivamente la célebre casona blanca, envuelta en grandiosas llamaradas. No creímos ‒en ese preciso momento‒ que nuestra pasión fuera tanta e inmensa. No nos sería nada fácil explicar este tamaño acontecimiento a quienes nos sucediesen, no solamente afirmando que todo fuera parte de un simple juego infantil. Los otros habitantes de la mansión fueron lentamente saliendo de entre rescoldos, lamentando algunos por lo perdido en las flamas ‒sus sortilegios sobre todo‒, y otros agradeciendo por el término de su esclavitud entre norias. Cubiertos de cenizas, muchos salieron a las calles próximas rogando por alguna dádiva al inclemente invierno; otros sumergieron sus cristalinos cuerpos en el riachuelo cercano, sin miedo a ser arrastrados hacia el torrente mayor de las inútiles cascadas. Cesaron así, luego de desplomarse la última columna del vetusto edificio, los gritos de impotencia, el crujir de los olorosos maderos y las alarmas despertantes: cigarras, cuervos, gansos. Nosotros retomamos nuestras actividades amatorias donde ‒como decíamos ayer‒ entrelazábamos los dedos afectuosamente el uno en el otro, sintiendo la piel húmeda por las ventiscas atraídas gracias a los estragos de alrededor. Y sin perder de vista, por supuesto, las inmensas fisuras abiertas por la inesperada acción volcánica, la cual ya calentaba ‒a juzgar por sus humaredas‒ avizorando una nueva manifestación de la unión libre, envolviendo cuerpos colindantes.
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ANTONIO DE SAAVEDRA (Lima, 1974). Realizó estudios de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue integrante del Grupo Neosurrealista (1995-1999). Dirigió la Revista Neosurrealista (1995-1997), la hoja de poesía Nadja (1999) y las Ediciones De Los Campos Magnéticos (1997-2000). En el campo de la traducción, ha publicado ‒en diversos medios impresos y digitales‒, poesía de César Moro, André Breton, Benjamin Péret, Philip Lamantia, Saint-John Perse, Georges Schehadé, Allen Ginsberg, Galway Kinnell, Charles Simic, Louise Glück, Alice Rahon Paalen, Karla Cordero, entre otros autores. En libro, ha publicado sus versiones de L’Union Libre / Xénophiles de André Breton (Lima: Ediciones De Los Campos Magnéticos, 1997). Viene preparando una versión del poema en prosa Au Lavoir Noir de André Breton, una antología poética de Benjamin Péret, y una versión completa del extenso poema Origins de Maurya Simon, hasta hallar editor. En creación poética, ha publicado las plaquettes Guarismos (1994), Airones (1995) y Canto En El Fuego (1997), y el libro de poemas Laguna De Electricidad (Lima: Ediciones Caracol, 1998). Mantiene inéditos el breve libro de poemas Espejos A La Distancia, el poema de largo aliento Holoturia, y la colección de haikus Garúa O Llovizna.