«¿Cuánto más vas a resistir?», de Tadeo Palacios Valverde

¿Cuánto más vas a resistir? Tadeo Palacios Valverde ¿Y quién no tiene un amor? ¿Y quién no goza entre amapolas? Alejandra Pizarnik   ¿Cuánto tiempo pretendes soportar el temblor de tus huesos, niña? Han pasado dos semestres, ¡dos! Y no es poca cosa. Si te sigues aguantado, fijo se te descose el pecho en pleno […]

¿Cuánto más vas a resistir?

Tadeo Palacios Valverde

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
Alejandra Pizarnik

 

¿Cuánto tiempo pretendes soportar el temblor de tus huesos, niña? Han pasado dos semestres, ¡dos! Y no es poca cosa. Si te sigues aguantado, fijo se te descose el pecho en pleno examen. O peor, se te revienta y, con él, tus costillas —crack-crack como chicitos—. Y cuando de ti no queden más que pedazos, te sabrás perdida en tus silencios de palomita herida. Tu mamá dirá entonces que tu pecho se ha rasgado como el velo del templo en viernes santo y que cómo te atreves a ofender al Cristo que te puso alrededor del cuello y que ahora se caerá de la purita vergüenza —PLUNK—, decidido a perderse entre tus pechos. En ese «te amo» que hierve en tu garganta, tullido y sin poder brotar nunca, nunca jamás. Un te amo abominable, horrible, diría tu madre, porque sabes bien que apenas lo confieses, perderás el derecho de llamarte su hija. Un te amo, uno solo basta y lo sabes.

Pero, aun cuando cada una de las sílabas se hunda en el mar calcinante del pecado, eso a ti no te importa. ¿Por qué? Porque estás templada, ¡templada, mujer! Templada, como la línea en la que el sol se columpia antes de venirse abajo con la tarde y sus pájaros ardiendo, antes de caer desde la cima de los árboles, como la enorme papaya que es, y herir al ocaso con su pulpa llena de naranjas y rojos, púrpuras y rosados. Templada, como cuerda de guitarra, como rasgueo finito de acordes que el viento arrastra en su huida Y que hieren tu piel. Templada, como cuerda de arco. ¿Preparada? Apunta… ¡Dispara! Y la flecha que eres, flecha ansiosa y al acecho, espera dar en el centro mismo de ese corazón que anhelas.

Debes abandonar el gorjeo, niña. Deja de ahogarte en las ganas que tienes de acercarte a su escritorio, de largar al resto de mirones y comerle la oreja derecha. Lucha contra eso que te impide hurgar en la luz de las palabras que construyen su ser. Disipa las sombras que impiden que te le acerques. Al fin y al cabo, todos estamos hechos de murmullos que nuestros labios acarician y hacen suyos. Significados, etiquetas, que dejaron de importar(te) hace mucho y que estás dispuesta a olvidar para llenarte de su luz y así, por un momento, olvidar que eres la alumna, la mocosa que recoge su cabello en cola, que espera en la penumbra del salón una señal, un destello que quizá jamás llegue, pero que, de hacerlo, te haría ignorar su traje de sastre, su andar de grulla, ligero, acompasado, plumón en mano y su voz agitando el espacio que respiras solo para preguntarte «¿Y para ti qué es poesía?», y esperar dulcemente, tontamente, humildemente, a que le contestes, vencido el tartamudeo y las cosquillas en el vientre, que poesía, «poesía eres tú, somos tú y yo, yo y tú». Aunque luego duela darte cuenta de que desconoce ser el centro de tu historia. Aunque ignore la verdad ―¿la ignora?― , una que parece repetirse en cada gesto inocente, cada una de las seis horas semanales que te la pasas disimulando atención a su cátedra en lo que miras su andar de nube y solo finges seriedad mientras crees tocar el cielo a su lado, tres días por semana, y dejas los otros cuatro para encontrar el modo ideal, el menos malvado, de confesarle tus sentimientos, de perderte para siempre en un beso a puerta cerrada.

***

La quemazón crece, te desborda. Eres un planeta a la deriva, uno que dejó su órbita hace mucho, o mejor aún, una estrella extraviada entre el polvo de galaxias muertas, a punto de quebrarse. Vas a reventar y la explosión comenzará en la punta de tus dedos, listos a pacorretear, a garabato limpio, el examen que tiene a tus compañeros dando de cabezazos en las carpetas; en tanto que, feliz, te sabes vigilada por ojos que rehúyen a los tuyos ―¿será que te corresponde? ― y que se posan, sobre las cabezas de los chiquillos que mastican, una, dos, cien veces, sus respuestas en un silencio que ni así podría compararse al que llevas aguantando dos semestres, ¡dos! Y te preguntas nuevamente: ¿Cuánto más vas a resistir? ¿Por qué no declarártele? ¿Por qué no decirle que te has matriculado en cada uno de los cursos que ha dictado porque su voz, sus manos —palomas hermosas en el cielo blanquísimo de la pizarra— te sostienen, te explican, te justifican? ¿Por qué (o para qué) seguir disimulando?

