Escribe Sengo Pérez
En un lugar de la cancha de cuyo nombre sí quiero acordarme, el círculo central, murió un hidalgo futbolista. El retiro fue un molino de viento al que no quiso enfrentarse Abdón Porte, un duraznense a quien llamaban “El Indio” y prefirió matarse de un balazo en el corazón. Había nacido en 1893. Allí, en esa zona del campo por donde solía moverse, quedó inmóvil el centrocampista del Club Nacional de footbal la madrugada del cinco de marzo de 1918.
De su muerte nacería el primer cuento de futbol del que se tenga referencia, lo escribió Horacio Quiroga en 1918 y no se sabe si fue por aficionado o porque el hecho tenía los ingredientes que a él le gustaban: amor, locura y muerte. Amor a la camiseta, muerte por suicidio, y locura porque más allá de ese amor, no es de cuerdo matarse por no ser titular el domingo. En la mano del futbolista había una nota con un poema: “Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante / no olvidaré un instante / lo mucho que te he querido / Adiós para siempre”.
“Juan Polti, half-back” el cuento inspirado en la tragedia fue publicado en la revista “Atlántida” de Buenos Aires dos meses después, un 16 de mayo. “Nada menos que la gloria es gratuito. Y si la obtiene así, se paga fatalmente con el ridículo, o con un revólver sobre el corazón” terminaba el cuento. Diecinueve años después, en febrero de 1937, el escritor tomaría la misma decisión. La bala fue el cianuro. Horacio Quiroga, el genial narrador había visto la luz de una vida sombría el 31 de diciembre de 1878 en Salto.

Una tribuna del Gran Parque Central lleva el nombre del jugador campeón uruguayo en los años 1912, 1915, 1916,1917, y en este último, también campeón de América con la celeste.
Poema también, como el de Porta, pero exultante de vida, fue el que el peruano Juan Parra del Riego, residente en Montevideo, le compuso al futbolista Isabelino Gradín en 1922 . En la forma de jugar del delantero carbonero, encontró el poeta nacido en Huancayo en 1894, la perfecta traducción a la poesía de la que fue pionero y maestro: el politrritmo, un género con las características del jugador: ritmo, sorpresa, movimiento, color.
El cambio de ritmo, un concepto aplicado al fútbol, también está en la literatura, y en eso el peruano fue insuperable alternando ritmos binarios, ternarios y cuaternarios en el mismo poema. Tan impredecibles como los movimientos del delantero aurinegro con la pelota, fueron con tinta y admiración las palabras del escritor muerto en Montevideo en 1925. Y tan fieles a esa imagen con sonoridad de candombe del moreno en las tardes de fútbol montevideano. Parra del Riego escribió con la mano derecha lo que Gradín dibujaba con su pie izquierdo.
Ágil,
fino,
alado,
eléctrico,
repentino,
delicado,
fulminante,
yo te vi en la tarde olímpica jugar.
Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,
pero cuando rasgó el pito emocionante
y te vi correr…saltar…
…¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!
(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altares
palpitar estremecidas de emoción!)
¡Gradín! róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente,
que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,
otra azul velocidad para mi frente
y otra mecha de colores que me vuele el corazón…

