Escribe Eric V. Álvarez
El arte de la biografía descansa su oficio no tanto en la proliferación de los datos como en la disposición de los mismos y en la manera en que se nos expone una cronología. Esto que parece obvio no resulta evidente cuando leemos un libro en el que el biografiado es poco más que un santo. La sublimación de los defectos y la exaltación de las virtudes resaltan en este tipo de libros que frisan con la hagiografía: el hombre central, del que nos interesa saber todo respecto a su vida y obra, es presentado en olor a santidad. Otros trabajos biográficos, sin embargo, aúnan el rigor investigativo con la épica y minuciosa reconstrucción de una vida. En este sentido podemos encontrar los trabajos que Richard Ellmann le dedicó a Joyce, la monumental e inacabable biografía que Joseph Frank escribió sobre Dostoievski en cinco tomos, los puntillosos trabajos que Lottman le ha dedicado a Flaubert y a Camus y aquella en la que Delbanco explora los mares de Melville o Stach la geografía psicológica y espiritual de Kafka y su tiempo.
En Latinoamérica, quizá me equivoque, el arte de la biografía es casi nulo. Alguien más enterado que yo podrá refutar esta afirmación sin ningún problema e incluso yo mismo ya, al escribir esto, estoy pensando en algunos trabajos que en el pasado revisé. Y uno que ahora mismo he acabado. Se trata del libro que José Pedro Díaz le dedica a Felisberto Hernández.
Por la solapa nos enteramos de que José Pedro Díaz nació en Montevideo en 1921 y falleció en el 2006, que fue novelista y ensayista y que estudió la vida y obra de autores tan disímiles entre sí como Bécquer, Onetti y Felisberto Hernández. Fundó, además, la editorial Arca junto a Ángel Rama y se dedicó a la docencia universitaria.
El libro que le consagra a Felisberto Hernández está estructurado en dos partes muy definidas: en la primera Díaz repasa la vida del autor (sin poner especial énfasis en su entorno y en las vicisitudes sociales de su tiempo) y en la segunda revisa su obra. Así, nos enteramos de que Felisberto tomó la decisión de dedicarse por entero a la literatura cuando contaba treinta y ocho años, que fue el poeta franco-uruguayo Jules Supervielle (a quien conoció hacia 1943) quien lo recomendaría en el mundo de las letras y quien ejercería una influencia capital en toda la obra del autor de La casa inundada no solo por la admiración que Felisberto le prodigaba sino porque incluso conminaba al autor a que reescribiera cuentos enteros. Nos enfrentamos también, junto con él, a su desasosiego por dejar de lado su labor de músico (era pianista) para dedicarse a ese otro arte que le deparó la inmortalidad: la literatura.
En una parte del libro se nos revela un rasgo de su carácter aparentemente paradójico: para dejar de ser el centro de atención en alguna reunión, contaba historias, de tal manera que las personas se interesaran más en los personajes que en él mismo: “Era otra manifestación de su timidez y su modo de defenderse: contando historias él mismo dejaba de ser el centro de la atención de los otros, en ese centro quedaba el personaje cuya historia estaba ofreciendo, pero ya no era él. Eso explica la aparente contradicción entre una cierta timidez y su protagonismo como narrador; así se protegía” (página 73). Nos enteramos de sus fracasos amorosos, de sus intentos por superarse a sí mismo, de sus problemas económicos, de su reconocimiento como narrador y de su temprana muerte en 1964 cuando apenas contaba 61 años.
En la segunda parte se trata de hacer un análisis de sus libros, en el que José Pedro Díaz se luce pues apoya sus explicaciones con ejemplos claros, eficientes y porque con sutileza va desentrañando el mundo narrativo del autor de Nadie encendía las lámparas.
Un libro que retrata al biografiado desde sus defectos y sus virtudes, desde su condición, en suma, de ser humano contradictorio y errático. Pocos libros como este poseen la cualidad de explicar el mundo de un autor tan complejo como Felisberto y salir bien librados.
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José Pedro Díaz: «Felisberto Hernández. Vida y obra»
Ed. El cuenco de plata, 249 páginas
