Juan De la Fuente Umetsu: “La poesía es plena en sí misma”

El poeta peruano Juan de la Fuente Umetsu acaba de publicar un estupendo poemario donde explora la memoria, las distancias y el corazón.

Publicado

27 May, 2024

Una entrevista de Luis Eduardo García

Juan de la Fuente Umetsu, acaba de publicar un libro hermoso: Umetsu, en el que el pasado dialoga con el presente a partir de la música, las imágenes y los recuerdos que el nieto poeta de un japonés errante trae desde el fondo del pasado. El resultado: un libro cargado de una estela de luz, fino, sutil y lleno “de la presencia poderosa de la vida”.

La poesía es un vehículo para expresar el mundo, pero también para expresar las raíces, aquello de lo que estamos hechos. ¿En qué consiste este proceso?

Confieso que no sé a ciencia cierta si la poesía es un vehículo o el vehículo de la poesía somos nosotros. En mi opinión, la poesía no conduce a nada, pues ella es plena en sí misma. ¿Qué mundo expresa la poesía, si es que expresa algo? Creo que en vez de vehículo de expresión hablaría de revelación o de manifestación. Aunque, en verdad, ¿qué nos manifiesta la poesía sobre el mundo? ¿Y a qué mundo se refiere? ¿Al mío, al tuyo, al nuestro? ¿Al exterior, al interior? El mundo y cada uno de los que lo habitamos somos una unidad, estamos integrados, aunque la razón instrumental y las fronteras territoriales parezcan mostrarnos lo contrario.

Pero ¿en qué consiste este proceso? Bajo el influjo de la poesía o con la poesía he intentado, en UMETSU, explorar mi origen, mis raíces ancestrales, ese lugar donde todos los seres humanos coincidimos, nos encontramos, nos abrazamos; el proceso, en todo caso, ha sido un retorno (o una partida) hacia mi identidad, no para expresarla, sino para constatar y sentir su poderosa presencia en mi vida. Y la presencia de mi vida en esa identidad humana, a partir de la cual es posible que podamos ver el futuro. Al menos, esa es mi esperanza. Un mundo en el cual los seres humanos no se nieguen, no se ignoren más, sino que se reconozcan como únicos e indispensables habitantes de un universo que nos convoca a todos.

Entiendo que Makizo Umetsu fue tu abuelo japonés, quien arribó al Perú en 1909 y regresó a su país natal en 1938, para nunca regresar.  ¿Qué clase de relación mantuviste con él?

No conocí físicamente a mi abuelo, pero estuvo muy presente, sobre todo en mi infancia y mi juventud, a través de mi madre. Siempre la vi orgullosa de su origen japonés, era evidente que su padre nunca salió de su corazón; ella me trasmitía, de alguna forma, su legado. En la sala de mi casa, frente a la puerta de ingreso, estaba la foto de Makizo, junto a Amalia, mi abuela, y sus hijas, de modo que, al entrar, él parecía mirarnos a todos.

Entre el muchacho que escribía sobre su abuelo en 1985, en un poema que luego sería destruído, hasta el adulto que un día se lo encontró literariamente frente al mar de Chorrillos en 2010 y que en 2017, luego de una entrevista sobre inmigración japonesa en América Latina, decidió encararlo poéticamente, pasaron muchas cosas: desde el orgullo casi sagrado, secreto, inexplicable, hasta la negación del origen, que es a fin de cuentas la negación de uno mismo; pero algo permaneció inalterable: el vacío, el silencio y la herida, fusionados en un solo cuerpo.

Mi labor como poeta ha sido construir un puente cultural entre Japón y Perú, entre Tottori y Lima, como ya lo anunciaba intuitivamente en mi libro “Puentes para atravesar la noche” publicado en 2016 y podía entreverlo, aunque nebulosamente, en “Las barcas que se despiden del sol” en 2008. Un puente que me permite acceder a mis raíces orientales, desde mi peruanidad.

Este trabajo, editado por el sello de la APJ, viene cosechando muy buenas críticas.

Tu libro está concebido bajo la forma de diálogo incesante que tiene dos destinatarios: un yo que se interpela a sí mismo para saber quién es y un tú cargado de imágenes del pasado. ¿Cuáles son, desde el punto de vista de la poesía, los resultados de esta conversación?

Lo que señalas es cierto, este libro busca ser un diálogo desde el principio hasta el final. A mí me gustaría mucho que se leyera así, como si todo conversara con todo: la portada con la contraportada, las solapas, los epígrafes, las dedicatorias, las fotografías con los versos, los versos con los textos en prosa, el poema con el vacío, con la presencia en la ausencia.