El fútbol, a través de la poesía, encontró en el peruano una hendija por donde entrar a la litetratura y juntos llegaron a un templo de la Cultura. El poema fue recitado el 28 de julio de 1924 en el Teatro Solís por Berta Singerman, una actriz y cantante argentina de raíz judía nacida en Mink, actual Bielorrusia, por entonces parte del imperio ruso. Gradín, descendiente de negros de Lesoto, estaba presente y agradeció emocionado. Curiosamente, el futbolista y el poeta nunca llegaron a conocerse personalmente.
Un argentino, Bernardo Canal Feijóo, nacido en Santiago del Estero en 1897, sí conoció al peruano en Buenos Aires, del que se hizo amigo, tanto, que una de las últimas cartas del poeta desde su lecho de muerte en Montevideo, fue dirigida a él. No sería de extrañar entonces la influencia de aquél, en la poesía del argentino quien recurrió al polirritmo también para expresar lo que le salía del alma futbolera.
Cultor de una poesía dribleadora de tácticas literarias tradicionales, rompedora de marcas académicas, libre, veloz, vital, Canal Feijoó encontró en el fútbol hecho palabras, la forma de enfrentarse a la poesía dominante. Su libro “Penúltimo poema del fútbol”, -ni hubo un primero, ni habría un último-, de 1924 fue el primero en hacer jugar en pared al fútbol con la literatura en Argentina. Feijoó que desarrollaría una importante carrera el campo del Ensayo y la dramaturgia, llegando a ser miembro de la Academia argentina de Letras desde 1975 hasta su muerte en 1982, -como presidente los últimos dos años- nunca recordó este libro o prefirió olvidarlo, como si hubiera sido fruto de la osadía de la juventud, de una pasión que el tiempo apaciguó pero que en ese momento el veía como celestial.
…¡Un gran cabezazo!,
¡un tiro al larguero!,
¡bonito chanflazo!,
¡lance del arquero!
…¡Deporte el más bello!,
¡qué ganas, qué entrega!,
el fútbol se juega . . .
también en el cielo.

Mario Benedetti era ateo, pero encontró en el fútbol la prueba de su existencia: “Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios” escribió.
Zurdo de mano y de corazón, no es de sorprender que su primer cuento publicado se llamara Puntero izquierdo (revista Número, de 1955 después incluido en Montevideanos), ni que uniera el fútbol a las dificultades laborales del personaje, y viceversa . Finalmente el fútbol es parte de la sociedad, y bien lo decía: “El fútbol ha interesado a todas las capas sociales, y es quizás el único nivel de nuestra vida ciudadana en que el acaudalado vicepresidente de directorio no tiene a mal hermanarse en el alarido con el paria social”. En el cuento, el protagonista, un delantero acuciado por la falta de dinero, acepta un soborno para fallar en lo que más sabía: mandarla a dormir. Pero una vez frente al arquero no puede.
… “el entrenador me gritó: “¿Qué tenés en la Cabeza? ¿Moco?”. Eso me tocó acá adentro, porque yo no tengo moco, sino preguntale a don Amílcar que siempre dijo que yo era un puntero inteligente porque juego con la cabeza levantada. Entonces ya no vi más, se me subió la calabresa a la cabeza y le quise demostrar que yo sé mover la guinda y me saque de encima a como cuatro y cuando estuve frente al arquero saqué un zapatillazo que el tipo quedó haciendo sapitos. Miré al entrenador y lo vi sonriente, recién ahí me di cuenta que me enterré hasta los ovarios”.
En el hospital, fruto de una paliza y sin trabajo, terminaría el protagonista y el cuento.
Para el escritor, el fútbol era más que un deporte, un juego. Era un hilo, un pase que lo comunicaba con su ciudad, con su país, con su continente. «Ya que nadie te informa de cómo van Peñarol o Nacional o Wanderers o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño», escribe en “Andamios” novela publicada en 1996 recordando el exilio. Recién en 1989 escribiría otro cuento, «El Césped” (Despistes y franquezas) en el que además del notable relato y sin querer, describe el fútbol sin público en estos tiempos de pandemia: “…y se le ocurre que el estadio vacío, desolado, es como un esqueleto de multitud, un eco fantasmal de esa misma muchedumbre cuando ruge o aplaude o insulta o agita banderas.” Benedetti, hincha bolso, muere en 2009, pero un año antes, como buen admirador del buen fútbol y de lo zurdo, le dedica un soneto a Maradona:
Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta
Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.
Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.

