Las lecturas que Ernest Hemingway recomienda para convertirte en escritor

La obra de Ernest Hemingway producía lectores en todo el mundo, mientas que su vida agitada, aventurera y arriesgada despertaba profunda admiración en sus seguidores. Uno de ellos se llamaba Arnold Samuelson.

Escribe Gabriel Rimachi Sialer

Héroe de guerra en Italia, cazador de leones en África y pescador de peces grandes en Cuba, Ernest Hemingway encarna actualmente todo aquello que la corrección política rechaza y desprecia. Pero su nombre, su obra y su vida son ya una leyenda. Ganador del Pulitzer en 1953 por El viejo y el mar, y el Nobel de Literatura en 1954, en 1959 el New York Times lo catalogó como el mejor escritor vivo después de Shakespeare. La obra del escritor norteamericano nacido en Illinois en 1899 producía lectores en todo el mundo, mientas que su vida agitada, aventurera y arriesgada despertaba profunda admiración en sus seguidores. Uno de ellos se llamaba Arnold Samuelson.

Estudiante de periodismo que soñaba con ser escritor, Arnold Samuelson tenía 22 años en 1934 cuando descubrió en una revista Cosmopolitan el cuento “Un viaje al otro lado”, que firmaba Hemingway. La impresión que le causó aquella lectura despertó en él la obsesión por conocer a su autor y conversar con él, pedirle algunos consejos sobre cómo ser un escritor de verdad. Convencido de que para escribir no solo había que leer mucho sino también vivir bastante, Samuelson tomó su mochila y salió de su casa en Minneapolis para recorrer los tres mil kilómetros que lo separaban de Cayo Hueso, en Florida. «Parecía una tontería, pero un vagabundo de veintidós años que vive durante la Gran Depresión no debía tener muchos motivos para hacer las cosas que quería hacer», escribiría más adelante. Además, tenía en mente un objetivo único: conversar con Hemingway sobre escritura y literatura. Cuando llegó a la puerta de la casa del escritor, todo cambió para siempre.

«Cuando llamé a la puerta principal de la casa de Ernest Hemingway en Cayo Hueso, salió y se puso frente a mí, con cierta molestia, esperando a que yo hablara. Yo no tenía nada que decir. No podía recordar una palabra del discurso que había preparado durante todas las semanas que demoré en llegar a su casa. Era un hombre grande, alto, ancho de hombros, con los pies separados y los brazos colgando a los lados. Se inclinó un poco hacia adelante, apoyándose sobre los dedos de sus pies, en el equilibrio instintivo de un luchador listo para golpear».

Ernest Hemingway
Ernest Hemingway en su casa en Cuba.

Hemingway le preguntó que qué quería exactamente, y el joven escritor le contestó que había leído su último cuento publicado en la revista Cosmopolitan y que había quedado tan impresionado que no había podido evitar ir a conocerlo para conversar con él. Hemingway, que en ese momento estaba ocupado, lo invitó a regresar a su casa al día siguiente.

Y así fue. Al siguiente día, ya en casa de Hemingway, Arnold Samuelson le confesó que no sabía escribir ficción, que lo había intentado muchas veces, que no había tenido éxito, que necesitaba un consejo. Hemingway entonces le dijo:

«Lo más importante que he aprendido acerca de la escritura es que nunca se debe escribir demasiado a la vez», dijo Hemingway, tocando mi brazo con el dedo. «Nunca hay que hacerlo de una sentada. Deja un poco para el día siguiente. Lo más importante es saber cuándo parar. Cuando empiezas a escribir y todo marcha bien, llega a un lugar interesante y cuando sepas lo que va a ocurrir después, ese es el momento de parar. Luego hay que dejarlo como está y no pensar en ello; déjalo reposar y que tu subconsciente haga el resto. A la mañana siguiente, después de un buen sueño y estando ya bien fresco, reescribe lo que escribiste el día anterior. Al llegar al lugar interesante donde sabes lo que va a ocurrir, partes de allí y paras en otro punto importante. De esta manera consigues que tu texto esté lleno de lugares interesantes, nunca te atascarás y harás que sea interesante a medida que avanzas».

