Escribe José Carlos Picón
¿Una máquina puede ser concebida o pensada lejos del ámbito de la mecánica o la electrónica? El cuerpo, en ese sentido, ¿podría ser una máquina? La percepción subjetiva, ¿otra? ¿Puede el poema encarnar un pensamiento sobre el acto de componer versos, de la pulsión que los motiva, del proceso oculto que lo materializa, finalmente?
No sabemos si en “Objeto distante”, libro de Diana Moncada, realmente se responde a estas preguntas, no obstante, sí pensamos que constituye un audaz ejercicio de penetración en el interior de la escritura, sus motivos, el cuestionamiento dentro del poema sobre la intuición y otros mecanismos.
La voz que conduce el discurso en los versos de Moncada, avanza, a paso dilatado, por planos y escenarios de naturaleza diferenciada. A veces por atmósferas poéticas tugurizadas de señas y trazos urbanos, geográficos, otras, por un cauce espacial que permite delimitar signos o coordenadas en las que habita la abstracción.
Entonces, la máquina es imparable. La máquina, la pantalla, la sugerencia de la interface: “se imitan los sistemas constructivos de la naturaleza”. Inevitablemente, las dimensiones involucradas son fusionadas por el poder de la escritura en absoluta libertad. Tanto el acto de escribir, como el poema, responden a un sistema y encarnan uno. Desligarse y dar voz a una entidad desde la individualidad es imposible. La individualidad retorna a sí misma en un contexto de reconocimiento de la subjetividad, mas no en el proceso creativo.

Otra dimensión, al principio oculta, es perfilada: “la máquina es un ángel y solo un ángel para la mujer”. Dónde se ubica el yo poético y su “pulsión de maquinidad”. La representación sugerida en “objeto distante” es copia, una copia que proviene de “la puesta en escena de la máquina”. Moncada ensaya, intenta, desbroza. “La mano es espectadora. (…) Las copias descubren el deseo primero cuando la mañana aparece para nunca acabarse”.
“Mujeres-máquina piensan en la mano. Crean copias buscando su habla (…) El aire numeroso es el lenguaje maquinal y este lenguaje se repite en secuencias”. Así va deliberando la poeta. No es gratuita la referencia a Simone Weil, quien ya casi al final del libro, señala: “Amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre un y lo que se ama”. La frescura, el goce y la tensión de crear o recrear tanto la copia como del objeto, configuran las posibilidades del lenguaje para “convertirse en oraciones completas que desborden las líneas curvas de ese signo y fluyan y duren”.