Escribe Luis Eduardo García
Leonardo Aguirre ha escrito un libro trasgresor y, al mismo tiempo, lúbrico: Elogio del Asterisco (PEISA 2024), escrito con prosa inusual, rara, casi sin ligazón con el pasado. “¿No hay otra forma de contar historias? ¿Por qué nadie transita el camino que abrió Adán en La casa de cartón o Vallejo en Escalas?”, se pregunta el autor. La suya es una propuesta, sin duda, políticamente incorrecta y original.
Un asterisco, desde el punto de vista lingüístico, indica que una palabra o frase es hipotética, incorrecta o agramatical. Si seguimos esta pista, ¿debemos considerar a las historias de Elogio del asterisco como un conjunto de historias adrede incorrectas y provocadoras? ¿Por qué? ¿En qué consiste este elogio realmente?
Sí, son historias incorrectas y provocadoras, pero el adverbio “adrede” puede hacernos pensar en truculencia, gratuidad, efectismo, cuando lo cierto es que las historias nacieron así de incorrectas y provocadoras. Ocurrieron así. Me ocurrieron a mí. Y las cuento, con todo derecho, de la forma especialísima que te consta. Por lo demás, el asterisco del título es una jerga muy socorrida para el orificio rectal. Y el título es preciso porque todas las historias versan sobre sexo anal. Ahora bien, solo después de impreso el volumen es que me pongo a pensar en algunas de las acepciones que tú apuntas y noto que, de algún modo, también encajan. Y, si me permites, subrayaré una obviedad: el asterisco sirve para indicar una nota marginal y, como es evidente, marginales son las historias, y también, en muchas ocasiones, es marginal el propio lenguaje.
Las historias están escritas con un lenguaje que explora la sonoridad de las palabras y la sensualidad de la replana popular. ¿Por qué contar historias con un discurso tan heterodoxo? ¿Por qué no usar un lenguaje convencional?
Porque detesto el lenguaje convencional. Por ocioso, fácil, repetido. Porque, a punta de fórmulas gastadas, dice muy poco. Porque carece de humor y el humor es, para mí, crucial. Porque es impersonal y a mi me interesa, como lector, detectar al humano que escribe y, como escritor, revelar mi humanidad. Ahí podría cerrar mi respuesta, con mis fobias y preferencias, pero, si me apuras, diré que un discurso heterodoxo combina bien con un tema heterodoxo (heterodoxo frente a nuestro canon reprimido y católico) y, a la vez, con una práctica sexual heterodoxa.
Tu discurso narrativo parte de una palabra en español que se expende con otras de la misma lengua a partir de su sonoridad. En muchos casos, este lenguaje base incorpora palabras del inglés o el francés que son aclimatadas al discurso principal por la misma razón. ¿En qué medida el español es inviable o insuficiente para el tipo de historias que quieres contar?
Persiguiendo mis propios objetivos, acaso más musicales que literarios, no sé si poéticos, he fatigado mi propio idioma y le he sacado todo el jugo posible. Pero siempre quiero más. Soy goloso. Y entonces opté también por pellizcar otras lenguas, y no solo el inglés o francés, porque también hay italiano y alemán y portugués y quechua. Y además de mis objetivos musicales, también, como dije, me interesa el humor, y ahí la jerga resultó muy útil. Dicho esto, yo no creo que aquella, la musical y malabarista y aluvional y casi políglota, sea la única forma de contar estas historias. No creo que haya un único modo, un solo estilo, un solo idiolecto apropiado para una determinada historia, para un determinado argumento, así como es evidente que una misma canción puede versionarse de mil maneras y en mil géneros distintos, y ninguna versión es per se mejor que la otra. De modo que yo he elegido el estilo peculiar que estamos discutiendo nomás por capricho, no porque las historias lo reclamen o lo impongan. Eso es todo. Es todo y es suficiente.