Es tu última oportunidad. Literalmente, es el último año que tienes, el último que les queda. Luego, te largas al roche que es conseguir un trabajito en el que no se sufra tanto (no existe), aunque sepas que al callar sufrirías mucho más. ¿Acaso por vergüenza? Sí, quizá hay algo de eso. Digo, has tenido novio antes, ¿verdad? Bueno, no es muy diferente. Salvo el golpe que te dio, los gritos, maldita sea. No, no está vez. Pero… ¿Y si ya tiene a alguien? ¿Te lo has preguntado? No, y francamente, a estas alturas poco te importa. Serías capaz de escribirle a su pareja —si acaso tuviera una— y pedirle que le de cinco o seis besos de tu parte, y aún podría parecerte poco. Pero te pone triste recordar la vez que les dijo a ustedes, sus alumnos, que el año que viene ―¡cuán lejos te parecía entonces!­― se iría a un master de esos que añaden aplausos al nombre. Se va lejos, muy lejos del alcance de tus pies, y aún más lejos del de tu bolsillo. No hay dolor ni distancia que se compare al de llevar como rehén un cariño que se tambalea en esa angustia que no conoce descanso, ni feriados, ni fines de semana. Prefieres un rechazo, pero tienes que soltarle todo este rollo primero. Una sonrisa, un abrazo, su boca cerrándose en tu frente (con cierto dejo de lástima), su boca sonriendo con desdén, una mueca de asco, cualquiera te basta.

***

Ay, mujer. Te hierven las tripas, las mejillas te queman, los huesos te duelen. Hasta que ―¡PLUNK! ―, es inevitable, el amor se cae, y qué hacer si, como dice la canción, el amor se cae, se nos cae. O, lo que es lo mismo, qué hacer si es uno el que se cae dentro del amor y, de pronto, te encuentras mirando desde el fondo del pozo un cielo donde los astros no titilan a lo lejos, donde nada importa, donde la expresión muda, falsa, no amenace constantemente a la vida. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

***

Se conocieron en el pasillo, un día de abril en el que el resto de los maestros ―«los nombrados», los que no temen robarle unos días al Estado― alargaban sus vacaciones. Sin duda, era la voluntad, la dedicación y la puntualidad con otro nombre, uno muy bonito, joven y responsable (o así te sonó).

Trataste de sentirte su amiga desde la primera clase. Aquella ocasión, llegaste con otros tres compañeros que a duras penas aguantaron la introducción del curso. Quince minutos y chau, chau. «¿Me ayudas a cargar el proyector hasta mi carro? Yo cargo la portátil». Pronto, supiste que cinco eran los años que mediaban entre ustedes. ¡Cinco! Te fascinaba porque, en la forma en que hilaba sus palabras, descubriste el abrazo que nadie había querido darte. Un arroyo fresco del que estabas dispuesta a beber, a pesar del sufrimiento que los demás te causarían si alguno, el que fuese, descubriese tus intenciones. En silencio, escuchando, descubriste que el amor no tiene por qué sostenerse sobre excusas. Y, con cada sesión, con cada lectura, con cada vaivén de sus pupilas sobre los versos que llenaban el salón, te sentías transparente, una con el sonido de su voz en la que perdías la tuya. Aunque lo negases, amaste mientras recitabas, por ejemplo, que hay que «partir/ partir en cuerpo y alma/ partir». ¿Debiste figurártelo? No, no tienes la culpa. ¿Cómo podrías haber intuido que Pizarnik anunciaba el día en que debía marcharse para no volver? ¿Cómo adivinar que los versos arrojaban luz al final del semestre? ¿Cómo sospechar que aludía a la distancia que iba a separar sus cuerpos? Lo cierto, querida, es que no tendrás otra oportunidad como esta. Si no lo haces hoy, si no se lo dices hoy, lo siguiente, piensas, sería mirar cómo se muere el sol y caminar sin detenerse hacia el fondo del mar.

***

Se agota el tiempo del examen y la gente entrega sus papeles con una atropellada tristeza. Tú no. Tú debes aguardar. Así que finges revisar las respuestas. Las recorres como buscando valentía en cada letrita, en cada punto. Miras el reloj y quedan cinco minutos. Cuando el último de ellos se haya ido, podrás hablarle y, de una vez por todas, preferir su mirada antes que la duda insoportable de los « ¿Y si hubiera…?». Solo así podrías calmar a los fantasmas que creíste haber vencido, pero que se empeñan a colgar de tus pies todavía como estorbosos grilletes.