Otro argentino, Jorge Luis Borges, no fue tan generoso con el fútbol como “El Pelusa”, y tal vez fuera la ceguera, la misma que no le impidió dictar los textos geniales que escribía, la que le impidió ver belleza en este deporte. Sabido es que no es lo mismo que te lo cuenten. «El fútbol es popular porque la estupidez es popular –dijo- once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos«
Las palabras de Borges, debieron ser un retroceso para la literatura con ribetes de pelota y seguramente más de uno habrá reprimido las ganas de hacerla por respeto al maestro o por temor a quedar en off-side frente a este dios literario.
Pero no estuvo solo Borges en esta ofensiva, ni fue el primero, de la cuna del fútbol, y antes que él ya existían desbordes verbales de habilidosos atacantes. El primero, antes que todos, fue William Shakespeare cuando por boca del Conde Kent en el Rey Lear exclamó : “Tú, despreciable jugador de fútbol”, una de las frases repetidas por el escritor argentino. Rudyard Kipling, británico hijo del colonialismo nacido en la India, hizo extensivo su desagrado por el fútbol, a los aficionados, mencionándolos como “Las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. En algunos casos los hooligans le darían la razón. George Orwell, otro británico de origen Indio no fue menos duro: “Hay ya bastantes causas reales de conflicto para que además las incrementemos incitando a los jóvenes a darse patadas en las tibias en medio del rugido de los espectadores enfurecidos”.
Cosas del fútbol, Borges murió el 14 de junio de 1986. Ocho días después, el 22, Maradona convertiría ante el país que tanto admiraba el escritor, el mejor gol de los mundiales. Ni se lo pudieron contar. Sin conocerse , Maradona y Borges ya habían jugado su partido tiempo atrás cuando le preguntaron al escritor sobre Maradona. “Disculpe mi ignorancia” respondió con esa casi sonrisa con la que adornaba sus ironías. Sin la misma elegancia pero igual de irónico respondió el diez: «¿Y ese, en que equipo juega?».
En Brasil, la mayoría de los escritores han eludido la inclusión del fútbol en sus obras, un motivo lo da el escritor de ese país, Deonisio da Silva: ”Tal vez sea porque el deporte, a semejanza de la guerra y del amor, es tan grandioso que simplemente es imposible aumentarlo”. No fue el caso de Vinicius de Moraes, diplomático, escritor, cantor, seductor empedernido y gran tomador de whisky.

Al parecer, el carioca, con la misma admiración con la que veía a Heloísa Pinheiro, moza de cuerpo dorado perfecto, pasar todos los días rumbo a la playa en Ipanema mientras se tomaba algo con Tom Jobim, era también capaz de ver belleza en las piernas chuecas de Mané Garrincha. Su balanceo es más que un poema, escribió sobre Heloisa en la canción mas conocida de la bossa nova: Garota de Ipanema. Así, el balanceo infernal del puntero derecho de Botafogo debió conformarse con un soneto.
A un pase de Didí, Garrincha avanza:
pegado el cuero a los pies, el mirar atento.
Dribla a uno y a dos, luego descansa
Como para medir la jugada del momento.
Tiene un presentimiento, así se lanza
Más rápido que el propio pensamiento,
Dribla a uno más, dos más, la bola trenzada
Feliz entre sus pies-un pie de viento
La lleva, así la multitud contrita
En un acto de muerte se levanta y grita
Su unísono canto de esperanza.
Garrincha, el ángel, oye y atiende: -¡goooool!
Es pura imagen una G que chuta una O
Dentro del arco, un 1. Es pura danza!
El fútbol y la pasión del poeta por Botafogo, aparece también al final de un poema que escribe en 1950 cuando un amigo billonario de California lo llenaba de motivos para que no regresara a Brasil:
Pero dígame una cosa, Mr. Buster
Dígame sinceramente una cosa, Mr. Buster:
¿El señor sabe lo que es un choro de Pixinginha?
¿Sabe lo que es tener una jabuticabeira en el jardín?
¿Acaso sabe lo que es hinchar por Botafogo?
Al igual que Garrincha, que tenía una pierna seis centímetros mas corta que la otra, pero puntero por la otra banda, el personajes del cuento “El Crack”, de Augusto Roa Bastos, no fue beneficiado en su aspecto físico por la naturaleza, o más bien por su creador, que lo describe: “De baja estatura, 1.60 a gatas, algo patizambo y chueco. Sobre todo del pie izquierdo que lo tenía muy torcido hacia adentro, un esmirriado depósito de perfecciones ocultas…”.

