Escribe Eric V. Álvarez
De Los Buguis a El amor es un perro que ruge desde los abismos, la fructífera obra de J. J. Maldonado descansa en la poética del grupo. No hay libro suyo en el que un muchacho no pertenezca a una banda de jóvenes delincuentes, a un conjunto heterogéneo, desigual de adolescentes en tránsito hacia la adultez que ven en esa etapa de formación de sus vidas la piedra angular de sus destinos. Esta poética grupal le permite a Maldonado manejar los hilos de varios personajes que circundan al protagonista, que se mueven bajo su sombra y que tienen su propio sino, marcado, las más de las veces, por la oscuridad, el desarraigo, la proliferación de situaciones adversas de las que casi siempre salen heridos o con una parte de sus espíritus en franca decadencia. Así sucede en su reciente novela, de largo título. El libro se mueve entre un hiperrealismo descarnado y la formación interior de un muchacho de dieciocho años. Así, se explora la vida de Diosito, un joven skater, y por momentos poeta, que vive hacinado en el Callao, en un edificio con visos de cueva, y al que ha dejado de pertenecer desde la muerte de su madre. En su peripecia vital, Diosito despierta al sexo, al trabajo duro y mal pagado, al descubrimiento de una homosexualidad soterrada (la escena en el estadio así lo puede evidenciar), pero también al develamiento de lo que significa la amistad incluso en las situaciones más adversas, al albergue de alguna esperanza de mejora ya al final de la novela.
La novela no nos es contada desde un presente estricto. Estamos ante la memoria de un hombre que, como Lázaro de Tormes, retoma la etapa de formación más importante de su vida y nos la expone, sin involucrarse, desde una fría lejanía que lo mantiene a distancia de su historia. No hay libro de Maldonado en el que no aparezcan escenas duras, que se enquistan visualmente en la imaginación del lector. En ese sentido, el autor no escatima en elipsis ni en sugerencias: narra la escena desnuda, sin ropajes distractores y la vemos tal cual él las proyecta. De ahí esa asepsia en la figura del protagonista: todo lo que le sucede (el embarazo de Romana, la muerte de su madre, sus trabajos) pasa por él como por la piel de una serpiente. Eso solo hasta el final del libro, cuando aparece una jovencita a la que él se ve impulsado a rescatar. A pesar de estar contándonos su propia vida, a Diosito parece interesarle más la vida de aquella última musa con la que escapa de ese submundo que es el Callao de la novela. Ahí, también, pierde el símbolo de su pasado: el chullo que oculta su cabeza, su memoria, se desprende de él y termina perdido, como ese pasado al que el protagonista le ha puesto un molde y un punto final al narrárnoslo. Ha pues evidenciado sus traumas, y quizá con eso haya logrado la redención.

Se ha dicho que El amor es un perro que ruge desde los abismos es una bildungsroman. Más precisamente podríamos hablar de una Künstlerromane, esto es, novela de artistas. En su volcánica vida, en ese quehacer trepidante y sin norte, Diosito escribe versos, piensa en frases líricas, lo que lo convierte en un artista en formación y, aunque él mismo no lo sepa en el transcurso de su historia, se va formando como tal y podemos pensar en él, adulto ya, como un artista consumado.
De lenguaje funcional, mezcla de lirismo y habla popular, coloquial y adolescente, cargado con matices de la cultura pop y de animes y series, la novela de Maldonado posee un defecto: los diálogos, por momentos, parecen impostados, sacados de una serie animada y puestos en el papel sin más filtro que la emoción.
Por lo demás, la novela cumple con un fin básico de la ficción: logra mantener atento al lector y esperar los demás episodios para descubrir qué le depara el destino a Diosito, un personaje atípico en la narrativa peruana última, tan dada a la inspección familiar y a los problemas monoparentales.
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El amor es un perro que ruge desde los abismos / J. J. Maldonado
Editorial Planeta, Emecé Cruz del Sur, 236 páginas