Debes confesarle lo que sientes. Callar sería para ti una herida aún más grande y terrible que cualquiera de las que te abrió el animal de Rubén. Felizmente, la denuncia lo ahuyentó. La vergüenza y el miedo a la cárcel pudieron más. Pero las marcas en tus brazos, en tu cuello, tardaron en borrarse. Las otras, las que ocultas en silencio, nunca sanarían. El par que te hiciste en las muñecas te acompañarán hasta el final de tus días. ¡Vamos! No querías que te juzgaran. No querías avergonzar a nadie y por eso te convertiste, sin sospecharlo, en su cómplice. «Vergüenza». ¿Qué iba a decir tu madre? Ya podías verla llorando al pie del Padre Garrigues, echándote de la casa, pretendiendo no ser tu mamá, maldiciendo su suerte por siempre jamás, por siempre jamás. Seguro que, de saber lo que sientes, lo que eres, hubiera preferido no haberte parido. ¿Y la gente del campus? ¿Y el Cristo que cuelga sobre tus pechos? El infierno, la tortura que espera al que repudia a la naturaleza, las advertencias, los comentarios, las burlas que no querías recibir, todo eso te oprimió durante mucho tiempo. Un beso a quién «no debiste», un beso, solo uno, hizo que el salvaje te rompiera la boca. Lo odiabas y te consta. Tú solo aceptaste la farsa para que tener contenta a tu madre y a la de él, viejas de la misma parroquia. Aguantabas a ese bicho para que las muchachas dejaran de joderte con eso de machona. Además, tu madre lo quería tanto… ¡Pero se acabó, carajo! ¡Ya no puedes seguir muriéndote ni te sigan matando! A fin de cuentas, estás templada, templadaza, mujer.

¡Alza los brazos y vuela!

Habrá quien te desee el pus de un castigo divino, uno que, sospechas, no llegará nunca. Habrá quien ansíe, y mucho, cogerte a pedradas por querer que te quieran. ¡A la mierda con todos!

Mereces una respuesta, la que sea. Un sí, un no. Y vivir.

Aunque tiemble tu gorjeo de palomita herida al fondo del salón, no estás sola, nunca lo estuviste.

***

El examen terminó. Un murmullo de hojas huracana, quiebra el silencio. Afuera, el sol es un cadáver.  El horizonte, lleno de sangre. La noche, un coro de carpetas que empieza a levantarse. Fierros arañando el piso del aula y un bosque de sombras en movimiento. Hay quienes dejan el aula como ataúdes. Otros, pronuncian un abecedario de alternativas mientras celebran o maldicen. De pronto, te quedas sola. Este es tú momento.

Disculpe, profesora…

Y ella te mira y sigue ordenando los papeles que habrá de corregir por última vez. Tú insistes.

—Profesora, ¿me permite unos minutos?

La luna desnuda sus cuernos. Los alumnos se han marchado ya. Una puerta se cierra. Tiritan ―te duelen― los huesos.

 


TADEO PALACIOS VALVERDE (Piura, 1994). Escritor y bachiller en derecho por la Universidad Nacional de Piura. Ha sido becario del programa «Arequipa Imaginada» del Ministerio de Cultura del Perú (2017), de la fundación alemana Hanns Seidel y del XXII Curso de Extensión Universitaria de OSIPTEL. Colaboró con columnas en los portales Punto y Coma y Mano alzada. Desempeñó el rol de gerencia en la Editorial Malos Hábitos y condujo un espacio radial homónimo en Radio Cutivalú (2016-2017). A los 19 años publicó el conjunto de cuentos de horror Susurros del Abismo (Caramanduca, 2014) y tiene inédito un libro de relatos. En 2016 obtuvo el 2° puesto en el II Certamen Literario Nacional Cinemafic 2015-2016, organizado por Cinematosis y el ICPNA, sede Miraflores. Y en 2017, fue el ganador del Certamen Nacional de Cuento Jurídico «La Justicia» de la Universidad del Pacífico. Escritos suyos aparecen en publicaciones nacionales e internacionales como Metáforas: Expresión Literaria en la Universidad Nacional de Piura (Lengash, 2013), Eridiano Peruano 2 (Alfa Eridiani, 2015); Nuevos Relatos Mágicos del Perú (Malabares editores, 2016); Cuentos Ocultistas (Editorial Cthulhu, 2016); Tenebra. Muestra de cuentos peruanos de terror (Torre de Papel, 2017); El Desafío de la Brevedad (Apogeo, 2018); Pesadillas. Relatos de terror y fantasía traducidos al quechua (Apogeo, 2018), Manuscritos de R’lyeh (Editorial Cthulhu, 2018) y las antologías digitales Playlist para chicos sin color y Revista Molok. Actualmente, desarrolla la plataforma digital Sonambulario.

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