Entrevista de Gabriel Rimachi Sialer
Mario Suárez Simich es profesor universitario, periodista y autor de novelas de corte histórico como «El paraíso del arcángel San Miguel» o «El tiempo que muere en nuestros brazos»; pero es, además, un cuestionador del establishment literario actual y un crítico acérrimo de lo que considera la falta de compromiso en la escritura. Responsable en 2005, en Madrid, de la organización del polémico congreso de escritores que enfrentó a «andinos» vs. «criollos», conversa en esta entrevista sobre lo que significó este evento en su momento y la gran diferencia entre los escritores actuales y los de su generación.
Como muchos escritores de tu generación, estudiaste Derecho antes que Literatura.
Es un síndrome que dura hasta la generación del 80. En ese tiempo era una sinrazón considerar estudiar literatura para ser escritor. Ahora se ha aflojado un poco más la cosa, porque los escritores han cogido cierto prestigio que no existía en una época donde estabas contra el sistema, contra el mercado, contra todo. Estudiar literatura era considerado una locura desde el punto de vista familiar. En los 80s ni siquiera decías que «eras escritor», te lo tenían que decir: ahora cualquiera es un escritor, hay una permisividad, una «generosidad» donde cualquiera es escritor. La primera vez que alguien me llamó escritor fue después de haber publicado dos novelas, de boca de Pepe Bravo en un Congreso en España organizado por una universidad norteamericana, donde me presentaba como «novelista». A mí nunca se me hubiera ocurrido llamarme a mí mismo «novelista», muchos de los colegas en los ochentas tampoco lo hacían. Ser escritor era algo mucho más respetable. Ahora está muy ampliado.
¿Ahora es más fácil «ser escritor»? ¿Las redes sociales y la cultura del like estimulan eso?
Esa gente está formada normalmente fuera de los circuitos académicos como lo era San Marcos en los 80s, no han pasado por Literatura y no tienen la mínima idea de lo que es eso. Los medios ahora lo permiten, ahora tienes a Juan Escritor, Pedrito Escritor o María Escritor por el solo hecho de haber publicado un libro, eso en aquella época era muy difícil, ahora cualquiera puede publicar un libro.
¿Hay que estudiar literatura entonces para ser escritor? En esta época de autoedición ¿no es esa una posibilidad para descubrir nuevos autores?
Cuando me refiero a que es fácil la autoedición me refiero a un amplio campo donde están incluidos los buenos y los malos, donde generalmente los buenos son menos y los malos son más. Respecto a lo primero, si algo aprendí en San Marcos no fue a escribir, sino la ética de escribir, yo he tenido horas de horas de conversaciones, de correcciones con Pepe Bravo, Antonio Gálvez Ronceros, que no tenían que ver necesariamente con el oficio sino con la ética de escribir, y eso no se aprende, te lo tienen que enseñar.
¿Qué es la ética del escritor?
El escritor tiene que estar comprometido con lo que hace, y tiene que saber, en el caso de los narradores, que el escritor tiene que saber de todo y tiene que convertir la realidad en un símbolo. Carlos Eduardo Zavaleta me dijo una vez que hay una diferencia entre ser un escribidor y un escritor, y la diferencia es que detrás de todo escritor tiene que haber un pensador, si no hay eso, hay solo un escribidor. Estas cosas solo las aprendes de los mayores, que es donde está la tradición. Ahora, pueden haber Kennedy Toole, Borges, pero el problema es que hay un montón de mediocres que aprovechan y gozan de esa facilidad de escribir, para nada, y que gozan de cierto reconocimiento del aparato para terminar de confundir al lector.
Una de las formas de saberse escritor con obra es siendo reconocido como tal desde la academia, con estudios críticos, etc. pero en estos tiempos donde la inmediatez prevalece, son las redes y los likes los que «parecen» hacerlo.
A ver, yo creo que uno no escribe para ahora, uno escribe para después. Si tienes likes ahora, pues bien, pero sobreviven los mejores en el tiempo. Tienes a Cervantes, a Góngora, que en su tiempo no eran muy conocidos pero el tiempo los hizo universales. Nosotros estamos vacunados contra el exhibicionismo y el reconocimiento inmediato, y esa es otra cosa que te da San Marcos. Nosotros escribimos y esperamos. Nuestra obra una botella lanzada al mar: si llega, pues llega. Y si no, no.
La búsqueda desesperada de reconocimiento tiene una relación inmediata con el ego y el trato que se recibe de los lectores.
