El primer libro de matemáticas llevaba el nombre del Perú

¿Sabías que el primer libro de matemáticas que se publicó en el continente americano en 1556 llevaba el nombre del Perú? El escritor Ulises Gutiérrez Llantoy se sumerge en la mar brava de los números para contarnos la increíble historia de Juan Díez Freyle, el hombre que trajo las matemáticas al Nuevo Mundo.

Escribe Ulises Gutiérrez Llantoy

El primer libro de matemáticas que se publicó en el continente americano, allá en 1556, llevaba el nombre del Perú. “Sumario Compendioso de las quentas de plata y oro que en los reynos del Piru son necesarias a los mercaderes y todo genero de tratantes. Con algunas reglas tocantes a la Aritmetica” lo tituló, concreto y sucinto, de frente al grano, su autor, don Juan Díez Freyle, que llegó a la Nueva España desde México como capellán de Hernán Cortez y que, tras los años en la conquista de los mexicas, se quedó en aquel lado de Las Indias a enseñar el arte de los números.

Edición original del “Sumario Compendioso de las quentas de plata y oro que en los reynos del Piru son necesarias a los mercaderes y todo genero de tratantes. Con algunas reglas tocantes a la Aritmetica”.

Díez Freyle que, todo indica, nunca caminó por los reinos del Perú (porque no hay crónicas peruanas que lo nombren), pero que, para aquellos años en que el analfabetismo matemático y la discalculia —es decir, la capacidad para comprender, aprender y realizar operaciones matemáticas basadas en números— eran moneda corriente, le bastaron los flujos de caja y las noticias que llegaban desde los reinos del Perú para saberse al revés y al derecho el arte de llevar bien las cuentas del debe y el haber al que todos los comerciantes del oro, la plata y piedras preciosas del sur de Las Indias estaban obligados a rendir ante la Corona, a su paso por Centro América, camino a Europa, desde que, en 1537, 1539 y 1544, respectivamente, empezara la explotación minera de los yacimientos de oro y plata de Lucanas y Parinacochas; las minas de plata en Jauja y Huancayo; las de oro, en Jaen y Carabaya; pero, sobre todo, desde que en 1545 empezara la explotación de la inmensidad hecha cerros de plata de los cerros de Potosí.

Díez Freyle quedó prendado de la magia de los números y no se detuvo sólo en el debe y el haber, sino que se adentró en la lógica que gobierna la aritmética, como reza en el título de su libro publicado en México en 1556, en la primera imprenta que hubo en América. La aritmética que en esos años de principios del renacimiento no se enseñaban en las universidades ni en los centros de estudio de las Europas (porque esas eran cosas de calculistas y comerciantes, no de clérigos, y porque era bien sabido que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja a que un rico entrara en el reino del señor), fue desarrollada por los comerciantes, autodidactas, auto aprendidos por los golpes y los sustos de la pérdida del capital, los que, para no ser engañados en las cuentas, las ventas y los pagarés, llevaban los pininos de la aritmética desde la zona de Italia por todas las Europas; las Europas que, recién desde 1202, estaba aprendiendo a sumar, restar, dividir y multiplicar de verdad, a grandes sumas, después de que Leonardo de Pisa, más conocido en este mar de lágrimas como Fibonacci, con su libro Liber Abaci, introdujera en el mundo cristiano el sistema de numeración árabe-hindú que hoy usamos en casi todo el mundo, en lugar de la tortura china que era hacer las operaciones elementales usando el sistema romano (que después del millar era ya un martirio de cuentas y que, aún en esos años, no sabía de números quebrados).

Detalle de la estatua de Fibonacci que descansa en el Cementerio Monumentale de Pisa.

Pero el sistema árabe-hindú trajo consigo también la enseñanza de la raíces cuadradas, cúbicas y la potenciación. Fue después de los libros de Fibonacci -como el “Suma de la art de arismetica” de Frances Sanct (Barcelona, 1482)-, que se consideró la regla de tres simple, las operaciones con números fraccionarios y las progresiones. El libro de Sanct es considerado como el primer libro de matemáticas producido por los hispanos.

Díez Freyle no se quedó en “el debe” y “el haber”, ni en la regla de tres simple ni en los números fraccionarios, sino que traspasó las puertas y husmeó en la sala de estar del álgebra (del álgebra lo que se dice álgebra, porque, al contrario de lo muchos pudieran pensar, fue recién en el siglo XVI que en las Europas y Las Indias, el álgebra, con la masificación del sistema arábigo-hindú y el uso de las letras del alfabeto latino en las ecuaciones, dejó de gatear, se irguió y comenzó a caminar adentrándose en las abstracción de las matemáticas que, con el renacimiento y la edad moderna, desencadenó la racha de conocimientos con que contamos hoy en día), y ya en el español que se hablaba en Las Indias, ya con acento mexicano, dejando de lado el latín con que se escribían los libros en esos tiempos, en la parte final de su Sumario Compendioso, después de la parte de la aritmética mercantil -que era lo que le interesaba al mercado lector-, se mandó con la solución de problemas matemáticos utilizando ecuaciones de segundo grado de la forma: ax^2 + bx + c = 0; no en la notación algebraica como que la escribo aquí y que es como la conocemos hoy, porque en 1556 Díez Freyle aún no conocía la rueda en las matemáticas y —en eso sí, desactualizado— todavía utilizaba el sistema romano para dejarse entender.

“Diez questiones de arte mayor reservadas al algebra”, subtituló a este capítulo final, del que les hablo y que es su verdadero aporte a las matemáticas; siendo la primera vez que en todas las América y Las Indias se imprimía un libro de matemáticas, la primera vez que se imprimía la palabra “álgebra” —que es como se empezó a llamar al universo de las matemáticas—, gracias a Juan Díez Freyle y al oro y la plata que venían desde los reinos del Perú.

Ulises Gutiérrez Llantoy
Es ingeniero sanitario, graduado de la Universidad Nacional de Ingeniería. Cursó estudios en la Escuela de Escritura Creativa de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado el libro de cuentos The Cure en Huancayo (2008) y las novelas Ojos de pez abisal (2011); El año del accarhuay (2017), dentro de la Colección del Bicentenario; y Cementerio de barcos (2019).

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