C’est fini
No es cierto que todas las cosas
nazcan para morir.
Yo he visto árboles deshacerse en pájaros
al final del rosedal sin tener que morir.
He visto a mujeres derramarse en veranos
cada cinco de abril
y no necesariamente morir.
He visto al viento convertirse en piedra
y a la piedra en estrechas calles
en el atardecer que no muere,
sin morir.
No es cierto que todas las cosas
nazcan para morir.
A este año, por ejemplo, no lo reemplaza
el que sigue: antes se funde en él,
y en él se pierde, sin morir.
Todas las cosas nacen, más bien, para entregarse:
a los pájaros, al verano,
a la herida, al cinco de abril.
Sin morir.
Distancias II
No todas las cosas se alcanzan con las manos.
Hay pájaros, por ejemplo, que no se alcanzan
con las manos:
vuelan alto, se escabullen.
Hay montañas que tampoco se alcanzan, porque
se alzan sobre nubes.
Hay grandes linternas o lámparas, incluso, que
no se alcanzan con las manos, están
escondidas en la oscuridad.
Tu cuerpo, a veces, tampoco lo alcanzo,
se hace uno con el mío y lo pierdo de vista.
No todas las cosas nos alcanzan tampoco,
por más que nos acerquemos a ellas.
Entre lo que queremos alcanzar y lo que quiere
alcanzarnos hay una frontera invisible.
La tocamos, pero no la sentimos.
Nos divide, aunque nunca nos abandona.
Dos extremos
Mi vida tiene dos extremos.
En el extremo de la izquierda estoy yo.
En el extremo de la derecha, Dios.
Dios y yo nunca nos hemos visto,
a pesar de que más de alguna vez nuestros
extremos se han tocado.
Mientras él mira hacia arriba, yo lo hago hacia
abajo, intentando no caerme.
Porque a los dos extremos los une un delgado cable,
alto y tenso, como un pájaro de acero.
En las noches camino en dirección al extremo de Dios,
pero apenas llego, Dios desaparece.
El vacío que queda en su lugar es la única comprobación
de que yo existo.
Borrador
Todo lo que he tocado hasta ahora
ya lo habías tocado tú antes.
Las cosas existen, precisamente, porque las tocas.
Yo existo por lo mismo: basta que me toques
un hombro para que exista,
mi pecho para que empiece a respirar,
mis piernas para que empiece a correr,
mis manos para que empiece a escribir.
Si no tocaras las partes de mi cuerpo,
mi cuerpo no fuera más que ese
agujero en el que caigo diariamente.
Yo no sé quién te ha tocado a ti para que existas,
pero estoy seguro que ya existías
desde antes de que alguien te tocara.
Las cosas muertas que yo toco no reviven, sin embargo.
Cuento hasta diez para que despierten, pero no despiertan,
las empujo por la espalda para que avancen, pero no se mueven,
les doy un puntapié, y no chillan,
permanecen calladas en el mismo lugar, inmóviles
y solas, como esperando que vuelvas
a habitarlas.
_________________
Rogelio Guedea (Colima, México, 1974). Es abogado y escritor. Doctor en Letras Hispánicas por la Universidad de Córdoba (España), autor de dieciocho libros de poesía, entre los que destacan: Mientras olvido (Follas Novas, Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro 2001), Razón de mundo (Instituto de Cultura de Nayarit, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2004), Fragmento (Instituto Sonorense de Cultura, Premio Nacional de Poesía Sonora 2005) y Kora (Rialp Ediciones, Premio Adonáis de Poesía 2008). En 2015 recibió un Premio Fulbright por su contribución a la cultura y educación neozelandesa. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, griego, portugués, chino y alemán. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y académico correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.