No hay escritor o artista que no haya desarrollado su ego. El ego en un escritor es necesario. El problema está cuando no sabe medirlo, cuando se pierde el criterio de saber qué está arriba y qué abajo, y no sabe ubicarse. Es el falso ego el problema. Yo puedo entender el ego de Valdelomar pero no puedo entender el ego de escritores mediocres. Si no tienes la formación ni la capacidad de reconocer eso, estás perdido. El ego gratuito no sirve de nada.
En los 70 y 80 la literatura peruana se desarrolló bajo la tendencia del compromiso social, había que retratar y denunciar el sistema. Luego eso cambia.
La idea del compromiso es una forma pero no la única, y es un compromiso con la sociedad y con la condición humana. Un escritor como Rivera Martínez no habla inmediatamente de la sociedad pero tiene un compromiso no solo con la realidad peruana sino con lo estrictamente humano. El sentido del compromiso como se entendía en los 50 y que diferenciaba a los poetas entre «puros» y «comprometidos» no es vigente ahora pero el compromiso existe. Si haces una literatura carente de compromiso, jamás trascenderá.
Se te reconoce como un escritor que trabaja el tema histórico ¿cómo te decantas por ese lado?
Yo he empezado con dos novelas históricas pero tengo textos que no lo son. Yo creo que el compromiso con los demás es reconocer que en cinco mil años de historia hay muchas cosas que desconocemos. Y decirlas es una forma de compromiso. Darles un visión de la historia, enseñarle a la gente cosas que desconoce de su propia historia, ya es todo un compromiso.
¿En qué momento decides emigrar a Europa?
Yo nunca me he considerado un inmigrante. Siempre he sido una persona que tenía que conocer Europa, porque a mí me educaron para eso. Estudié en un colegio Francés-Español, donde el sentido de completar la educación en el sentido griego, era viajar. Y todo el tiempo que he estado fuera lo he aprovechado en aprender todo lo que he podido, y cuando ya no me tenían nada que enseñar, volví.
La vida que te nutre para también poder escribir.
Exacto. Yo trabajaba lo justo en España, y lo que ganaba lo invertía en ver teatro del siglo XVI, ópera, cursos en la Complutense que me interesaban, leer lo que podía leer, aprovechar todo o bueno que te da un sistema europeo. Muchas de las cosas que he descubierto las descubrí en España, como la mecánica de la literatura europea, ese ha sido mi aprendizaje. Entonces nunca me fui, las dos novelas que he publicado y todas las novelas que he escrito ocurren siempre en el Perú, nunca he tocado un tema que implique siquiera a un peruano en Madrid.
¿Por qué volver al Perú teniendo la oportunidad de quedarte y seguir tu aprendizaje?
Ser peruano es casi un vicio, es una forma de ver el mundo y entender las cosas y además una forma de compromiso. Nosotros tenemos muchos conflictos como peruanos que nos impiden mirar hacia fuera. No puedes acabar una novela sobre peruanos viviendo en España porque no me parece un tema que interese.
Dentro de tu actividad madrileña estuvo la organización de este congreso que, a mediados de la primera década del dos mil, devino en el enfrentamiento entre «criollos» y «andinos».
Fue una idea que nació junto a María Ángeles Vásquez. Yo tenía la conciencia de que existía una literatura oficial y una literatura de verdad, y el enfrentamiento entre esas dos corrientes se podía dar a través de un Congreso en el que se podrían confrontar las realidades de esas dos literaturas. Recuerdo que vi a dos escritores peruanos, limeños, que estando en Madrid se preguntaban quién era Óscar Colchado, y escribí en un artículo que eso era como si Carlos Fuentes le preguntara a Octavio Paz quién era Rulfo. El desconocimiento era evidente, y el enfrentamiento cayó por su propio peso. Yo sabía que iba a pasar algo, aunque no exactamente qué, pero pasó. Y eso puso en evidencia a la narrativa pseudo oficial y desde ahí no han vuelto a ser los mismos. Siempre han mantenido un perfil bajo, evitado las polémicas, vivir en su pequeño mundo aceptado: el mundo de El Comercio. Y esa es una de las cosas que más me enorgullece de ese Congreso.
¿Tiene algo que ver el tema de la conciencia de clase o los complejos de inferioridad o superioridad que los escritores puedan tener?