Es un libro o un poema largo dividido en cantos. En UMETSU el yo poético pasa de lo singular a lo plural, como si se fusionara con el otro, con lo otro. Las voces del viaje buscan resonar desde diversos tiempos y lugares; entre el sueño y la palabra, en una tentativa de reconstrucción y reconciliación del y con el origen. Durante su acabado, he tenido que ceder ante los reclamos que me hacía su propia naturaleza. El resultado tiene que ver con asumir lo negado y sobre todo con una forma de perdonar, de amistarse, de curar y curarse. Eso es y ha sido la escritura de este libro para mí: un viaje de transformación y de conocimiento personal. Un viaje de afirmación de lo lírico en mi poesía y una constatación de que el puente con mis raíces recorre, igualmente, territorios vastos y desconocidos en mi interior. Además, la reafirmación de que el amor es la energía más poderosa de todas las que mueven el mundo hacia su verdadero encuentro.

De ese diálogo fluye, según mi impresión, una especie de dolencia que atraviesa de manera sutil y contenida todos los poemas. Es un dolor por lo perdido o por lo que no fue, algo que se puede inferir de otro diálogo que tu poesía establece con las fotografías de personas y objetos que lo acompañan. ¿Estoy en lo cierto?

UMETSU es el único libro que he escrito que, al leerlo, me ha hecho llorar, no de tristeza sino de una extraña sensación de alivio y liberación. Cuando tomaba conciencia de la mirada del Makizo joven que abre el libro y el Makizo adulto que lo cierra, algo se abría y se cerraba en mí. Un día mi menor hija Vahnia se dio cuenta y tras mirar la foto de Makizo adulto antes de su retorno a Japón, me dijo, sin saber los detalles:

-Papi, ¿él es mi bisabuelo?

-Sí, hijita.

-A él le pasaba algo, Papi, creo que le pasaba algo, está muy triste.

Este libro ha sido un viaje emprendido por mí, al margen de mí mismo. Se fue escribiendo con el tiempo, incluso muchas veces sin que yo tuviera conciencia de ello.

En la presentación de “Más allá del haiku, antología de autores nikkei latinoamericanos”, en la que tuve el honor de ser uno de los panelistas, el profesor Koichi Hagimoto, destacó la importancia del silencio, de lo que se calla, aludiendo a algunos temas que los japoneses que llegaron al Perú y luego sus descendientes no abordaron. 

Ese silencio, en modo de reserva ha marcado mi vida. Crecí en una familia unida, alegre pero que callaba algo o que a veces lo decía a medias. Lo que se calla, sin embargo, crece con el tiempo dentro de cada uno hasta afirmar su lugar y buscar expresarse.

UMETSU es una parte importante, quizás la de mayor valor en esa especie de recinto de silencio que me ha acompañado en la vida. Es la liberación de una carga o de una tierra fértil o de un océano distinto donde los ciruelos que conforman su significado vuelven a crecer y donde el proceloso mar encuentra un puerto. 

El poeta participó en el proceso de edición y montaje.

¿Hay una edad para escribir este tipo de libros? ¿Tiene esto que ver con la madurez o con la experiencia? ¿Qué significado tiene que un miembro de la tercera generación de los Umetsu lo escriba?

La verdad, no sé si hay una edad adecuada, para abordar el tema del origen, de la migración, del exilio; en cierta forma, todos los que habitamos este planeta somos exiliados interiores o exteriores. Todos nacemos con una herida y nos toca reconocerla y amar nuestro dolor. El poeta, quizás, como el centauro Quirón, sea un sanador herido. Además, siempre la vida es cambio y todo cambio genera dolor. Pero siempre hay un propósito.

En el “Hagakure”, considerado uno de los grandes tratados de samuráis jamás escritos, hay un párrafo que podría incluirse hoy en un libro de estudio de las constelaciones familiares. Aquí tengo el libro, lo leo: “El señor Naoshige dijo: ‘La bondad o maldad de un ancestro puede determinarse por la conducta de sus descendientes’. Un descendiente debería obrar de modo que manifieste el bien de su ancestro y no el mal. Eso es piedad final.”

Eso es lo que podría denominarse un proceso de curación o, como diría Seamus Heaney, de reparación de la poesía. El significado que yo le otorgaría en el caso de mi libro es que me ha tocado a mí, el privilegio de ser el que literariamente reconecte a Makizo con su familia en el Perú. Además, dije antes que considerar que en UMETSU todo dialoga con todo: es importante destacar que en la dedicatoria del libro hay una parte en la que digo y paso a leerlo ahora: “A Theo, mi sobrino nieto, nacido en Japón justo el año en que mi madre cumpliría 100 años, por unir las dos orillas”. Espero, sinceramente, que UMETSU haya unido también las dos orillas y haya hecho posible el retorno poético de mi abuelo Makizo al Perú.

