El horror en la cueva, de Daniel Salvo

Un arqueólogo espera descubrir en una cueva, algo que lo aleje de la mediocridad de sus colegas. Y tanto lo desea que... lo encuentra.

Publicado

30 Jul, 2024

Un cuento de Daniel Salvo

Día uno: Lo tengo todo listo y planificado. Mañana ascenderé a la cima del Achuntay. No es el verdadero nombre del nevado, claro está. Lo he consignado así por si acaso este libro de notas cae en manos de terceros. Sobre todo, “esos” terceros siempre dispuestos a atribuirse los logros de jóvenes arqueólogos como quien esto escribe. Arqueólogos viejos que vieron pasar sus mejores años sin realizar ningún descubrimiento de importancia, juntando piezas o huesos en el gabinete de alguna universidad o museo de provincias, mendigando ayuda de alguna institución extranjera… Lo siento, esto no lo puedo compartir.

En el Perú, decimos “achuntar” cuando acertamos en algo, sobre todo, cuando el acierto es casual. Como tantos practicantes y jóvenes egresados de arqueología, me tocó participar en una excursión a … “ese” lugar, que todos conocen, al lado del nevado tan famoso y visitado por turistas. Un sitio donde no queda descubrimiento alguno por hacer. La excursión fue más turística que otra cosa.

Pero para mí, tuvo sus frutos. Un repentino rayo de sol entre las nubes, la sombra de una roca, diferentes texturas en la nieve… Y he aquí que, en una foto tomada con la cámara de un teléfono celular, se marca bien claro un trazo trapezoidal en la cara vertical de la montaña de al lado, precisamente junto a un saliente sospechosamente plano. Pero no está en el nevado tan conocido, sino en el de al lado, en el “Achuntay”.

Fue cosa de volver al lugar en repetidas ocasiones, y planificar poco a poco mi solitaria expedición. El Achuntay no es visitado casi nunca, ni siquiera por quienes buscan nieves frescas para preparar raspadillas, a pesar de encontrarse más cerca que otros nevados. Su acceso no es difícil, bastan un par de horas para llegar desde la ladera hasta el saliente rocoso donde se encuentra la marca trapezoidal.

¿Qué espero encontrar ahí? La verdad, lo más probable es que se trate de un sacrificio humano, alguna joven ofrecida a los apus, las montañas tutelares, para pedir algún favor. No será el primero en el Perú, pero si en esta zona, y además, en una montaña como el Achuntay. Una vez que hay divulgado el descubrimiento, mi carrera como arqueólogo despegará, a diferencia mis mediocres compañeros y profesores.

Día dos: Tengo todo listo para el ascenso. Provisiones, iluminación, y sobre todo, una fuente confiable de energía para el contacto satelital vía GPS, contratado con un conocido proveedor internacional… Nada de “área fuera de cobertura” ni baterías descargadas, como en las películas de terror. El plan es ascender hasta el saliente rocoso y examinar la marca trapezoidal. Mientras tanto, estaré en contacto permanente con la empresa monitora. Nadie más sabe acerca de esta expedición.

Dia dos, dos de la tarde: ¡Todo ha sido tan fácil! Estoy en el saliente rocoso del Achuntay, y me he detenido un momento para descansar y redactar estas notas. He comprobado la conexión GPS y funciona. ¡Igual que el celular! Acabo de conversar un rato con Tere, mi enamorada, que estaba hecha una furia por mi súbita desaparición. Es que la razón de este viaje no podía contársela a nadie… ni a ella.

Son las dos y media. Comienzo a tomar fotos. Efectivamente, se trata de un marco trapezoidal, como una puerta. Apenas se nota a simple vista. Se aprecia una pared de hielo, cubierta de la escarcha habitual. Debe tratarse de una capa de hielo muy gruesa. Es difícil establecer una datación siquiera aproximada. La marca trapezoidal indicaría influencia de la cultura inca, pero la cueva podría ser anterior… Dejaré eso para más adelante, me bastará con las fotografías que prueban que se trata de una entrada a una cueva, cuyo acceso ha sido marcado en tiempos prehispánicos.

Pero si notifico esto, entonces el descubrimiento ya no será mío. Me recordarán simplemente como el que señaló el lugar, como a ese pobre infeliz que guio a Bingham a Machu Picchu a cambio de una limosna… Hay tiempo, veré si puedo hallar otro detalle.

Tres la tarde. No hay duda que la fortuna me ha sonreído. Estoy eufórico por mi buena suerte: la capa de hielo es delgada y quebradiza. Se que eso va contra toda lógica, dada la época remota en que debió formarse. Y tal parece que tenían mucho interés en que nadie diera con esta cueva, salvo quien estuviera al tanto de su ubicación.  Me pregunto si la pared de hielo que cubre la entrada se ha formado de manera natural. Una vez apartada la escarcha que la cubría, se ha revelado como una pared recta, como si hubiera formado parte de un bloque que alguien hubiera utilizado para cubrir la entrada. Y es un hielo bastante singular, prácticamente carente de impurezas… Basta la simple luz del día para percibir el interior mirando a través del hielo. Por dentro se ve como cualquier otra cueva, al menos hasta donde alcanza la vista. Utilizando la linterna, se percibe algo más, pero no gran cosa.

Se me ocurre que estas misteriosas propiedades del hielo se deben a un fenómeno con el que no contaban los antiguos: el tan cacareado calentamiento global. Cuantos grandes  nevados del Perú se han convertido en moles de tierra desnuda y sin gracia… Si bien el “Achuntay” todavía contaba con las llamadas “nieves eternas”, una capa de hielo era otra cosa, y con seguridad, esta ha venido derritiéndose desde quien sabe cuánto tiempo. Aunque la calidad del hielo que se encuentra en los alrededores de la cueva es muy distinta. En fin, otro misterio a investigar.

