Sábado
Las tribus del Atlas son subhumanas: no emplean nombres. Lanzan imprecaciones cuando el sol aparece o se pone. No tienen sueños como los tienen los humanos. Los trogloditas viven en oquedades y se alimentan de carne de serpiente. No tienen voz propiamente dicha, sino que emiten ruidos agudos. Los Ganfasantes marchan desnudos, jamás pelean, y huyen de los extranjeros. Los Blemíades carecen de cabeza pero ostentan ojos y boca en el pecho.
Plinio el Viejo, Historia Natural. El Macizo del Atlas.
Es verdad que el Gran Tema de Tomasz von Badile apenas cambiaba, pero hay que decir que a medida que pasaban los meses de invierno, el profesor parecía más y más atraído por el asunto específico de la magia, y menos dispuesto a conversar acerca de otras cosas. Andaba con El Golem de Meyrink bajo el brazo, y llegó a prestárnoslo a Manuel, a mí. Pronto empezamos a conjeturar acerca de su pertenencia a espantosas organizaciones secretas, a su gorro negro poblado de lúnulas y estrellas y terminado en punta, a su Nombre Verdadero, que -aseguraba el Plátano- no podía ser otro que Magi Zterus. Entre nubes azufrosas, marcas de tiza roja en el suelo de piedra de su sótano (vivía en un cuarto piso, pero era sabido que una trampa topodimensional conducía necesariamente a un sótano inmediato, que sus vecinos del tercero desconocían y cuya oscuridad era vigilada por murciélagos célibes) Magi Zterus invocaba a horribles demonios por las noches, pero éstos estaban de juerga y no se le aparecían sino hasta las once de la mañana siguiente en la forma de ojerosos alumnos de primer ciclo de Sociales, cuando no estaba preparado para contenerlos y ellos lo atrapaban fuera del pentáculo y lo torturaban con preguntas estúpidas que no sabía cómo responder. Pero daba respuestas verosímiles, al menos bene travatas. Por lo general era el sulfuroso diablo Manu-El quien planteaba la pregunta, con aliento alcohólico, cara de palo y tronando sus dedos retorcidos, de innúmeras falanges:
-Doctor, si el Diablo puede transformarse en cualquier ave negra, pero no puede transformarse en cordero ni en paloma, ¿qué pasa con las palomas negras?
-Vamos, no olviden que ya Herodoto habla del culto a la paloma negra entre los libios, vinculado al del roble oracular y al Templo de Ammón en Sakhnún, al sur de Arsinoe, en el país de los lotófagos (lugar donde Borges, dicho sea de paso, sitúa su Ciudad de los Inmortales, orbe de lo contradictorio, de lo compensado… por cierto que Borges lo ha leído todo.) Ammón, el dios de cabeza de carnero montaraz, por supuesto no es otro que Zeus-Júpiter en sus aspectos demoníacos, es decir el mismo aspecto que presenta el primer Yahveh, el Dios de la Montaña: El, más tarde El-Saddai, a punto de convertirse en ese vengativo Señor de los Ejércitos que por cierto destruye más de lo que construye. No en vano Aarón pide a los judíos hacer un becerro de oro. Es un acto destinado a recordarle al dios su antiguo rol; sólo que el terrible El-Saddai en ese momento está pasando por una crisis de madurez que por ratos lo lleva a ser el buenote de Yahveh y que va a resultar en el Decálogo… No me cansaré de decirles que revisen su Frazer, pero por favor, no en esas ediciones de bolsillo que omiten la totalidad de su etnografía. En fin, la lectura que se puede hacer del rito es que la paloma negra sintetiza el abstracto negativo del principio del bien y el abstracto positivo del principio del mal. Cualquier estructuralista les dirá que esto necesariamente nace entre pueblos de montaña.
-¿Por la reciprocidad vertical?
-¿Por el control de un máximo de pisos ecológicos?
-No. Por el carnero. Y que su existencia en medio del desierto libio obedece a una migración, o contaminación. El origen, me adelanto a decirles, es persa. El culto nace en las comunidades pastoriles de los montes Zagros, hacia el tercer o cuarto milenio antes de Cristo, y se difunde a través de Egipto. Recordarán que Herodoto dice que las palomas negras volaron de Tebas a Ammón y a Dodona… es decir, que vinieron del este. ¡Del este, comprenden! Se entiende que Satán andaba aún por la Tierra entonces, lo dice él mismo al principio del Libro de Job: Circuivi, et perambulavi éam. Habría que investigar, Manuel, y te sugiero el tema, el vínculo entre el culto de la paloma negra, el dios de cabeza de carnero y el aparato, digamos, órfico-presocrático de los primeros versos del Libro de Job.
A estas alturas generalmente yo tenía los ojos entrecerrados tratando todavía de absorber el abstracto negativo o lo persocrático, Guarisco entusiasmado le invitaba y encendía un cigarrillo a von Badile, el Plátano anotaba todo cuidadosamente en sus pulcros cuadernos para cagar a Marzal, el taurino Cebastián se dedicaba furiosamente a planchar su bluejean mientras murmuraba que un carnero era un ramiro, y no un becerro, y el Loco se había ido tras una mujer, no sin antes hurtar un cigarrillo de la caguetilla del Gordo, y preguntar
-¿Y eso qué tiene que ver con el piscoanálisis o con los circuitos reverberantes?