Respecto a si la escritura del libro tiene que ver con la madurez o la experiencia, confieso que mientras más adulto soy, me siento más joven literariamente; pero, claro, antes de llegar a UMETSU han tenido que nacer otros libros que me han permitido llegar a él. Y para escribir UMETSU y esos otros libros, como mi libro anterior “Vide Cor Tuum” (2017), que me preparó con el ritmo y la intensidad, he tenido que vivir, no hay otra manera de llegar: la poesía es constancia y experiencia, y por supuesto un viaje permanente a través de la lectura.

Pienso en este libro como un proyecto personal y colectivo, al mismo tiempo, pues no sería posible sin las personas que colaboraron en hacerlo realidad.

La experiencia y la genialidad de Eduardo Tokeshi, quien se conectó de inmediato con el espíritu del proyecto. Él trabajó el arte para la portada e intervino las fotografías de época que integran UMETSU y que son una voz más del libro.  Y, simultáneamente, el talento, la visión limpia y comprometida del equipo de jóvenes del Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa, liderados por Jhonaha Pujay, y del Museo de la Inmigración Japonesa. El diseño de la portada lo hizo Jhonny García Flores y la fotografía de la portada, el maestro Jaime Takuma.

Aunque hay un tono y una atmósfera semejante en algunos de tus libros anteriores, este tiene una carga especial, un acento distinto, tanto en las imágenes, los conceptos y la elección de las palabras. ¿Qué tipo de trabajo y esfuerzo te costó escribirlo?

Comencé a escribirlo en 2017. Había tenido una entrevista muy interesante sobre inmigración japonesa en América Latina (adelanté algo en una respuesta anterior) y al salir de ella mi abuelo Makizo Umetsu reapareció en mi vida. Caminé largo desde San Isidro hasta la Costa Verde de Miraflores. Y otra vez, frente al mar, cogí mi teléfono y empecé a escribir en el block de notas el primer poema del libro. Luego vinieron muchos versos más. En algún momento, llegó a ser un borrador algo extenso. Más adelante, tras el proceso de corrección, UMETSU tomó la forma de un libro breve o un poema largo. Pero UMETSU no eran solo los textos, era también las fotografías de la época, la sucesión de las pequeñas olas de mar que lo conforman y unifican. El libro tiene, además, un dossier fotográfico que lo complementa y que busca ser un aporte a la memoria de la inmigración japonesa al Perú, que este año conmemora sus 125 años.

Si hay algo que me ha enseñado el proceso de escritura de este libro, a mí que he solido ser impaciente, es precisamente a tener paciencia. UMETSU, además, no solo es el proceso de escritura es también el proceso de publicación.

Quiero agradecer especialmente a la Asociación Peruano Japonesa, a través de su Fondo Editorial, por acoger y creer en este proyecto. Ahora que tengo el libro impreso entre mis manos, miro los primeros archivos en word con ternura y pienso en cómo se ha dado la segunda parte del proceso: el sueño de un libro que encontró el apoyo suficiente para poder cumplirse y que a la vez me exigió recorrer un camino restante: recopilar las fotografías originales de la época, documentos, cartas, sellos, en fin, huellas digitales.

En este libro, por suerte o por destino, todo estuvo conectado: los amigos que lo leyeron y me impulsaron a publicarlo, la familia que me ayudó a recobrar lo que se hallaba disperso en Lima y Japón, y otros encuentros mágicos que se dan en la vida.

Pienso que el proceso de publicación de mi libro ha sido un viaje editorial personal y colectivo, a lo largo del cual me he sentido muy bien acompañado.

El poeta lleva en su sangre la memoria de dos pueblos.

Cuando se buscan respuestas en el pasado o dentro de uno mismo, la poesía es una iluminación. ¿Qué libros o experiencias de vida te han iluminado para escribir este libro?

La poesía en su camino siempre trae luz y también oscuridad. El asunto es hallar el balance que haga posible “ver” el camino que se recorre. Hay temas que precisan de la poesía, para revelarse; es el único territorio en el que pueden hallarse y dialogar el sueño y la palabra, sin precipitarse el uno en el otro, sino fusionándose en una especie de historia ajena al acontecimiento. Reconozco que, con el devenir de los años, los temas pendientes que creíamos cerrados se abren y presentan con más fuerza y mayor demanda. Se vuelven urgentes. La herida que estuvo siempre abierta se muestra nuevamente en toda su dimensión. Y, entonces, hay que asumirlo sin resistirse, hay que colaborar, hay que curar y curarse.