Hay una cosa muy clara: siempre he partido de la certeza que son Vallejo y Valdelomar, pero sobre todo este último, pues con él se acaba la literatura oligárquica. Valdelomar no se pone por gusto ni por placer el «Conde de Lemos», se lo pone porque se reconoce a sí mismo como una nueva aristocracia de clase media, lo mismo que es Vallejo, solo que este es más tímido. Valdelomar tenía ese desparpajo que tenemos los andinos de la costa, de poder enfrentar. No por gusto Riva Agüero lo cogió de secretario personal. Desde ese momento en que Valdelomar se asume como tal, se acabaron (para él), los Ventura García Calderón, los Riva Agüero, se acabaron todos los señoritos, ahora la literatura la hacíamos nosotros, esta nueva clase media, vamos a llamarlos cholos porque Valdelomar lo era, nos encargamos de todo. Ellos mantienen sus pergaminos y creen que tienen derecho de pernada sobre lo que es la cuenta de la literatura, y eso no es así. Yo los he visto en Guadalajara tener miedo de ver a los otros escritores y no saber ellos el por qué estaban ahí. El único que reaccionó fue Iwasaki, porque es el único que tiene la capacidad para poder entender estas cosas. Los demás son sobra. Cerebros planos. Iwasaki explicó que había otra literatura que existía al margen de los que habían sido invitados.
La intelectualidad de algunos escritores no se puede percibir desde soportes como Facebook donde los debates son más bien inexistentes, mínimos o se mueven según simpatías.
Ser escritor significa ser un intelectual, pero hay escritores que son intelectuales y otros que solamente son escritores, y algunos muy malos. Es otra de las cosas que te da San Marcos: te obliga a ser un intelectual. Un escritor necesita saber de todo porque va a construir un universo para darnos a entender ese universo, a diferencia de los poetas, que imaginan una verdad y nos la cuentan poéticamente. Ahora hay escritores que son peso pluma, que no han leído nada o han leído cuatro cosas que están de moda afuera, te pueden citar a un escritor japonés del siglo XIV que escribe haikus pero no tienen la más puta idea de quién es Colchado, Rivera Martínez o María Nieves Bustamente. Sobre todo las últimas generaciones carecen de esa capacidad intelectual. Yo me acuerdo mucho de una vez que estuvimos reunidos en casa de Jorge Benavides viendo lo del Congreso en Madrid, cuando Roncagliolo me dice: «Oye, tú tienes que organizar el Congreso porque tú eres de San Marcos». Y por supuesto que lo hice. Esa es la diferencia. Ellos son escritores, pero no son intelectuales.
Bellatin dijo en una entrevista que las editoriales ahora están creando «escritores de consumo rápido».
Hay muchos que van dentro de ese fast-food: Gamboa, Cisneros, Trelles, a los que les hace mucho daño el sistema editorial. Por ejemplo, yo suelo ir a Club de Lectores, que es una de las formas de ganarse una conferencia, de vender una cantidad respetable de ejemplares (veinticinco, treinta), entonces al finalizar, la gente comenta: hemos leído a fulano, no vale la pena; ese enganche entre la publicidad y los lectores crea un desasosiego entre este mercado que es el Club Lectura, que son al final los clientes ideales. Ese es el harakiri que se está haciendo el sistema editorial, que apoyados por los medios crean una ilusión. El problema son los señoritos que creen que tienen un derecho de pernada, que piensan que les pertenece o que lo que dice El Comercio es verdad. El Comercio ha lanzado cinco sucesores de Vargas Llosa en menos de cinco años y yo me muero de risa.
¿A pesar de lo que indican las cifras de ventas? ¿De los círculos donde se mueven?
Eso de las ventas puede funcionar una vez, dos veces, pero no tres. Quien compra una novela de Cisneros, de Roncagliolo, sabe que una segunda vez no la cuenta. Vargas Llosa se ha rodeado de escritores de segunda categoría, porque los escritores peruanos de primera categoría nunca lo han apoyado. Entonces él ha creado una especie de argolla que se autosustenta, se retroalimenta. Tienen el padrinazgo de Mario Vargas Llosa pero no llegan a ninguna parte. Falló con Niño de Guzmán, falló con Iwasaki (el único capaz de sostener intelectualmente a Vargas Llosa), falló con los que vinieron después, que han sido rotundos fracasos porque no se puede apoyar en los demás.
Ante este pesimismo, cómo evalúas la narrativa peruana actual.
Yo creo que la narrativa peruana en general está entre las mejores de América Latina, y está a años luz de Chile, Colombia, Ecuador… lo que pasa es que lo que está en el escaparate es malo; la única que podría hacernos la competencia es la literatura argentina, pero a los demás los superamos ampliamente. Si tú tienes un equipo A y pones el B, vas a perder. En Perú siempre ponen al equipo B porque responden a intereses. A mí no me preocupa lo que pueda decir El Comercio, yo apunto de acá a cincuenta años, cuando de todos los malos que vemos ahora no quede sino arena y polvo, y se impongan los de verdad. Yo respeto a Vargas Llosa, lo admiro como escritor, tal como lo hacía Miguel Gutiérrez, pero reconozco que está un escalón por debajo de García Márquez o Borges o Carpentier. Acabará su hegemonía y las cosas volverán a su cauce.