Escribe Christian Reynoso
No suelo recibir muchas llamadas ni mensajes, pero está claro que el celular es indispensable para la vida que llevamos hoy, ansiosos por la información, la actualidad, el contacto por las redes y el excesivo afán de figuración (bajo un concepto mal entendido de comunicación), que muchas veces resulta estupidizante, tanto para el emisor como para el receptor, pero ahí vamos. Sin embargo, en los últimos meses las llamadas spam se han vuelto una constante y recibo hasta ocho por día. Situación que, de seguro, ocurre a muchos.
El celular timbra, observas el número desconocido, contestas. “¿Aló?”. Nadie responde. La llamada dura unos segundos y enseguida se corta. Te quedas con una interrogante. Se te ocurre devolver la llamada (la duda inocente), y te contesta una grabadora que dice que ese número es incorrecto o que no existe. Con el tiempo aprendes que no hay que darle importancia. Otras veces contestas para luego escuchar una voz elegante que pregunta por tu nombre. Al confirmar que en efecto se trata de ti, te ofrece una campaña de crédito, préstamo, telefonía o salud, a veces ofertas turísticas.
“No estoy interesado, gracias”, respondes con educación. Pero al otro lado de la línea insisten. “¿Por qué? ¿Cuál es la razón?”. Entonces te sientes impelido, tontamente, a dar explicaciones y así por el estilo; al final, cortan la llamada. Una vez más, con el tiempo, aprendes a no prolongar estas llamadas, a bloquearlas o a sencillamente cortar sin dar opción a más. También es cierto que, a veces, pierdes la paciencia y literal los mandas al diablo, y les pides que te saquen de sus listas, que ya les has dicho que no estás interesado y que los vas a denunciar, pues detrás de esto hay tráfico de datos. Sea como sea, las llamadas continúan desde distintos números y resulta curioso que, no obstante que los identificas, sigas respondiendo. Un carrusel.
Pero una vez la llamada fue distinta. De entrada, la voz que correspondía a una muchacha, me pidió suplicante, casi rogando, “por favor”, que no le cortara, que la escuchara solo unos minutos. Luego de ofrecerme la campaña de préstamo me confió que todos los días le tiran el teléfono de mala manera, que de las cientos de llamadas que hace por día, solo en unas cuantas logra colocar la campaña, que ella no quiere molestar, que solo es su trabajo (ni siquiera bien remunerado), que por lo menos la escuche, por favor. Yo, desarmado ante su drama, finalmente me armé de valor y recuperé el aplomo para colgar el celular, sin ningún remordimiento.