Escribe Rodrigo Ledesma
Son dos historias desarrolladas en paralelo. Por un lado, la historia de la familia Colmenares y su crisis, que es principalmente económica. Por otro lado, la historia de don Manuel, un banquero que mueve los hilos del poder en el Perú. Ambas historias tienen como telón de fondo a la tradicional celebración religiosa del “Señor de los milagros”.
En esta novela, Oswaldo Reynoso despliega una variedad de voces narrativas. Emplea el monólogo interior para introducirnos en la intimidad de sus personajes y además se vale tanto de un narrador en tercera persona como de un narrador-cámara, cuya objetividad contrasta de manera interesante con los pasajes subjetivos del relato. La combinación de estas voces y sus correspondientes perspectivas, así como el hábil manejo del tiempo narrativo, enriquecen la historia y generan un flujo de lectura cautivador.
Sin embargo, más allá del plano formal, que Reynoso domina, es el contenido de «En octubre no hay milagros» lo que más me interesa. Al fin y al cabo, es en la selección de los personajes, sus creencias, y en la manera en que piensan y actúan, donde se revela la intención del autor con respecto a lo que expone en su obra.

En un principio, captó mi atención el título de la obra, en la que hay una clara postura realista, transgresora y desencantada hacia la religión cristiana católica. Me resulta comprensible y hasta interesante el intento persuasivo del autor al presentarnos una realidad cruda en la que la fe se tambalea o incluso parece inútil. No obstante, tras una lectura minuciosa de la obra, me inclino a pensar que el título más adecuado habría sido: «En octubre, para don Manuel y la familia Colmenares, no hay milagros».
A través de su prosa poética, Oswaldo Reynoso, logra dar forma a esta realidad ficcional y persuadir al lector de la verosimilitud de la misma, aunque sea a través de una generalización falaz. Esta generalización cobra fuerza al abordar solo una parte de la realidad (la realidad real) y presentarla como un todo, una estrategia que, si bien efectiva en su impacto, distorsiona su verdadera complejidad, donde una misma fe puede ser asimilada tanto de modo genuino como falso, y ser efectiva, a pesar de que sus adeptos padezcan una realidad económica adversa o se sientan oprimidos en la sociedad en la que viven.
Los personajes de «En octubre no hay milagros»
Partiendo desde la crítica a la realidad que ofrece el autor mediante el título de su novela, me referiré a los personajes. Hay algunos mejor logrados, como don Manuel y don Lucho, quienes representan polos opuestos. Sin embargo, hay otros personajes que carecen de un desarrollo completo, como Tito, llamado también “caradehumo”, el amante de don Manuel. Tito es presentado de manera superficial, apenas delineado por gestos, aceptaciones y reticencias, lo que lo reduce a un mero objeto de deseo sexual para el banquero. Este personaje no tiene monólogo interior, por tanto, no sabemos lo que piensa, sueña, cree, odia o ama. Sí tiene monólogo interior, por ejemplo, el Zorro, Carlitos, el hijo de don Lucho, un personaje que tiene una escena notable.
En ella, pelea con Chaveta, un condiscípulo suyo de la Unidad Escolar donde estudia. Me pregunto: ¿No hubiera sido mejor darle también a Tito una escena de igual envergadura? El Zorro, es decir, Carlitos, es un personaje mediante el cual el drama de la novela no se acentúa, por el contrario, pareciera servir únicamente como oportunidad para que el autor nos demuestre lo bien que escribe y poetiza, y nada más. Por el contrario, Tito, quizás sin saberlo (no sabemos si lo sabe) padece un drama tremendo; es nada menos que el juguete sexual de un poderoso que le succiona no solo la carne y los fluidos, sino también el alma.

Otro personaje cuya historia no termina de convencer, es Miguel, el segundo hijo de don Lucho. Su proceder es discordante con la idea subyacente en la obra. No se termina de entender bien por qué desaprueba el examen de admisión a la universidad, para el cual afirma haber estudiado con ahínco. Al inicio de la novela, se lee que Miguel respondió mal las preguntas del examen solo “por joder”, ya que le preguntaron cosas que no había estudiado. Cuando jóvenes, es verdad que solemos ser tontos y actuar de forma impulsiva, pero en el marco de «la historia propuesta por el autor «En octubre no hay milagros», esta conducta más bien revela un grado de inmadurez que, a mi juicio, no es acorde con el drama planteado. Distinto hubiera sido que Miguel, pese a haber aprobado el examen, vea truncado sus estudios, ya sea por una injusticia, por un accidente o por una grave crisis psicológica producida por la vida dura que le tocó experimentar.
Por otro lado, la muerte de Miguel, molido a golpes por una turba de feligreses devotos del Señor de los milagros, resulta un tanto confusa. Sospecho que podría deberse a una crisis emocional que estalla en plena procesión. Sin embargo, resulta difícil compadecerse de Miguel, pues su personaje, como dije antes, no está muy bien desarrollado. Solo se sabe que falla su examen solo “por joder”, se acuesta con una prostituta, se desengaña de Mery, su pareja, y suele decirle puta a su hermana.

Hacía el final de «En octubre no hay milagros», Reynoso utiliza una suerte de imágenes para agudizar el drama que ofrece: “un estudiante cae herido en la plaza San Martín, en San Isidro tres jóvenes ricos bajo añejos olivos violan a una sirvienta, en Magdalena una madre con sus hijos desde el malecón se lanza al mar…”. La técnica es efectiva. Algo dentro de uno se revuelve con esas imágenes. Sin embargo, me pareció que cada una de ellas flotaba por fuera del andamiaje novelesco, dejándome una sensación de incongruencia con el resto de la trama.
Antes de concluir, diría que “En octubre no hay milagros” quizás debió ser más extensa, pues la tensión narrativa del final no alcanzó el clímax esperado. La muerte de Miguel es confusa, abrupta, incluso absurda, y no me generó ninguna lástima, pues, como dije, no llegué a apreciarlo. Por consiguiente, el final, desde mi punto de vista, carece del cierre adecuado a la tensión tejida desde unas diez páginas antes, con esa sucesión vertiginosa de escenas en las que los personajes se encuentran viviendo su propio drama durante las celebraciones del mes morado.

Por último, llama la atención el cierre de «la novela»En octubre no hay milagros» con un poema de Alejandro Romualdo. No me declaro contrario a su uso; sin embargo, alcanzo a comprender el amor de Reynoso por la poesía y, por tanto, el deseo de valerse de ella para generar el efecto querido hacia el lector y, al mismo tiempo, deslizar una idea, la cual creo que es esta: pintar con fuego, combate y esperanza, lo que otros pintan de color rosa, para complacencia de los poderosos. Así, Oswaldo Reynoso erige un compromiso con su realidad, su arte y sus iguales, y así concluye su historia.
Sin duda, Reynoso escribió una hermosa novela. Quedé fascinado con las estampas de una Lima de otro tiempo, ahora cambiada, desde luego, pero cuyos vicios y tragedias perduran. El lenguaje, lumpenesco para algunos, pese a todo, tiene pulso y vigor. Escritores con la sangre hirviente, como la tuvo Oswaldo Reynoso, son necesarios, indispensables, sobre todo ahora, en que parecen haber desaparecido. Las críticas morales en su contra sobran, pues el que esté libre de pecado…., ya saben.