Todos los libros que he escrito me han llevado a escribir UMETSU. He aprendido algo, que puede sonar ingenuo: he aprendido que es importante releer y releerse para no repetirse en vano. Y saber esperar y saber soltar. Colaborar con lo que va a suceder de todos modos. Asumir el destino y el milagro.

Los epígrafes que, con el espíritu de un centón, pretenden dialogar en el libro muestran a los diversos autores que me han acompañado: Yosa Busón, Saint-John Perse, Kobayashi Issa, Fernando Pessoa, Dante y Ko Un. En el camino de corrección me he reencontrado con Matsuo Basho, René Char, por supuesto, y he descubierto (uno nunca termina de hacerlo) autores como Osaki Hozai (poeta contemporáneo de mi abuelo Makizo y paisano suyo, pues nació en Tottori), Taneda Santoka y Akiko Yosano, entre otros. Suelo ser un apasionado, por no decir “adicto” a la lectura de poesía y esta vez he vuelto a viajar a través de los caminos de la literatura japonesa.

Hay una idea persistente en el libro: el viaje, el ir y, a veces, el no volver. Eduardo Tokeshi dice en el prólogo que el mar es una presencia inasible en tu libro, pues es el vehículo que trajo Umetsu y al mismo tiempo se lo llevó. Pero tengo la impresión de que más allá de esto, se trata de un tema cultural, de algo que tiene que ver con lo japonés.

A mí siempre me apasionaron el mar y el desierto. Con el tiempo logré vivir frente al mar, pero no entendí mi obsesión por el desierto. Hay una foto de mi abuelo en la Huacachina que data de 1930 y al fondo de ella pueden verse las dunas de Ica. Me pregunté durante muchos años, por qué a Makizo le fascinaban el mar y la arena, hasta que vi una foto de Tottori: el mar y las dunas, las famosas dunas de Tottori. Eso estaba ya en mí, antes de que lo entendiera, lo siento, estoy seguro. La evidencia de mi origen japonés apareció primero en mi poesía y yo no me di cuenta, hasta que un día lo vi claramente, aunque en ese momento, creo que solo yo lo veía claramente. La presencia en la ausencia, la plenitud del vacío, la fascinación por lo efímero y lo eterno, la veneración a los antepasados, la conversación con ellos, la contención, el refrenamiento. Y algo que ya mencioné antes, el silencio. El silencio que esta vez, habló.

¿Dónde ubicas este libro dentro de tu desarrollo poético? ¿A dónde sientes que has llegado?

Pienso que el poema tiene vida propia, existe y se desarrolla al margen del poeta. En el caso de UMETSU, lo creo doblemente. Es el libro que más he sentido vivir durante el proceso de escritura y publicación. Creo que he respetado lo más que he podido las exigencias que me demandaba su propia naturaleza. En su multiplicidad de voces, reconozco mi propia voz. De repente no he llegado a ningún sitio, pero estoy seguro de que he llegado a mí. ¿Acaso la poesía debe llegar a algún lugar?

¿Sigues siendo el mismo después de haberlo escrito? Todo libro de poesía es un viaje, pero este libro ha sido para mí un viaje de transformación y liberación. No soy el mismo después de escribir y publicar un libro. Pero con este el sentimiento es mayor. Ahora soy más humano que antes, me he reconectado con mi pasado y con mi futuro. Vivo en mi presente y convivo con todos mis tiempos.

Luis Eduardo García
Luis Eduardo García (Chulucanas, Piura, Perú, 1963) Poeta, narrador y periodista. Es docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada del Norte de Trujillo. En 1985 ganó el VI concurso “El poeta joven del Perú” y en el 2009 el Tercer Premio del Concurso Internacional Copé de Poesía. Ha publicado cuatro libros de poesía: Dialogando el extravío (1986), El exilio y los comunes (1987), Confesiones de la tribu (1992) y Teorema del navegante (2008); dos de cuentos: Historia del enemigo (1996) y El suicida del frío (2009); y uno de crónicas, ensayos y entrevistas: Tan frágil manjar (2005). El lugar de la memoria (2023) premio de novela breve del BCR. Mantiene desde 1986 una página de reseñas y comentarios literarios en el suplemento dominical del diario La industria de Trujillo.

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