—ASÍ ERA YO, complacía ver que mi presencia en sus vidas encendía esas sonrisas. No sé si dejar que hicieran de mí lo que quisieran, pero simplemente estar unidos… Era feliz.
Así hablaba la vieja que de repente se sentó a su costado. El pescador había terminado su jornada y descansaba tirado en la playa, al lado de su bote de madera, bajo el sol pleno del mediodía; comía algunos bizcochos de yema.
—Bien, vieja, me parece que has vivido bien; siento lo mismo de los pescados para no sentirme mal, pienso que están hasta agradecidos.
—He visto algo en tus ojos de rata, he visto la yema amarilla.
El pescador soltó su primera risa.
—Ay, vieja, tu cabeza es un caldo; debe ser el sol.
La vieja llevaba un sombrero de paja que poquísimas veces permitía contemplar en toda su magnificencia aquel rostro ajado, sombrío y oscuro. La mirada de relámpago, sin embargo, iluminaba en calidades fuertes, y yacía ya sobre el jugoso cuerpo del joven con un asombro de redescubrimiento; el pecho apenas bronceado, las manos duras pero hermosas, la frescura de la playa. Cuando empezó a rodear el bote arrastrando los pies en la arena, descubrió que no tenía nombre.
—No tiene nombre tu barco, hijo.
—Quiero ponerle el nombre de mi esposa y todavía no tengo esposa.
—¿Y esa chiquilla que te mira?
Volteó hacia donde el gesto de la vieja lo orientó. Ciertamente, una chiquilla, casi una niña, acababa de detenerse en el camino para observar el bote y la escena.
—Quién será, no la conozco, soy nuevo aquí.
—Yo también soy nueva aquí.
Había vuelto a sentarse y convertirse en una especie de piedra viviente en la que no se distinguían piernas ni brazos, solo un sombrero, bajo el sombrero una cabeza y bajo la cabeza un bulto. Sus faldas vaporosas de colores opacos eran abundantes.
—No sé qué voy a hacer el resto del día, vieja, antes que me dé sueño.
—Hemos regresado, hemos vuelto a donde empezamos, aquí; estamos bien, hay fresco, sol, cosas pequeñas, nada apesta.
—¿Por eso viniste? Tal vez por eso yo también vine aquí, pero yo pescador y tú vieja —dijo a carcajada suelta.
—Tú puedes tener esposa, chiquilla que mira, hijo, yo ya no.
—Pero ya viviste, pues… Tienes pinta de haber criado muchos perros, gatos.
—A ti nomás te he criado. —Y escondió sus ojos bajo el sombrero de paja.
—Vieja… Si fueras muchos años más joven, tal vez…
El tiempo era el vencedor en la playa, se deslizaba sutilmente a lo largo de todo el azul y el cobre, cada segundo era cada granito de arena y quedarse quieto daba lo mismo que moverse. Ambos lo sentían en sus pies calientes y descalzos.
Se acabaron los bizcochos. A la vieja no le ofrecieron ni una migaja, pero ella no renegó por eso; al contrario, sonrió al comprobar que en ningún momento imaginaron que esa era la intención de su acercamiento.
—Quema, está bien caliente, qué rico.
—Es el sol que te dije, en tus ojos, en el cielo. —Y con timidez, casi solo para sí misma, mencionó—: Amor, niño.
El pescador no respondió, prefirió que en el silencio respondan las gaviotas con sus graznidos, o el ruido de las olas o el silbido del viento. Sus pensamientos se perdieron por aquella línea horizontal que a lo lejos unía el cielo con el mar. Un suspiro le hizo respirar hondo.
—¿En qué época de tu vida te gustaría estar ahora?
—Aquí nomás, de aquí no me muevo, solo me despierto esperando estar aquí. Ahora tú, tarde.
—A mí también me gusta estar aquí, no sé si estaré tarde o temprano, pero estoy. —Y otra vez la espontánea risa.
—Sonrisa, ¿ves?, yo y sonrisa tuya.
—Sí, gracias por acompañarme, te voy a dar pescado para que comas desde mañana.
—¿Ya tienes casa?
—Duermo en el barco a veces para levantarme temprano, o en la casa de unos amigos.
—Te puedo dar mi casa, te puedo dar chiquilla que mira.
—Te ves sola, vieja.
—Siempre he sido sola, como tú.
—¿Y entonces quiénes antes te tenían?
—Tenían, bien dicho, pero contigo nomás he sido, soy.
—Ah, gente ingrata, yo sí iré a tu casa, vieja, alcanzará para los dos, puedo ayudarte a limpiar.
—Ya limpié, ya hice la comida.
—Qué bien. Y…
—Tendrás chiquilla, verás, te miró bien. Si no me hubiera adelantado en venir hubiera sido yo la del camino.
—Tú te has adelantado y yo me he retrasado —soltó la carcajada una vez más—. Pero la próxima vamos a quedar de acuerdo en llegar a tiempo. Vas a ver. Prometo.
De Fábula de los cuerpos calientes(Dendro, 2021)
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Gimena Vartu (Lima, 1986). Escritora y artista escénica. Bachiller en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado el poemario Cura de sueño (2012) y el libro de cuentos Fábula de los cuerpos calientes (Dendro Ediciones). Forma parte de las antologías de cuento El fuego de cada día: nuevas violencias (Hipocampo Editores, 2020), Selección Peruana 2015-2021 (Estruendomudo, 2021) y El acento en la diferencia. Escribir en el Perú con una mirada LGBTIQ (Campo Letrado Editores, 2021). Ganó el Concurso Nacional Nueva Dramaturgia Peruana 2016 del Ministerio de Cultura, con Cachorro está pedido, obra estrenada el 2017 en las calles del Callao con la dirección de Aldo Miyashiro. Ha escrito Gato de mercado, obra de teatro familiar inspirada en el cuento homónimo de Christian Ayuni, estrenada en el MALI el 2019. Beneficiada con los Apoyos Económicos 2020 del MINCUL, estrenará una obra de teatro virtual a fines del 2021.