¿Cómo haces para lograr un equilibrio entre el lenguaje heterodoxo que empleas y la trama? La carga musical, conceptual y trasgresora del lenguaje podrían distraer al lector. ¿Cómo lograr que lo que se narra tenga la misma importancia que lo que se dice?
En realidad, no busco ningún equilibrio. Lo mío es el exceso. La exageración. La monstruosidad. El cáncer. Ofrezco más info de la necesaria, me voy por las ramas, retardo desenlaces por jugar abusivamente con las palabras, etc: es mi estilo, repito, y sanseacabó. Al fin y al cabo, las historias son mías (literalmente mías: todas parten de sucesos que yo experimenté) y las cuento como se me canta. Y si el lector no es tan competente, si las redes le han secado el cerebro, si no puede leer ni 10 líneas sin perder la concentración, pues que se joda. No hago encuestas para sondear qué prosa le resulta más friendly a la mayoría (ni tampoco para sondear qué temas son los más trascendentes).
¿En qué consisten la exploración ‘lúbrica’, los ‘intríngulis carnales’, de tu historia? ¿Qué clase de erótica proponen tus asteriscos?
Aclarando, de paso, que tus entrecomillados corresponden a la contra y que la contra yo no la escribo, diré que, aun cuando varios lectores encuentren compleja y recargada mi prosa, los esfuerzos, al final, son recompensados: las historias, me han dicho, te ponen. Y también está el placer estético. Así que se sufre, pero se goza. Y dicho más apropiadamente: hay dolor y placer, como los hay, para muchas mujeres, en el sexo anal.
«Rociada la zorra (no rosa: plomiza, ceniza). Orlada, perlada —no pelada: hirsuta la mata— de gotas con áspero aroma. Su almeja mojada. Empapada empanada». Este es el comienzo del relato Nabo y zanahoria. Se trata de una pieza narrativa singular y una muestra muy representativa del tono del libro. ¿Qué antecedentes tiene esta manera de asumir la narración?
En lugar de antecedentes, invoco dos espíritus afines, que, por lo demás, son nombrados en el propio libro: Guillermo Cabrera Infante y el León Gieco de “Ojo con los Orozco”.
¿Qué crees que le falta al cuento peruano? ¿Desenfado, musicalidad, trasgresión, voluptuosidad, festividad?
Todo lo que dices. Todo lo que no tiene Ribeyro, a quien, obviamente, imita la mayoría de nuestros cuentistas. Y claro que me gusta Ribeyro, no me malentiendas, pero, vamos, ¿no hay otra forma de contar historias? ¿Por qué nadie transita el camino que abrió Adán en “La casa de cartón” o Vallejo en “Escalas”?
La acrobacia verbal, la replana, lo lúdico y lo sonoro son también experiencias estéticas intensas. ¿Cómo se llega hasta allí?
Huyendo. Huyendo de varias cosas que detesto, que me aburren, me tienen harto, que no me entusiasman en lo más mínimo. Huyendo, como se adivina, de las frases hechas, de la redacción periodística, de la prosa de teleprompter fácil de digerir. De vender. De traducir. Huyendo también de Bukowski (o, mejor, de sus émulos). O de Carver (¿o de Lish?). Huyendo, sobre todo, de Hemingway, porque no me basta la punta del iceberg: yo trabajo con el témpano completo.
Tus anteriores libros son un tanto menos radical que este, pero todos son, creo, políticamente incorrectos. ¿En qué consiste ser políticamente incorrecto en este país?
Citaré una reseña de Migoya: “su alter ego adolece adrede de todos los males de su sociedad (del machismo al racismo), abrazando una suerte de autoinculpación cristiana como reflejo de los pecados nacionales”. Pero él usa también, y protesto de nuevo, el adverbio “adrede”. Protesto porque los pecados de mi narrador no son ficticios: son los míos. Son naturales. Yo soy, naturalmente, o animalmente, falible y cavernario, y solo con muchísimo esfuerzo logro portarme como un buen ciudadano. Pero no es el buen ciudadano quien escribe, sino el otro.