El paraguayo Roa Bastos no fue ajeno a ese deporte y la pasión que genera: «Me parece increíble el dominio de la mente sobre los pies, para que éstos dirijan ese móvil llamado pelota y producir estrategias casi guerreras«, dijo una vez el autor de Yo el Supremo en conversación con Ernesto Sábato. Para el guaraní, el fútbol es un tema que no se agota en los 90 minutos y que se desborda de la cancha para formar parte de la vida toda. El talento narrativo del guaraní se anuncia desde el puntapié inicial del cuento: “El crack Goyo Luna, puntero izquierdo del Sol de América…”.
El final es futbolísticamente comparable a una corrida mágica de Garrincha, tan así de fantástico. Pura magia, aunque algunos le digan apenas “habilidad” a lo del jugador, y realismo mágico a lo del escritor. Los dos eran geniales, Roa Bastos y Garrincha, pero Goyo Luna era sobrehumano. Los años ochenta marcan el apogeo de la selección Argentina en los mundiales, de la mano de Maradona, sobre todo de su pie izquierdo, y como asistidos por él se consolidan dos magníficos puntas de lanza, que entran a puro cuento en el área de la literatura futbolera y que siguen jugando en los 90, cuando la zurda del Diego ya entraba en la agonía: Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano.
Los dos, además de fútbol, dotaban a sus palabras de un ingrediente imperdonable: el humor. Sabido es que dependiendo de la dosis, y por exceso, un escritor puede ser degradado a humorista. Y es que agravando las cosas, no solo poco les importaba entrar al parnasso, sino que se burlaban de él. «Llegué a la literatura por la puerta de atrás con los botines embarrados» dijo Fontanarrosa, que le da vida a Ernesto Esteban Etchenique, un escritor arrogante que pretende llegar a la inmortalidad en base a “geniales” aforismos como: “Quiso ser eterno. Y fue técnico electricista”, “El árbol se ríe del hacha. Así le va”. ”Mientras más sé, menos sé. No sé». “Si tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda, desconfía de su amistad”.

Llegado a las letras desde el humor gráfico redondeó su actuación con gol de antología: “Los rosarinos somos creativos, a falta de paisaje Rosario tiene lindas minas y buen fútbol. ¿Qué más puede pretender un intelectual?”. Osvaldo Soriano, marplatense, rendido con pasión a los pies de San Lorenzo de Almagro, de quien soñaba ser el “9”, intentó una explicación: “…en líneas generales, los intelectuales detestan el fútbol. De alguna manera es comprensible porque existe una dicotomía entre la mente y el cuerpo que en la sociedad intelectual sigue siendo muy marcada. Entonces pareciera que el que piensa está peleado con el cuerpo. Así como aquel que usa el cuerpo está peleado con el pensamiento«. Poco le importó y siempre escribió con la misma simpleza con la que se cuenta una historia en un bar, esa extensión de la tribuna.
Previsible y efectista, decían de él algunos. No opinaba lo mismo Benedetti: «Siempre seguí a Soriano, como escritor y como periodista. Era un tipo muy coherente con sus actitudes sociales, políticas y culturales. Sus libros tienen páginas estupendas, a veces declaradamente de antología; su pasión por el fútbol le hizo escribir algunos relatos realmente memorables. Soriano utiliza muy bien el humor y los tiempos«, dijo del escritor que, además de centrodelantero, soñaba con ser relator y que cerró su carrera goleadora de fantasía como el escritor más vendido en Argentina después de Borges, dándole su nombre a la biblioteca del club de sus amores, a un centro cultural, y de yapa, a un concurso de literatura en su ciudad natal .
Fontanarrosa muere sin darle pelota a las etiquetas. “No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: Me cagué de risa con tu libro». “El Negro”, como era conocido, le da su nombre y apellido al que fuera Centro Cultural Bernardino Rivadavia en su entrañable Rosario. “Para la derecha, el fútbol era la prueba de que los pobres piensan con los pies, y para la izquierda, el fútbol tenía la culpa de que el pueblo no pensara”, escribió Eduardo Galeano, pero poco le importó lo segundo cuando escribió “Su majestad el fútbol”, publicada en 1968, tal vez la única realeza que no le incomodaba.
No era para nada de derecha, y mucho de izquierda el escritor que para no dejar dudas lanzaría tres años después su obra mas conocida: “Las venas abiertas de América Latina”.

