Escribe J. Miguel Vargas Rosas
José Carlos Mariátegui en su Testimonio de parte, incluido en el séptimo y último ensayo de su obra más popular, sin aspavientos señala lo siguiente:
«Mi testimonio es convicta y confesamente un testimonio de parte. Todo crítico, todo testigo, cumple consciente o inconscientemente, una misión. Contra lo que baratamente pueda sospecharse, mi voluntad es afirmativa, mi temperamento es de constructor, y nada me es más antitético que el bohemio puramente iconoclasta y disolvente; pero mi misión ante el pasado, parece ser la de votar en contra. No me eximo de cumplirla, ni me excuso por su parcialidad» (Mariátegui, J. 2007. 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Biblioteca de Ayacucho, Perú)
No obstante, esta parcialidad de la que habla no se trata pues del “compadrazgo” muy utilizado en gran parte de la crítica literaria peruana actual; una crítica por demás carente de objetividad, y atada al comercio para engordar como y junto a los lumpen. No desprecio ni desvaloro, tal como manifestara el propio Mariátegui —en el mismo Testimonio de parte—, la estética. Esto sería imposible y nada meritorio, ya que la estética es característica inherente (por no decir “indispensable”) de la literatura como de cualquier otra disciplina artística. Entonces, de esta manera hoy me asomo a la poesía de Julio Carmona, de quien diremos que su poesía se aproxima al estilo popular, pero tiene ella mucho de académica. No cae en el clisé de la literatura moderna que hace uso rutinario de la tecnología —legado del futurismo italiano—, sino más bien que trata tópicos desde un punto de vista distinto al común de los poetas, lo cual enaltece su calidad literaria.
Hay en la poesía de Carmona, muy al estilo de Brecht, una ironía despiadada y clara contra el estado actual de cosas y contra el sistema, que es influenciada por el marxismo. «Yo compadezco a la usura/ No porque sea maldad: / Porque si es mayor la altura / es mayor la soledad.» De esta manera, la voz poética se mofa de la usura representada por los grandes bancos y sus sucursales establecidas en los países del tercer mundo, graficando así la soledad en la que caen las entidades bancarias —no una soledad apacible e inspiradora, sino una soledad con odio y rechazo—. Y aunque su destreza se refleje en los cuartetos y las décimas, también es ágil en los poemas de versos libres. Mas, centrémonos de momento en la ironía de sus versos, pues este recurso literario, a decir de Ballart (1994), es la salida a la insuficiencia lingüística, que propone admitir ese imposible (la forma de expresarse mediante un medio limitado como es el lenguaje), en tematizarlo y trasladarlo al nivel mismo de la representación, y precisamente este recurso es el que representa por excelencia a Carmona, ya que hay mucho de ello en su conglomerado de poemas y lo aplica a una diversidad temática.
«Ahora ya no voy al cine/ porque no se me cocina/ que nunca el yanqui marine/ es culpable si asesina»; de esta manera, por ejemplo, se pasea por el cine y es que este es tomado no solo como un arte de entretenimiento, sino también como medio de instrucción y de adoctrinamiento que afecta la conciencia de las mayorías sociales. De ahí en adelante, la ironía va a expandirse incluso a los temas más personales que a su vez están conectados a la sociedad, porque para el poeta no existe un Yo sin la sociedad o la multiplicidad de Yo fundidos en un solo sentir. «Tal vez el otro que es mi yo secreto/ o yo mismo que soy el tú infinito» (p. 21). Por tanto, el poeta halla constantemente la conexión entre la sociedad como un todo que influye en el individuo y viceversa. «Comprendo que no me quieras/ pues no parezco un Brad Pitt/ mas cuando Brad Pit se muera/ se va a parecer a mí». Para nuestros buenos académicos de la poesía que, aún permanecen con la vieja monserga “culterana” de que la poesía solo debe ser “estética” y no apta para el “vulgo”, los poemas de Carmona deberían resultarles en este aspecto muy positivo, pues este construye elocuentemente castillos de belleza sutiles y sencillos, aunque también debe provocarles dolores de cabeza debido al mensaje inherente de sus versos y a la picardía que los envuelve.
