Entrevista de Gabriel Rimachi Sialer.
José Rosas Ribeyro fue, en la década del 70, fundador de la revista «Estación reunida», publicación donde se dieron a conocer los primeros poemas de José Watanabe, Tulio Mora, Elqui Burgos y del propio Rosas Ribeyro. A mediados de esa década y siendo director de la sección Cultural de la revista «Marka», fue deportado a México, donde se vinculó con el Movimiento Infrarrealista hasta 1977, en que se instala en Francia.
Este año el poeta estuvo de paso por Lima para visitar a los amigos y participar de varias actividades vinculadas con la poesía. A su regreso a Europa y luego de casi tres décadas en París, ha decidido mudarse a Barcelona, mientras prepara dos nuevos libros. Ha ejercido el periodismo y ha colaborado con importantes medios en Europa y América Latina. Sus lectores esperan también que decida la publicación de sus diarios, pues Rosas Ribeyro es un gran diarista que ha llenado ya centenares de cuadernos con sus memorias.
José, su historia está enriquecida por el exilio ¿en qué momento se dio esa partida del Perú?
Salí del Perú deportado por la dictadura del general Velasco, junto con sindicalistas, abogados y otros periodistas y escritores. Yo fui a dar a México. Fue en 1975. ¿Por qué? Eso no lo sabe ni Dios, que no existe. Yo era en aquel momento responsable de la sección dedicada a la cultura en la revista «Marka». Prácticamente toda la redacción fue deportada e incluso el encargado de la publicidad.
Como periodista, oficio del cual ha renegado en una entrevista ¿no le queda un buen recuerdo?
Algo de bueno tiene, sí. Como todo. Sobre todo cuando, como yo, lo he ejercido con bastante libertad. En «Marka» publiqué reportajes sobre personas y asuntos que me interesaban realmente. Lo que yo he criticado es ese periodismo carroñero, completamente imbécil e ignorante que se practica mucho en la tele pero también en la prensa escrita, desgraciadamente. Durante 8 años no volví al Perú y después que me fui de México me desligué casi por completo del Perú. En mi ausencia y sin que yo me enterara pasaron muchas cosas, pero eso ya no me concierne.
Cuando se convirtió en un diario que apoyaba a Sendero Luminoso…
«Marka» era una revista que declaró su «apoyo crítico al gobierno velasquista». Luego la publicación cambió de manos, de posicionamiento político, dejó de ser revista para ser un diario y, como tal, simpatizó con el senderismo. Yo todo eso no lo viví, lo supe a la distancia y hasta ahora no deja de sorprenderme. Quienes fundaron la revista fueron Humberto Damonte, conocido editor, y Jorge Flores Lama, un ingeniero más bien socialdemócrata.
Usted tiene una apreciación bastante crítica de la época del terrorismo.
Primero, no acepto el término «terrorismo» para calificar el conflicto armado interno, en el que una parte de la población se enfrentó con otras partes. Segundo, en esa guerra sin cuartel hubo terrorismo por parte de los grupos insurgentes pero también por parte del ejército y la policía. Pero no se puede calificar todo ese periodo histórico como «terrorista». Los grupos alzados en armas no eran cosa de locos sino consecuencia de toda una evolución de la izquierda que, influida, por un lado, por el castrismo-guevarismo y, por otra, por el maoismo-revolución china, venía proclamando desde los años sesenta la necesidad absoluta de la lucha armada para transformar el país. Algunos se tomaron eso en serio y lograron desatar una guerra civil. El resultado de todo eso lo vimos después: ninguna transformación del país, decenas de miles de muertos y las condiciones sociales que fueron caldo de cultivo de la violencia siguen ahí. No han cambiado esencialmente.
¿Se justifica la lucha armada para alcanzar el poder en nombre de una transformación?
Yo no justifico nada de eso, porque sé muy bien que si SL o el MRTA hubieran tomado el poder habrían impuesto una dictadura, una represión feroz. Tratar de comprender no es justificar. No aceptar las simplificaciones oficiales no es justitificar. Denunciar por igual los crímenes de unos y otros no es justificar. Yo estoy en contra de todas las dictaduras, sean éstas de derecha o de «izquierda», y pienso incluso que una dictadura no es nunca de izquierda, por más que lo proclame. Ya vemos hoy por hoy el caso patético de Nicaragua.
En una entrevista que le hicieron hace algunos años usted confesó que tentó el suicidio.
¿Lo digo yo? Ya ni me acuerdo. Pues sí, algo de eso es verdad. Fue por una ruptura amorosa. Pero me faltó coraje para soportar el dolor. Y ahora me digo que fue una estupidez. Creo que el suicidio es una manera más que respetable para poner punto final a una vida que uno juzga que ya no es interesante. Pero el suicidio «por amor» es más bien ridículo.
Luego de varias décadas viviendo en París, decide ahora mudarse a Barcelona ¿encontrará ahí algún estímulo creativo?
Pues aún no sé. Recién estoy en la mudanza y la instalación. Pero lo que busco es romper mi rutina parisina, que me tenía bastante paralizado, y poder avanzar en dos proyectos: «Cielo al revés», sobre mi experiencia mexicana, un relato documental, y «La verdadera historia de Pepito Ramos», un libro sobre una infancia limeña. Creo que para eso Barcelona es estimulante y mucho más barata que París.
Le ha molestado mucho siempre la pregunta de si es el último infrarrealista.
No sé por qué eso de «el último». No soy ni el primero ni el último. Cuando llegué a México el infrarrealismo ya había sido «fundado», o sea, ya existían los manifiestos de Bolaño y Santiago, a los que nadie se vio obligado a firmar para ser infrarrealista. O sea no fui para nada el primero. Después de que Roberto, Bruno y yo nos fuimos a Europa, cada uno por su lado, otros poetas se unieron al «movimiento», influidos por Mario Santiago. El éxito de «Los detectives salvajes» puso a todos estos poetas, al infrarrealismo, en la cresta de la ola, y luego también las diferentes antologías infras que se han publicado, y sobre todo la de Rubén Medina que incluye un interesante marco teórico. Los infrarrealistas seguimos ahí y varios de ellos hemos participado en presentaciones en público muy concurridas. Otros, como Mario Santiago, Roberto Bolaño y los hermanos Méndez han muerto. Yo no soy el último infrarrealista porque en México y otros lugares somos varios los que seguimos vivos y en la brega. Pronto aparecerá en Barcelona un libro con la poesía de Cuauhtémoc Méndez, un buen poeta que falleció dejando casi toda su obra inédita.