Escribe J. Miguel Vargas Rosas
Un 3 de julio de 1883 nacería aquel niño que, con el paso del tiempo, sería descrito como alguien tímido, delgado (casi esmirriado), de orejas protuberantes y puntiagudas, y cuya obra —la mayoría— publicada de forma póstuma, lo ubicaría en la inmortalidad. Ese escritor tímido, de quien sabemos que su padre fue duro y lo maltrataba, y que llevó la ficción al máximo esplendor y captó la grandeza de la fantasía precisamente porque a través de ella nos presentaba realidades muy dolorosas, se llamó Franz Kafka.
¿Qué podríamos decir que no se haya dicho ya sobre Kafka y su obra?; nos queda resaltar la vigencia de su pensamiento en la actualidad, una actualidad donde la deshumanización se agranda y la alienación —cual mercancía— se torna cada vez más común; un mundo en donde el alma tiene un precio tal como un sombrero (parafraseando a David Ricardo) y es que Kafka es la más grande muestra de que la literatura de ficción no solo sirve o no solo debe servir para entretener a los lectores, sino también para conducirlos a la reflexión, a la crítica y al despertar.

Museo coleccion privada autor otomano Starke.
Si bien es cierto que la postura kafkiana se enfrenta tajantemente contra el naturalismo, el impresionismo, el sicologismo y el simbolismo imperantes en su época, Franz a través de su obra va a plasmar una realidad que parece fantasiosa o que es difícil de creer, pero que existe como tal en la realidad social. Esta realidad puede resultar sencilla, ya que es tomada de una experiencia íntima o de una realidad particular que con el paso del tiempo va a ser generalizada.
«Kafka expresa en imágenes exteriores, y con los máximos detalles de un realismo que resulta fantástico por su propia realidad (el castillo, el tribunal, el insecto, el circo, la madriguera, etc.), una realidad interior subjetiva cuya fuerza avasalla y se impone a la composición del mundo exterior tal como es percibido por el mero uso de los sentidos».
Modern, R. Acerca de Franz Kafkga. Pág. 25
Hay que señalar que esta realidad, proviene de una visión realista y sociológica que hace Kafka de la sociedad en la que le tocó vivir y esto gracias a los estudios basados en el anarquismo y el socialismo que sostuvo en su juventud. Así, el insecto de La metamorfosis no es más que el hombre, cuya condición está supeditada a su funcionalismo tal como una máquina productora de dinero y de mercancías. Una realidad cruda que pervive hasta nuestra época, por lo que el sistema imperante y el poder dominante dejan de lado los otros sentidos y lados del ser humano; esos lados profundos y luminarios que lo hace netamente humano.
Así pues, el Samsa de La Metamorfosis, convertido en insecto es cualquier hombre de pleno siglo XXI, que se dice a sí mismo reiterativamente que debe trabajar para vivir, pero deja de vivir por trabajar, ya que la explotación y el carácter funcionalista de la sociedad capitalista lo hace sentir un insecto si no cumple su rol de productor de mercancías o de dinero. Sin esa condición —la de productor de mercancías y de dinero, es decir, su condición de esclavo—, el hombre de nuestro siglo solo es un insecto inservible aborrecido por los cánones establecidos por el poder.

A esto hay que sumar la crítica audaz que hace Kafka sobre la justicia en El proceso. En esta novela prácticamente convierte a la vida misma en un absurdo patológico que hay que corregir. El personaje de El proceso, el señor K. al igual que Samsa, no tiene una salida ni una salvación frente a los absurdos o las injusticias de la sociedad. Ambos son asesinados; Samsa por los propios seres que decían amarlo y el Señor K. por una institución judicial que en vez de dar justicia parece solo brindar injusticia e inseguridad. Así, Franz nos deja claro que la solución para estos trágicos fenómenos, no es un asunto fácil de alcanzar o que se puede encontrar a la vuelta de la esquina; su visión subjetiva se transforma en una visión algo oscura, por lo que cae en la tragedia profunda, más la ternura y la metáfora con que lo planteaba nos llevan a creer que presagia un futuro diferente para el ser humano, siempre y cuando este mismo ser humano, oprimido, dolido, marginado, abra los ojos a la realidad e intente transformarla.
No hay subjetivismo que no brote de la objetividad o del mundo exterior —por ende, de la interpretación que pueda dársele a ese mundo exterior—, por lo que Kafka capta la realidad de su época, una realidad que ha ido profundizándose de manera negativa, lejos de transformarse en algo menos oscuro y tenebroso, hasta llegar a nuestro siglo, donde la deshumanización —puede llamársele también monetización o fetichismo al estilo de Marx— corroe al hombre, hunde a este en la depresión, lo empuja a la locura y la esquizofrenia que terminan en suicidios o asesinatos masivos, además, claro está, de la injusticia campante o la corrupción en instituciones encargadas de proporcionar justicia. Lo cual nos demuestra que Kafka tenía un carácter visionario y esto hace que su obra siga vigente hasta que el ser humano del tipo de Samsa o del señor K, abran los ojos y decidan transformar la realidad o el mundo, el cual es presentado como una casa o una cárcel donde permanecer privados de libertad.