No obstante, el poeta sabe por qué camino marcha, y aunque su sátira e ironía —que se constituyen como la muestra de su molestia e incomodidad contra el sistema y el estado actual de cosas— tengan poder en esa mixtura de poesía académica y popular, también se profundiza en la filosofía, siempre asumiendo una posición sin vacilaciones en pro del materialismo dialéctico, cuyas leyes tratan de ser explicadas de una manera sencilla sin carecer de belleza sublime. «Hay una sola verdad:/ El mundo existe sin mí / como yo existo por ti…/ Por el monte, la ciudad/ por la luz, la oscuridad/ y por la tierra, la mar (…)»; las contradicciones son expuestas mediante las constantes antítesis, y aplicando esta dialéctica se arriesgará a discernir sobre los tipos de guerra —justas e injustas— e incluso a rivalizar contra la célebre frase de Calderón de la Barca.
«¿Y si en cada ficción
se va desgastando el mundo?
(Pregunta de Segismundo
O tal vez de algún simplón)
Mas si todo es ilusión
Y solamente yo existo
Lo demás no vale un pisto
Igual que padre ni madre
Y en medio de ese descuadre
Ya no nos salva ni un Cristo»
(Botella de náufrago, p. 49)
Entonces, tenemos una poesía que se mantiene joven mediante el sarcasmo, la ironía, la crítica constante y que por ende rompe con el estereotipo de los poetas academicistas que dejan de lado la crítica, y con esta, se apartan de la superación que cada generación debe aportar según su momento histórico. Si bien es cierto que la poesía de Carmona contiene construcciones de figuras poéticas bien elaboradas —expresadas incluso en las nomenclaturas que tienen algunos de sus capítulos: «Fuego en cenizas dormido»— también usa figuras retóricas propias de la poesía de un modo exquisito, tal como la anáfora en las siguientes líneas: «(…) Que la tierra es el satélite de la luna/ que los pobres son los ricos de la tierra/ que las mujeres son el sexo fuerte/ que los curas enferman / que las dudas afirman/ que la muerte es la verdadera vida/ que el viento es una piedra y/ que la piedra vuela a hurtadillas/ que dios no está en el cielo sino en el infierno». De igual manera, podríamos mostrar infinitos ejemplos de metáforas con las cuales ornamenta sus construcciones poéticas a las cuales les añade un toque popular, y también podríamos indicar las ineludibles influencias de Vallejo y Manuel Scorza que lo asaltan en algunas de sus composiciones. No obstante, logra rápidamente liberarse de estas para ser Carmona en la mayoría de su obra poética (teniendo en cuenta que nuestros Yo tienen un poquito de otros Yo).
Pero, por sobre todo esto, Carmona se yergue, siendo parte de la generación de los 60, como un espíritu nuevo y joven, con ideas rebeldes acompasados por versos dinamiteros, corajudos y jocosos a la vez, y esto es lo que precisamente señalaba Mariátegui al enfatizar que “No nos faltan poetas nuevos. Lo que nos falta, más bien, es nueva poesía». Y la poesía de Carmona resulta, incluso en nuestra época, nueva… nueva por lo jocundo, por su optimismo, por inyectar un espíritu nuevo a la poesía que, en él, como ya lo dijimos, encuentra un punto de interconexión entre el lenguaje poético popular y el lenguaje poético académico. «Yo agrego que, más que melancólico, el tono de nuestra poesía es hipocondríaco. Pero no acepto la tesis de que estos versos sean extraños al ambiente. No es cierto que nuestra gente sea alegre. Aquí no hay ni ha habido alegría. Nuestra gente tiene casi siempre un humor aburrido, asténico y gris. Es jaranera pero no jocunda. La jarana es una de las formas de su astenia. Nos falta la euforia, nos falta la juventud de los occidentales»; y esa juventud occidental que clamaba Mariátegui para la poesía sudamericana, es la que posee la poesía de Carmona. El poeta ve el dolor, pero no lo rebaja al pesimismo. El poeta siente el dolor de las mayorías, pero enciende la alegría en medio de ese dolor. El poeta ve la oscuridad, pero sabe que, en medio de esta, supervive la luz con la que iluminarán la vida en el futuro. Por lo tanto, el poeta invita a sonreír de una manera crítica y combatiente.
