Escribe Diego Nieves
Por alguna razón que ignoro, los múltiplos de cinco les dan un mayor significado a los aniversarios. Se podría decir, por ejemplo, que hay más motivos para celebrar el reencuentro de una promoción de colegio luego de veintiséis años que de veinticinco, pero, en la realidad, el ineludible poder que tiene el concepto bodas de plata, supera con creces a las bodas de rosas, nombre con el que se celebra el aniversario número veintiséis.
El año pasado, un tío cumplió un aniversario con un múltiplo de cinco: sus bodas de oro. Cincuenta años de egresado de la universidad. Emocionado, hablamos del tema semanas antes de su encuentro. Cuando finalmente ocurrió, me contó todos los detalles. En suma, se puede resumir en una sola idea: los buenos tiempos.
En una de mis novelas favoritas de la irlandesa Iris Murdoch, titulada El libro y la hermandad (Impedimenta, 2016), se habla del recuerdo desde un punto de vista sumamente realista. Uno de los personajes se pregunta si acaso el intento que tiene él y su pareja de regresar a la felicidad que vivieron en un pasado lejano alguna vez fue cierta: “A veces él se preguntaba si se equivocaban al esperar y al pretender ser felices como lo habían sido una vez. Pero ¿de verdad lo habían sido? A lo mejor la memoria les engañaba y aquello no fue como lo recordaban. A lo mejor se aferraban a una idea equivocada. A lo mejor toda aquella reflexión, todo aquel análisis que se estaban permitiendo era solo un error, un sustituto de una forma mucho mejor de vivir el presente”.

Estas últimas palabras se me quedaron marcadas: un sustituto de una forma mucho mejor de vivir el presente. De hecho, esta frase comulga sumamente bien con otra de un Nobel, Albert Camus. En uno de los discursos que fueron compilados en el libro El derecho a no mentir (Debate, 2023), el escritor argelino-francés dice: “Una tradición es un pasado que falsea un presente”. Las tradiciones están inexorablemente ligadas al pasado. Y, al mismo tiempo, son una forma de rememorarlo.
Leo estos pasajes de las obras mencionadas y no puedo evitar pensar en las palabras de mi tío a propósito de sus bodas de oro. Tampoco puedo evitar recordar mis propias ideas acerca de mis reencuentros, mucho menos dados al hábito de rememorar el lejano pasado, puesto que sigo siendo joven, y encuentro una similitud entre ambos. Por alguna razón, somos selectivos con ciertos momentos de la vida. El colegio, la universidad, los viajes de promoción, etcétera.
Hace cincuenta años mi tío tenía veintitrés. Estaba, naturalmente, mucho más joven. Quizá por eso recuerde con mayor anhelo esa característica de la que ahora carece. Pienso en mis reencuentros y me doy cuenta de que me pasa exactamente lo mismo, a pesar de ser cuarenta años más joven que mi tío. Huachafamente, mis amigos de la universidad y yo tendemos a recordar un pasado tan cercano como lo son dos periodos presidenciales democráticos —hacía falta la acotación—. Y, por supuesto, en esos encuentros no hablamos de lo viejos que estamos, pero seleccionamos a nuestra conveniencia todo aquello que ahora ya no tenemos y nos hacía felices hace diez años, ignorando todo lo que adolecíamos en esos tiempos. Viene a nuestra mente, por ejemplo, que en esos tiempos uno no tenía una familia que proveer, tantas cuentas por pagar, jefes con los que lidiar. Todo eso es cierto, pero también había cosas difíciles en esos tiempos, cosas que decidimos no rememorar casi en absoluto.

Me he preguntado desde entonces qué tan bueno es eso de ser selectivos con los recuerdos. No me atrevo a darle un valor negativo, porque hasta ahora no he identificado consecuencias desfavorables. Pero tampoco me convence como una práctica positiva.
Este 2025, un múltiplo de cinco, el número quince, me amenaza con sus bodas de cristal. Cumplo quince años de egresado del colegio. ¿Será razón suficiente para que aplique aquel hábito casi connatural al ser humano de ser selectivo con mis recuerdos? ¿Deberé de rendirme ante las reminiscencias de mi viaje de promoción y mis recreos jugando fulbito, y hacer de la vista gorda a las clases matutinas y a las tareas de química?
Quién sabe. Aunque, al parecer, tengo entendido que los reencuentros de mi colegio, a los que jamás asisto, han sustituido atinadamente los recuerdos y las remembranzas por la fiesta. Supongo que hay que ser selectivos para todo.