-No le haga caso, herr doktor, no va a volver en un buen rato- lo disculpaba el Gordo. -Ha mencionado a los lotófagos. ¿Es que existían esas tribus? Los trogloditas, que dice Borges que se nutren de leones y sólo veneran el Tártaro, los garamantas
-¡No, Gordo! -corregí-. Los trogloditas devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra.
-Entonces los garamantas sólo veneran el Tártaro.
-Tampoco. Esos son los augilas.
-Puta madre, los augilas. ¿Y los garamantas?
-Los garamantas tienen las mujeres en común.
-Y los sátiros se nutren de leones.
-No, huevas, son los los garamantas los que se nutren de leones. Los sátiros son nación de hombres ferales y rústicos…
-…inclinados a la lujuria. Ahora sí. ¿Y los que viven un siglo?
-Esos son los moradores de las cumbres donde nace el Pactolo.
-¡Garamas! -exhibió cuando nos calmamos Magi Zterus von Badile, ex tripode, los ojos vueltos al techo de la cafetería retomando el ademán oracular-: Garamas era el primero de los hombres. Taló el primer árbol, un roble, desde luego. Usó un hacha de hierro meteórico, de dos filos curvos y opuestos.
-¡La labrys! -coreamos todos como párvulos. Hasta Cebastián la sabía.
-La labrys. Los garamantas son (al parecer) una tribu situada en Libia hacia la época heroica. Se decían descendientes de Garamas, claro, y en el centro de sus templos-laberintos estaba siempre la ségur envuelta en humo de madera de roble.
Von Badile había soltado uno de sus muy infrecuentes «al parecer». (El Plátano sostenía con verosimilitud que sólo cuando lo hacía se estaba seguro de que había una fuente para lo que afirmaba. «Al parecer» equivaldría estrechamente a «he leído que». Todo el resto era por supuesto verdad revelada, directamente y sin intermediarios).
Cebastián ya había convertido todas las arrugas de su jean en una sola enorme, y envalentonado por ello tuvo la descortesía de mostrarse escéptico:
-¿De dónde sacaban el roble, en Libia?
-Er… aunque en esa época el Sahara ya no era el vergel que fue en el neolítico, aún había un clima templadoh.
La persistencia de von Badile en sus tesis hacía retroceder a Cebastián, si no en sus objeciones, al menos en su habla:
-Pero eçe culto al hacha de doble hoja y los laberintoz ¿no es minoico?
-Antes fue egipcio, y originariamente persa, de la región de Urartu, o sea del Ararat… para que vean qué tan viejo es el mito. Garamas es un Noé, un re-fundador de la especie humana. Tal vez es Noé. Imagínate ahora las funciones de la ségur.
Nadie podía imaginarlas. Von Badile condescendió a darnos una pista más.
-«Raja el madero y allí estaré» dice el Gessu de los evangelios gnósticos.
Nadie podía imaginarlas aún. Nos miramos las caras en blanco. Caramba, nosotros mismos nos preguntábamos cómo podíamos ser tan brutos.
-¿No está claro? Recuerden el nacimiento de Eurídice.
-¿La mujer de Orfeo?
-La ninfa de Orfeo. Nace del interior de un árbol, que es por supuesto el lignum vitae al que se refieren los gnósticos y que es el núcleo de una antiquísima tradición panmediterráneah… que a mediados del siglo XIX llegó hasta un escritorcillo italiano de nombre Carlo Lorenzini, mejor conocido como Carlo Collodi. Por si no lo recuerdan, es el autor de Pinocho.
–¿PINOCHO?
-Pinocho. ¿De qué creen que hemos estado hablando todos estos años? ¡De Pinocho, por supuesto! ¡La madera viva, emblema del hombre! El homúnculo vitalizado por la magia –maggia, en italiano- y que, mirando hacia oriente, es sólo mayá, ilusión. El primer instrumento que arrebata a la materia del continuo no formado de la naturaleza y lo hace partícipe del mundo de la forma -es decir, de la ilusión- no es otro que la labrys, la herramienta sagrada, el pontifex de toda manufactura humana. Y la ségur no es de oro, como nos ha llegado a través de la deformación litúrgica que impusieron los pérfidos comerciantes de Mikonos. Es de hierroh, concretamente de hierro meteóricoh. La labrys es así el rayo divino, la luz celestial, lo supralunar vuelto herramienta al alcance del hombre. De modo que el hacha de hierro meteórico es el instrumento mágico por antonomasia. Opera sobre el entorno y al hacerlo ya operó sobre el hombre: lo sacó de ser un pitecantropo. El hacha hizo al hombre; lo hizo faber, sapiens, sumerio, Leonardo, von Braun. Y así como hace, el hacha puede deshacer.
No parecía magia demasiado elaborada abrir a hachazos un árbol, así que al rato nos fuimos todos tras el Loco.