Entre tantas otras cosas, Hemingway desaconsejó al joven Samuelson de fijarse en autores contemporáneos. Lo que debía hacer era competir con los clásicos, con los muertos, pues eran los que conseguían que sus obras resistieran al tiempo. El escritor invitó entonces a Arnold a su taller, quien describió así la experiencia:

“Su taller era el garaje de la parte trasera de la casa. Lo seguí hasta una escalera exterior del taller, que era una sala cuadrada con un suelo de baldosas y ventanas cerradas en tres paredes y largos estantes de libros por debajo de las ventanas del piso. En un rincón había una gran mesa antigua de encimera plana y una silla antigua con un respaldo alto. Ernest Hemingway tomó la silla de la esquina y nos sentamos uno frente al otro a cada lado del escritorio. Cogió una pluma y comenzó a escribir en un pedazo de papel. El silencio era muy incómodo. Me di cuenta de que se tomaba su tiempo para escribir. Me hubiera gustado que me entretuviese con sus experiencias, pero finalmente mantuve la boca cerrada. Yo estaba allí para tomar todo lo que iba a darme y nada más”.

Lista de lecturas que Hemingway le entregó a Samuelson.

Lo que en ese momento estaba escribiendo Ernest Hemingway era una generosa lista de 14 novelas y 2 cuentos que le recomendaba leer a Samuelson antes de dedicarse a la escritura. Estos son entonces los 16 libros que Ernest Hemingway le recomendó a un joven escritor en 1934:

  1. «Anna Karenina» de León Tolstói.
  2. «Guerra y Paz» de León Tolstói.
  3. «Madame Bovary» de Gustave Flaubert.
  4. «El hotel azul» de Stephen Crane.
  5. «El bote abierto» de Stephen Crane.
  6. «Dublineses» de Jame Joyce.
  7. «Rojo y Negro» de Stendhal.
  8. «Servidumbre humana» de Somerset Maugham.
  9. «Los Buddenbrook» de Thomas Mann.
  10. «Allá lejos y hace tiempo» de W.H. Hudson.
  11. «El Americano» de Henry James.
  12. «Saludo y despedida» (Hail and farewell) de George Moore.
  13. «Los hermanos Karamazov» de Fiódor Dostoyevski.
  14. «La habitación enorme» de E.E. Cummings.
  15. «Cumbres borrascosas» de Emily Brontë.
  16. «El libro de Oxford del verso Inglés» de Sir Arthur Thomas.

Después de hacer la lista, Hemingway fue a su biblioteca personal, tomó una colección de relatos de Stephen Crane y se la dio a Samuelson. También le entregó su propia novela Adiós a las armas, pidiéndole que se la devolviera apenas la terminara, cosa que Samuelson hizo al día siguiente: la había devorado durante la noche. Sorprendido gratamente por el entusiasmo de su joven amigo, Hemingway le propuso entonces algo con lo que muchos lectores hubieran soñado en ese momento: el autor de Los asesinos se acababa de comprar un barco y necesitaba a alguien que le ayudara a cuidarlo. ¿Lo ayudaría él?

Ernest Hemingway y Arnold Samuelson pescando juntos.

Samuelson no lo dudó ni un segundo y durante el siguiente año recorrió junto a Hemingway toda la costa de Cayo Hueso y de Cuba, convertido en su asistente. Durante todo el tiempo que pasaron juntos sostuvieron largas conversaciones sobre literatura y el proceso de escritura. Tras esta enriquecedora experiencia, Samuelson escribiría el libro Con Hemingway: Un año en Cayo Hueso y Cuba, que no vería la luz si no póstumamente y gracias a su hija, quien descubrió el manuscrito y lo presentó a una editorial.

Samuelson nunca llegó a ser el escritor exitoso que soñó, pero tal vez le bastó ese año completo en altamar con su ídolo literario para entender y aprender todo lo que, desde aquella tarde en que leyó por primera vez el cuento de Hemingway en Minneapolis, quiso saber. Misteriosos son los caminos de la literatura, y uno nunca deja de sorprenderse de sus posibilidades.

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