Escribe José Carlos Picón
Conozco a Fernando Cassamar desde la época en que, intentando ampliar mis referentes culturales, libros y manifestaciones musicales, auscultaba distintos puestos de venta del bulevar Quilca, hace aproximadamente veinte años. Supe luego que Cassamar pasó por las aulas de San Marcos y hacía un poco de dinero en uno de aquellos enclaves de conversación, erudición, libros, casetes y discos compactos. Cruzamos algunas palabras en ese entonces.
Luego coincidimos en reuniones del colectivo Arte sin Argollas que congregaba a artistas, músicos y escritores urbanos de distintas tendencias, pero conscientes de la disidencia y la adopción de marginalidad causal o voluntaria. Teatreros delirantes, plásticos que elegían la instalación como la dinámica silenciosa de decir o no decir. Asimismo, poetas y músicos recorrían los espacios dotando de intercambio y matiz aquella iniciativa.
Cassamar entonces estaba trabajando en una propuesta que hacía alusión y representaba el reconocimiento simbólico de un hecho concreto: la revolución bolchevique de octubre, en 1917. Después ya era cuestión de caminar por Alfonso Ugarte, Wilson, Quilca, para verlo de una manera no frecuente, pero casi. O conciertos, recitales de los Poetas del Asfalto, bares.
Una de sus actividades intelectuales, producto de la observación bonzo de visos etnográficos, de sus constantes lecturas e interpretaciones de la realidad cultural y contracultural de la Lima centro, es escribir. También es poeta. Mas la publicación que es motivo de este desarrollo, es más afín a la primera forma de ver el mundo urbano. Un libro que recoge la experiencia de Cassamar como sensible registrador de experiencias derivadas de situaciones. En la práctica, al menos no intensiva, un situacionista que forma parte de, en algún momento, una dinámica, un ritual o conflicto. Porque en “Subculturas contemporáneas. Cuadraturas de la contracultura limense”, el autor presenta tres textos que descubre una posición particular: la de criticar con dureza los demás sistemas cohabitantes de la ciudad. El tono, la cadencia y direccionalidad de la voz, nos lleva a la escritura a veces panfletaria o a veces cronista de los fanzines.
Pero ojo, no decimos que la propuesta de Cassamar sea débil, o más bien, disgresora, pues, en el ámbito de la forma, causa ruido, y por ende corre el riesgo de ser superficial o vacía. Todo lo contrario, enhebra una propuesta discursiva que llega a fascinar a los disidentes sensibles y literatosos. Es combativa y literaria, es rockera punk y metódica a la vez. Pero sobre todo posee reflexión, un gran trabajo de registro situacional, memoria histórica, compromiso emocional. A Cassamar no le importa la distancia racional.
¿Cabría la palabra bookzine? Es la idea: una publicación independiente, de autor, con el estilo que blandió desde el primer minuto de redactar su trabajo. Por ello, sí, las subordinadas tan fieles al desborde suceden, las conceptualizaciones entretejidas con reflexiones y trazos de crónica.
Puede ser un libro difícil o no. Pero eso sí: la sensación de estar frente a alguien que vivió la escena quilquense es brutal y, por lo mismo, fascina o repele.