“El legado de los conquistadores”, de Antonio Taboada

El escritor, guionista e ilustrador peruano Antonio Taboada, acaba de presentar su novela "El legado de los conquistadores".

Escribe Carlos Eduardo Saldívar

Increíble y gratificante es, para mí, toparme con libros que aparecen en ferias, librerías o se ofrecen por diversos medios, pero digo «toparme» porque siento que los encuentro a la vez que me encuentran y puedo hacerme con un ejemplar para entrar en sus páginas, sobre todo si conocí al autor en algún punto de vida, mas luego le perdí la pista. Antonio Taboada (Lima, 1978) es guionista de cómics y ha trabajado en importantes medios internacionales dedicados a este arte; cabe decir que siempre ha sido cercano a la literatura y esto queda expreso en su primera novela publicada «El legado de Los Conquistadores». En el libro, el título se muestra con mayúsculas: EL LEGADO DE LOS CONQUISTADORES, lo cual le otorga una doble e incluso triple dimensión a las palabras «legado» y «conquistadores». En principio, la novela se ambienta en Perú, en un punto de la capital, en la urbanización Los Conquistadores (sí, se repite mucho la palabra, pero tiene su motivo), en un entorno de clase media. Aquí se desenvuelven las vidas de un grupo de personajes, amigos, vecinos, algunos parecidos entre sí; otros, disímiles; que van desde el soñador hasta el extravagante.

Ya llegaremos a una breve profundización del título, al quid de la obra y su aporte. De momento, haré una corta visión panorámica, como mirando todo desde el cielo, descenderé para hacer algunas precisiones, así como apuntes de certera valía, a fin de mostrar la gran importancia que tiene esta novela en nuestras letras nacionales. Hay en los últimos años, en Perú, un grupo de autores que nos sorprenden con obras de largo aliento poco ortodoxas en su ejecución, que mantienen un estilo arriesgado y valiente (al contrario de otros libros muy publicitados que, en apariencia, pretenden refractar la realidad peruana y sus circunstancias, pero evitan poner la palabra «cholo» para vender en el extranjero), donde prima el atinado uso de las técnicas literarias o aun el suministro de otras estrategias, propias del cine, o de la historieta. Podríamos mencionar, por ejemplo, «Solo un punto» o «Vargas Yosa» de Julio Meza Díaz; «Nosocomium» de Christ Gutiérrez-Rodríguez; «Paredoilia» de Hans Contreras Pulache; y «Fractal» de Lenka Menéndez; por mencionar cinco. Puedo incluir además las novelas de Pedro Félix Novoa, en especial, «La sinfonía de la destrucción», que es heredera de las herramientas narrativas de grandes escritores como Mario Vargas Llosa, y si vamos hacia atrás, la lista aumenta.

Al leer la novela de Antonio Taboada sentí algo similar a cuando me aproximé hace varios años a «La fabulosa máquina del sueño» de José Donayre Hoefken. Era mejor cuando se sabía poco de la trama, o si se descubría, al pasar las páginas, que el argumento no era lo fundamental, sino el triunfo del lenguaje y el diseño y exposición de los personajes mediante sus diálogos, acciones, desenvolvimiento en aquel mundo epistémico. Vuelvo con ello al libro de Antonio Taboada. Eso percibí al degustarla, y al revisar algunos pasajes, en los cuales descifraba cosas nuevas. Para terminar con esta sección de lecturas afines, el paradigma ha de ser esa obra de arte, «La bandera en alto» de José B. Adolph (quien haya leído sus novelas, sobre todo las de su etapa más madura en adelante, sabrá que se halla ante un magnífico estilista). Relaciono el estilo del autor en que se enfoca esta reseña con Adolph, porque considero (doy aquí un facto) que el dominio del lenguaje es brillante en Antonio Taboada, hay un excelente ritmo en «El legado de los conquistadores», y es gracias al notable logro de su trabajo formal. Es preciso ahondar un poquito en este apunte.

Escritor e ilustrador peruano Antonio Taboada

Vayamos en orden (aunque esta reseña se muestre ligeramente caótica). El manejo del lenguaje roza la perfección y esto crea una integración del lector para descubrir una serie de cosas que no necesariamente están ligadas a un conflicto, tal como se conoce en los estudios literarios; sin embargo, como dije, existe un quid (el sentido, el meollo del asunto, la razón de todo esto que vamos leyendo). En contados momentos habrá palabras que se tendrán que buscar en el diccionario, incluso se habla de términos relacionados con el mundo académico o el plano erudito. Tal vez a un lector de a pie le cueste un poco entrar en el pacto de la lectura, es posible que a un lector más entrenado le funcione mejor y hasta le sea más sencillo conectar con la narración cuando aborda aspectos filosóficos, cultos (en el sentido de los estudios culturales), empero, el libro se abre en varias ramificaciones y es factible asimilarlo desde diversos ángulos, como una figura geométrica con una decena de lados. También es llamativa la estructura del libro, pareciera que no la hubiera, pero esta aparente soltura al liberar los elementos del volumen es una pertinente soltura al dosificar los elementos de la narración. Al terminar de leer la obra, uno se da cuenta de que se halla estructurada de modo perfecto, he ahí el goce el notar cómo las piezas se van ensamblando.