Cuatro de la tarde.  Bastó un golpe en el hielo con mi martillo cateador, para que este se partiese en trozos pequeños. La consistencia parecía más bien la de la mica o algún plástico de poca resistencia. Por supuesto, he tomado las precauciones del caso, y me he colocado la máscara de oxígeno incluso desde antes de dar el primer golpe. En menos de media hora ya había logrado abrir un agujero que me daba un acceso más que decente al interior de la cueva, sin haberse reportado mayores incidentes.

El aire de la cueva es similar al de cualquier otra. Un tanto recargado, pero salubre. Por dentro, es más amplia de lo que parece. Se aprecian una serie de oquedades, acaso accesos a otras cuevas. Pero no parece haber otra cosa. En un radio de cinco metros a partir de la entrada, no hay absolutamente nada.

Cuatro y media de la tarde. ¿Me he esforzado tanto por nada? Es una cueva vacía, carente de interés salvo para un espeleólogo. Paredes de roca desnuda, suelo cubierto de polvo y piedras. Parece que el único hallazgo de importancia será la marca trapezoidal.

Cinco de la tarde. ¿Me habrá afectado la altura, o el aire de la cueva, o qué…? Lo que en un principio había tomado por un par de piedras, se reveló como UNA MOMIA. Pero, ¿cómo es que no la había visto antes? En fin, después de todo, la cueva es oscura, salvo donde cae el haz de luz de la linterna. Pero juraría que ya había iluminado ese lugar. Igual, sé que estoy escribiendo estas tonterías sobre la linterna y la luz debido a la emoción, porque… ¡he hallado una momia en una cueva! Por consiguiente, deben haber otras restos, como ceramios, tejidos, alimentos… Luego los buscaré. Por ahora, haré un breve examen de la momia, con las respectivas fotografías. La cámara funciona, aunque se que no debo abusar del flash.

He colocado la linterna junto a la momia. Está desnuda, pero tiene la piel cubierta de tatuajes, algunos muy parecidos a los que yo mismo tengo. Es difícil precisar si se trata de un hombre o de una mujer, puesto que la zona inguinal no parece deteriorada, sino vacía. ¿Un eunuco quizá? Está en una posición extraña, con las rodillas flexionadas y cubriéndose parte del rostro con la mano izquierda. A su lado, sobre el piso, se observa la mano derecha, unida al antebrazo. Al parecer, le fue amputada, quien sabe con qué propósito.

Es impresionante la expresión del rostro. Es de un terror indecible, que deja adivinar acaso algo de locura. Y parece que me estuviera observando… Pero no, se trata de un montón de carne y huesos secos que han permanecido en esta cueva quien sabe desde cuándo… Los rasgos del rostro no se parecen a los de ninguna etnia conocida.

Extraño, comienzo a percibir un ligero olor a carne podrida…

¡Maldición! Dejé caer la linterna y ésta se apagó. Tardó bastante en volver a encender. Por suerte, aún hay luz diurna, aunque comienza a menguar. Creo que ha sido suficiente por hoy. El olor a carne podrida se hace cada vez más intenso. Tomaré una última foto a la momia y al brazo, y será suficiente. Ni bien salga de la cueva enviaré parte de la data por Internet. Lo suficiente para anunciar el hallazgo y que se me reconozca todo el crédito del descubrimiento. Ya en un laboratorio con el instrumental adecuado, la momia me parecerá menos impresionante.

la maldita linterna ha vuelto a apagarse. de repente me siento pesado y desganado, y apesta más que nunca a carne podrida. cerrar los ojos me causa dolor. me duele todo el cuerpo ahora. miro hacia la entrada de la cueva, y me veo A MI MISMO afuera, de pie, mirando al lugar donde me encuentro, con una expresión sardónica que jamás he tenido. Intento ponerme de pie, pero no puedo, el cuerpo no me obedece, trato de ver el resto de mi cuerpo y percibir alguna sensación, pero solo puedo sentir cómo mi mano izquierda sostiene la linterna, que alumbra mi cuerpo desnudo y de piel amarillenta. suelto la linterna, y me llevo esa mano al rostro, sintiendo cómo revienta la piel de mis dedos y la de mi mejilla, palpo mis dientes que asoman tras la caída de mis labios, mientras veo cómo mi desprendida y podrida mano derecha, sobre el piso, sostiene un lapicero con el cual, contra toda lógica, está escribiendo en mi cuaderno de notas estas palabras …

***

— ¿Tere, ya supiste a dónde se fue Alberto?

— Si, el muy… se había ido a la sierra. Me llamó en la mañana. Dijo que iba a subir a un cerro o algo, que no me había dicho nada antes por…  precaución.

— ¿Ah, si? Para mí que te está viendo la cara de…

— No digas nada. En la noche volvimos a hablar, encontró una cabina de internet y estuvimos chateando un rato. Me pidió disculpas por no haberme avisado de su viaje, aunque… No sé, no parecía la misma persona.

— ¿No te digo? Es por el sentimiento de culpa, seguramente estuvo con otra y ahora se arrepiente, ya te dije que así son los hombres.

— Esta noche regresa a Lima y mañana nos vemos a primera hora. Dice que tiene algo muy importante que decirme. Pero no sé…

— No le creas nada Tere.

— Es que no parecía él, sabes. No parecía él…

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