Escribe José Carlos Picón
Ser parte de dos culturas que, durante vital experiencia, distanciadas y combinadas, convierte al ser en un río turbulento, al poeta en fragmentos hilvanados con hilos de sangre, mística y emoción. Isaac Goldemberg Bay vuelve a la poesía con “Libro de las raíces / Saphi Libro” (Casatomada & Arsam, 2024), un volumen bilingüe (castellano-quechua) que, no explora, es decir, pone en escena la sensibilidad y la subjetividad poética de dos exilios habitando un cuerpo, un espíritu. Nacido en Chepén, paisaje desértico del norte costeño peruano, de madre norteña, tiene a su vez, el alma atravesada por el judaísmo de su padre, ucraniano de nacimiento, hablante del sefardí.
En estas dos dimensiones habita Goldemberg a veces con desasosiego, otras con resignación, y unas cuantas, con reflexión, vitalidad, fuerza, esperanza. El resultado son estas piezas que, gracias a procesos similares a los que describe García Canclini cuando diserta sobre sus culturas híbridas, nos otorgan un mosaico que dirige el trazo geoespacial entre la fe judía, sus misterios, su devoción y languidez, hacia una sencillez eglógica, fresca y diversa, cuando alude al mundo materno.
En estos versos, el poeta se relaciona con la naturaleza, establece pactos y consagraciones con su sangre inca, comulga en las sinagogas limeñas, del mundo. Con enjundia, con amargura, con remordimiento, con humor. En esa simple vocación de oscilante radica la potencia de la escritura de Goldemberg, un poeta errante, quizás no desde un punto de vista geográfico más sí sentimental. Transita por la canción, el huayno, el vals, aunque sugeridos en los títulos, encarnan la esencia de aquellas composiciones. También piezas que están cerca al salmo, a las escrituras del evangelio.
En “Libro de las raíces”, Goldemberg explota su mejor condición: la de autoexiliado por dualidad quien, a duras penas gana terreno y opera en su lírica como aquellos que viven de los negocios, van a la fábrica, trabajan para el gobierno, o vaya a saber qué. Y no es una condición arrastrada con pesadez y dolor, es una apegada a los ritos de hombres y mujeres que entregan su espíritu a otro más grande y sabio, uno sin nombre, o con nombre desconocido.
Un libro de madurez, sin duda, que realza las voces particulares de nuestra poesía, no aves raras, sino tal vez, silenciosas o silenciadas. Un acierto de los editores poner a la orden del público estas construcciones de identidad, estos vínculos de amor con lo más sagrado de la tierra, del universo.