Despojándose de la del prejuicio, y en años de tremenda polarización ideológica, no tuvo ningún temor a ponerse la camiseta del fútbol, total ahí los partidos no son los políticos sino los que se rigen por neutrales minutos de juego. Fue el escritor que más palabras le dedicó, lanzaría también «El fútbol a sol y sombra» en 1995, un libro con tiempo suplementario que en cada edición crecía en contenido y asi llegó hasta el mundial de Brasil en 2014, un año antes de que el juez supremo pitara el minuto final de su vida. Para Galeano, el fútbol es un sentimiento, “emociones colectivas” las llamaba, que nada tiene que ver con el pensamiento y sobre el que valía la pena, escribir.
Hincha acérrimo de Nacional, otra coincidencia con Benedetti, además del oficio y la poscición en la cancha política, escribíó con pases cortos, directos al corazón/pie del lector futbolero. Su pasión por el fútbol roza la adoración religiosa de otros, y no escatimó frases para compararlos.
“¿En qué se parece el fútbol a Dios?” se preguntaba “En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”, se respondia. Y siendo ateo, a él invocaba reclamando buen fútbol: “Soy un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: una linda jugadita, por el amor de Dios”.
Criticaba la obsesión por la victoria en desmedro del buen juego, romanticismo que probablemente olvidara en el caso de su equipo. «Me gusta el fútbol, sí… y me gusta compartir euforias y tristezas en las tribunas con millares de personas que no conozco y con las que me identifico fugazmente en la pasión de un domingo de tarde. Con ninguna otra actividad nos sentimos tan identificados los hombres de la cuenca del Plata, y muy particularmente los orientales«, escribió en su primer libro el hombre que admiraba al Che Guevara, al que hizo reir con una grave acusación según cuenta el mismo Galeano: “Traidor«, le dije. «Usted es un traidor«. Le mostré el recorte de un diario cubano: él aparecía vestido de pitcher, jugando béisbol. Recuerdo que se rió, nos reímos; si me contestó algo, no sé. Era imperdonable que un argentino hubiera cambiado la pelota por un bate.

Fútbol y literatura algunas veces juegan en pared, y el primero es tema de la segunda, aunque le sobran ingredientes para serlo más: corrupción, honestidad, suspenso, solidaridad, egoísmo y todas las emociones posibles. Casi convertido en religión y como tal, tiene sus dioses, aunque vistan pantalón corto, para algunos escritores merece oraciones, las gramaticales. Finalmente, en las dos hay creación, mas allá de que un caso vaya de la cabeza a la mano y en otra de la cabeza a los pies.
Éric Cantona, con la contundencia de su patada voladora con la que enfrentaba a los rivales, les ve un parecido: “Un artista es alguien que puede iluminar un cuarto oscuro. Nunca he podido -y nunca podré-, diferenciar entre el pase de Pelé a Carlos Alberto en la final de la Copa del Mundo del 70, y la poesía del joven Rimbaud. En cada una de esas manifestaciones humanas hay una expresión de belleza, que nos conmueve y nos da un sentimiento de eternidad”.