Escribe Eric V. Álvarez
Hubo un tiempo en el que los hombres pasaban de la realidad al mito. Una época en la que los gobernantes de carne y hueso eran, luego de su muerte y ya instalados en la memoria colectiva, reconfigurados como míticos o legendarios. Quizá el primero de ellos fue Gilgamesh, rey de Uruk, que gobernó esa ciudad entre los años 2 700 o 2 600 antes de Cristo y del que se ha recuperado, hace poco más de cien años, el texto que narra sus aventuras y que fue redactado, a decir de los especialistas como Joaquín Sanmartín, hacia el año 1 100 antes de Cristo (aunque ya había menciones al rey por los siglos xxvi y xxvii a. C.), lo que la convierte en el texto literario más antiguo del mundo.
La epopeya babilónica en su versión más extendida es obra de un tal Sin-lequi-unninni, que fijó la estructura del texto en once tablillas entre los siglos xiii y xii antes de Cristo. El título del libro era “El que vio lo más hondo” o “El que ha visto lo profundo” (Sha nagba imuru). Sabemos que el texto original está perdido, pero las copias que se han conservado nos permiten comprender la trama de la epopeya.
Gilgames es un tirano, rey de Uruk, que está haciendo uso del ius prima nocti o derecho de pernada, algo que horroriza a Enkidu, la contraparte del rey y que más adelante se convierte en su fiel amigo. Es Enkidu un ser salvaje y animalesco que deserta de esa condición cuando Shamat, la prostituta, lo seduce y yace con él. Gilgamesh tiene un sueño que su madre, la diosa Ninsun, le explica: llegará a Uruk un hombre que será parte de su vida. En su primer encuentro ocurre un combate entre ambos: el resultado es el inicio de esa amistad. Amigos ya, preparan un viaje al Bosque de los Cedros donde vive Humbaba, un ogro a quien quieren y logran matar. Regresan triunfantes a Uruk. Luego Ishtar, la diosa del amor, se enamora de Gilgamesh, pero este la rechaza. Ishtar, herida en su amor propio, envía al Toro del Cielo, un animal que le pertenece a su padre, el dios Anu. El toro destroza los campos con sus resoplidos. Entonces los dos amigos batallan contra él, lo matan, le arrancan el corazón y se lo ofrecen a Samash, dios del sol.
Gilgamesh y Enkidu son propensos a los sueños adivinatorios. El último ha tenido uno particularmente perturbador. En las imágenes ve el castigo de los dioses: su propia muerte. Así, trazado el destino, Enkidu enferma de gravedad y hace notar su condición de mortal. Es el primer héroe de la historia de la literatura que sabe que morirá. Ocurre, finalmente, y Gilgamesh ofrece suntuosos funerales para su amigo. La obsesión por la muerte traspasa al rey de Uruk y decide buscar la forma de hacerse inmortal. Atraviesa montes escarpados, resguardados por escorpiones, camina siguiendo al sol y se encuentra con Siduri, una tabernera que le indica cómo llegar hasta donde el barquero Ur-sanabi, quien conoce la ruta hasta la morada de Uta-napisti (Utnapishtin, en otras grafías), de quien dicen es “el único ser inmortal de origen humano”. Este Uta-napisti logró sobrevivir al diluvio, un evento irrepetible que le ha permito obtener esa gracia. Pero le explica a Gilgamesh que es imposible que eso vuelva a suceder. De este modo, Uta-napisti reta a permanecer despierto durante seis días y siete noches a Gilgamesh, pero este se duerme pronto y el inmortal le reclama: si no eres capaz de permanecer despierto y te vence tu propio sueño, no mereces la inmortalidad. Sin embargo, y por consejo de su esposa, le habla de una planta que podría ser un aliciente a su infructuosa búsqueda: esta planta rejuvenece. Acompañado por Ur-sanabi, Gilgamesh se hunde en el mar, visita las profundidades y sale victorioso. Pero al regresar a Uruk, comete un descuido que quizá aún estemos pagando los humanos sobre la tierra: se deja robar la planta por una serpiente mientras él se baña. Al fin de su viaje, y ya habiendo comprendido que todo ha sido inútil, regresa a su ciudad y le muestra los cimientos y las murallas de la indomable Uruk a Ur-sanabi.
El asiriólogo William L. Moran ha dicho que la epopeya no debe leerse como un mito. Sin embargo, y a pesar de que sabemos que es una ficción, es imposible equiparar el diluvio que se menciona en las tablillas con el que ocurre en la Biblia, por mencionar un ejemplo. Y es que el ser humano todavía no pierde esa mirada primitiva en el sentido estricto del término, con la que miramos algo por primera vez. Acaso nuestra todavía pervive en nosotros la mirada de aquellos primeros hombres que leyeron el texto por primera vez. Acercarnos a la lectura de la epopeya de Gilgamesh es regresar a los albores de la civilización y comprender que la literatura es y ha sido una parte fundamental de la humanidad y que sin ella seríamos como Enkidu antes de conocer a Shamat.
*Existen múltiples ediciones de la Epopeya de Gilgamesh. Aquí una breve lista.
1. La epopeya de Gilgamesh, versión de Andrew George, Debolsillo.
2. Epopeya de Gilgames, rey de Uruk, traducción y edición de Joaquín Sanmartín, Editorial Trotta.
3. La epopeya de Gilgamesh. El gran hombre que no quería morir. Edición de Jean Bottéro, Editorial Akal, colección Oriente.
4. El poema de Gilgamesh, edición de Rafael Jiménez Zamudio, Cátedra, Letras Universales.
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