Escribe Luis Eduardo García
Mario Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez Correa escribieron en el siglo XX las novelas más ambiciosas de la literatura peruana, pero ninguno de ellos dos buscó en su afán totalizador expresar la complejidad de la cultura peruana que no fuera la del presente mediato e inmediato que les tocó vivir.
En sus libros, ambos se avocaron a aspectos sociales que pusieron en evidencia los conflictos y las tensiones sociales del mundo urbano rural costeño, en el que el Perú es visto como un microcosmos simbólico. La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral de Vargas Llosa y La violencia del tiempo de Gutiérrez Correa son muestras indudables de esto. Con menos afán abarcador, aunque con más desgarro y profundidad, José María Arguedas exploró un espacio cultural más definido: el mundo andino quechuhablante y mestizo en el que vivió.
Rafael Dumett, formado en la dramaturgia y el teatro, ha escrito en el siglo XXI una novela que da un paso más en el enfoque totalizador y propone una mirada fundacional, desde la ficción novelesca, sobre nuestro pasado, específicamente sobre la cultura andina de los siglos XVI y XVII.
Debido a su desmesura y pretensiones, El espía del inca puede ser considerada una novela histórica, en el sentido que ficcionaliza un periodo de nuestra historia; una novela antropológica, en la medida que presenta un contexto intercultural, una narrativa social y un conjunto de actores sociales que dialogan con su presente, su pasado y su futuro; y una novela sobre el poder, ya que no solo explica los meandros de este, sino que describe, con pasmosa crudeza, sus aristas violentistas y autoritarias.
La anécdota de la novela sigue los avatares de Salango (una de las tantas identidades que utiliza este personaje mítico), para recatar a Atahualpa del cautiverio al que lo tienen sometido los conquistadores. Salango no es un espía cualquiera, es un ser dotado de una gran memoria para la contabilidad y las matemáticas (es capaz de contar en un segundo el número de estrellas que alcanza a ver su vista en la noche o el número de maíces que hay en un puñado antes de que estos toquen el suelo), así como para el tejido del quipu y las artes del espionaje. Es, además, un ser lleno de contradicciones, alguien que sirve en algún momento a varios jefes. Para empezar, es de origen chanca y debería ser un enemigo incondicional de los incas, no obstante, está al servicio de Atahualpa.
Para construir su novela, Dumett parte de una noticia (aunque esta aparece formalmente al final de la novela, como un documento): el hallazgo de un quipu gigante (el M373) en una chullpa que contiene información no numérica difícil de interpretar. Antes de presentar esta información, el narrador cierra el círculo de vida de Salango, ahora bajo el nombre de Pedro Anco Ayllu, mediante una estratagema narrativa: a su deceso, este es enterrado en una chullpa con un quipu gigantesco en el que ha trabajado los últimos treinta años de su vida de manera secreta y en el que hace una recapitulación de su vida como espía al servicio secreto del inca. Si lo queremos ver de esta manera: lo que leemos en la novela es lo que Salango ha dejado en el quipu a la posteridad.
En su composición, El espía de inca sigue la organización de un quipu, ese artefacto extraño e indescifrable en el que los quipucamayocs consignaban, al parecer, no solo la contabilidad y los censos, sino también el relato de los hechos históricos. La novela sigue este derrotero: el de los nudos y las cuerdas de colores conforme avanza la tensión narrativa y se aproxima el desenlace.
La novela que, según su autor, le costó escribir diez largos años, recoge gran parte del saber histórico, etnológico, antropológico y lingüístico de los siglos XVI y XVII. El eje es la cultura inca, no obstante, gracias a su entramado, presenta también las feroces e irresueltas tensiones entre esta cultura y las de sus enemigos, a los que había sometido a punta de garrote y tributo (huaylas, tallanes, otavalos, huancas, chancas, chachapoyas, cayambis, caranguis y otros más).
Son muchos los aciertos de esta novela, entre los cuales podemos mencionar la forma en que, pese a la extensión del relato, desarrolla la trama narrativa, la plasmación de la atmósfera histórica, la magnífica interpolación de los mitos, leyendas y otras manifestaciones de la cultura popular. Mención aparte merecen el manejo de los diversos registros lingüísticos y el punto de vista. Es cierto que en algunos momentos el narrador se excede en la reiteración de hechos y anécdotas, sin embargo, el balance general arroja resultados óptimos. Estamos, sin duda, ante la más importante novela en lo que va del siglo XXI. No exagera Alberto Vergara cuando dice que la novela -publicada en las últimas dos décadas- que todo peruano debe leer es El espía del inca.
Y deben leerla, creo, para encontrarse a sí mismos como sujeto histórico.