Cuando se introduce a temas filosóficos, lo hace con ese mismo espíritu de visionario que no se aparta del futuro por más que enrostra el presente trágico. En la poesía de este vate se refleja el espíritu jocoso del poblador de la costa y del afroperuano, el cual no es plasmado de manera forzada, sino más bien espontánea y natural. Por otro lado, en cuanto a política y filosofía, no hay en este conglomerado de riquezas estéticas subconscientes que broten al azar, porque predomina el consciente poético que plantea el materialismo dialéctico y los principios revolucionarios marxistas, mas si hablamos desde el lado subjetivo, del sentimiento del ser, aseguramos que hay en él la evolución de la sensibilidad vallejiana y al igual que en Vallejo, la rebeldía en Carmona es una empresa metafísica —tal como dijera Mariátegui— pues no puede desprenderse de su alma otra cosa que rebeldía, incluso en los asuntos más oscuros de la filosofía, y de esta manera no decae en simples quejas sin vigor. Carmona forma parte del dolor humano, se solidariza con los pueblos oprimidos optando de esta manera una posición de clase dentro de la sociedad, pero a diferencia de otros poetas, se resiste a reflejar el pesimismo andino y es ahí cuando su poesía toma un rumbo didáctico, pues quiere enseñar la alegría, compartirla en cada mesa, incitando a que vean el futuro como uno totalmente cambiado si el conjunto de hombres que hoy sufre decide levantar la mano para transformar la sociedad.
«Las horas son cual las aves
Que no regresan al nido
O como las vagas naves
Que bogan hacia el olvido»
(Botella de náufrago, p. 87)
E incluso el amor filial es para el poeta una lucha constante y tenaz, algo que necesariamente se tiene que construir de manera consciente, rompiendo de esta manera con las obsesiones subconscientes, desbordantes y dañinas del romanticismo.
«Y conquistaré esas ruinas
Como ilustre gladiador:
De amar nunca se termina
Pues no envejece el amor»
(Botella de náufrago, p. 89)
Carmona es un apasionado, pero un apasionado a conciencia. Además, se considera un discípulo muy leal de Vallejo, por lo que vuelve a tratar el tópico vallejiano sobre la voz del poeta que “emerge del pueblo y hacia el pueblo regresa”.
«Todo lo que debo dar
Del pueblo lo he recibido
Y lo doy agradecido
Pues de él heredé el cantar»
(Botella de náufrago, p. 93)
Y trata de explicar, tan breve, el surgimiento de los dioses a través de la poesía filosófica.
«Se volvió sólido el aire
Piensa el insecto en el vidrio,
Como unos hacen divino
Lo que no explica su carne»
En ningún momento deja la crítica mordaz contra la sociedad, contra los seudo luchadores sociales y contra la filosofía idealista.
«(…)Yo prefiero el Viaje a la semilla
Incluso que a La nube en pantalones;
Mas no aplaudo sin más a los simplones
(que pueden ser despojo en la carretilla)
Pues, en esta impredecible pesadilla,
Sé muy bien lo del oro y los ladrones.»
(Botella de náufrago, p. 20)
No escapa de su crítica ni el propio Vladimir Mayakovsky, de quien ya Vallejo diría algunas cosas en sus textos ensayísticos, pero tampoco desmerece al poeta bolchevique.
Tampoco escapan de él los tópicos sobre la palabra, su función frente a los lectores o la sociedad. «Casqué la cáscara de la palabra/ y en su interior hallé la maravilla: / luces y sombras y una flor que brilla/ en tus ojos de alondra que me labra(…)» (p. 19) y en contraste de los estetas sobrehumanos, para Carmona la poesía es humana, brota del hombre como ente social. Para él como para Vallejo: primero es el hombre, después el poeta.