Dije que fuésemos en orden y pondré algo de contexto para encajar el análisis crítico tradicional. Pero solo un poco. Como señalé, esta es una novela de personajes, variopinta, se desarrolla mayormente en espacios cerrados (algunos puntos de la calle son como sitios fijos), aunque cada ambiente es un microcosmos. Sin duda, nuestro protagonista es Stefano, un estudiante de primer año de la escuela de cine; es importante que sea de primer año, en esta etapa se conectan los deseos y anhelos de esta carrera con la realidad, la cual puede ser dura e incierta, sobre el rumbo que se va tomando, respecto de la carrera cinematográfica. Stefano tiene el proyecto de filmar una escena, pero no solo es el acto de ejercitar el uso de la cámara, pretende captar lo que él denomina el conflicto trascendental para crear un nuevo movimiento en el ámbito fílmico. Para ello, recurre a la ayuda de Baldomero, un amigo suyo. En medio aparecerán otros personajes, como Celeste, novia de Stefano, con quien mantiene una relación no muy sublime.

La familia Almagro, los sujetos puestos a observación para la escena fílmica, actores no autorizados de este experimento que se habrá de resolver en el penúltimo y el último acto de la novela. Y también está Clorito, quizá el más entrañable, debido a su condición y circunstancias: un joven drogadicto de pocas luces, quien posee una especial belleza que atrae al género femenino. Es llamativo cómo Clorito nos conduce, por medio de la pluma del autor, a una sección donde se utiliza el recurso del ensayo sobre las drogas para contextualizar, sin necesidad de explorar de más su psicología.

También se recurre en un capítulo a la estrategia teatral, donde hablan varios personajes sobre diversos temas. Los diálogos ayudan a desarrollar a estos seres humanos, en especial a los más jóvenes; no son muchos personajes, pero la novela es de mediana extensión y se ha de recurrir al modo en cómo actúan, qué dicen, qué piensan y qué papeles asumirán en el entramado. Es increíble (vuelvo a la palabra con la que inicié este análisis) cómo el autor puede contar tanto en pequeños fragmentos: un diálogo, una acción de la señora Almagro, (personaje de vital importancia para el libro) una exposición de Baldomero, una interacción entre Stefano y Celeste, unas palabras del señor Almagro. Entre estas palabras se consigue hallar los motivos de estos individuos, sus circunstancias, sus pensamientos, su visión del mundo; es más, se logra radiografiar parte de la realidad peruana, su problemática respecto del racismo, el clasismo, la marginación, la búsqueda de la identidad desde el pasado hacia el presente, en donde el futuro se torna nebuloso, esperanzador en algún caso, decadente en otro. Es aquí donde yo encuentro el valor en la novela.

Aparte del mencionado acierto en el uso de varias técnicas discursivas, en especial donde se describen escenas con recursos del cine: plano general, primer plano, plano americano, entre otros. Estrategia artística mucho mejor usada que en otras novelas actuales con mayor difusión. En suma, se podría decir que «El legado de los…» es un collage técnico que apuesta por lo experimental y brinda buenos resultados. El final, donde todo se redondea y se entrega al lector lo que esperaba (aunque no con impaciencia, porque es una obra que se debe saborear con calma, cual infusión que hay que dejar en la taza con agua hervida para que absorba bien el sabor) es acorde a todo lo narrado anteriormente y funciona tan bien que se arma el artefacto deseado cuyos engranajes estaban girando a un ritmo heterodoxo, aunque eficaz, eso sí, el desenlace es la cumbre de la novela, ya que nos da una mirada hacia el todo, el constructo, e imaginamos o interpretamos lo que es, lo que será, lo que fue. La clave está en que el cine, como arte, es una extensión de nuestra propia mente y percepción, es una vía donde confluyen los logros.

Para terminar, EL LEGADO DE LOS CONQUISTADORES tiene, como mencioné, varios significados, no solo hace referencia a la nueva generación que se desenvuelve en aquel escenario, también «legado» por la obra de arte que busca Stefano, es su leitmotiv, lo cual pretende dejar como objeto de apreciación para otros. Toda obra de arte, sea un libro o una pieza musical, se realiza generalmente para la posteridad, por ello se proponen nuevas formas, a veces, de realizar tal artefacto, extensión de nuestros sueños, deseos y obsesiones.

Por otro lado, es digno de admirar el buen quehacer del humor en diversos tramos del libro. Acierta muy bien tanto en la clave realista como en la metafísica.

También puede decirse que esta novela en sí misma es un legado para otros escritores que sean osados con el modo de contar una historia. «Conquistadores», a su vez, tiene una función polisémica porque, aparte de presentar a la juventud que conquista al sexo opuesto, o de los que se conquistan a sí mismos (logrando sus objetivos o entenderse en el lado de sus mundos interiores o su mundo con respecto a los demás, o comprender al otro), también habla de los que conquistan al público, al receptor de la obra que proponen, con el fin de envolverlo.

El quid del asunto puede ser conquistar el proyecto de vida o algún proyecto a corto plazo, concretarlo, hallar ese instante de iluminación, no basándose solo en elementos como la inspiración o el descubrimiento del instante preciso, sino en el trabajo constante, como es darle fin a ese libro que tanto pensamos, iniciamos y continuamos. Claro, el lector ha de darle la interpretación que guste a esta novela. Esta es mi apreciación y a mí me sirve.

Taboada, Antonio. El legado de Los Conquistadores. Andalucía: ExLibric, 2024. 213 pp.

Carlos Enrique Saldívar
Carlos Enrique Saldívar (Lima, 1982). Terminó la carrera de Literatura en la Universidad Nacional Federico Villareal. Codirector de la revista virtual El Muqui. Administrador de la revista-blog Babelicus. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019) y El viaje positrónico (en colaboración con Benjamín Román Abram, 2022). Compiló: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021). Coordinó la antología Unicornios decapitados (2023, está en Lektu para descarga gratuita).

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