Escribe: Maynor Freyre*
Cuando Oswaldo Reynoso edita su primer libro de narraciones en 1961, «Los inocentes», publicado por la Editorial La Rama Florida que dirigiera el poeta Javier Sologuren, da inicio a una narrativa limeña innovadora y desafiante mediante los cinco cuentos que contiene el libro.
Su segunda edición por Populibros de Manuel Scorza, con el añadido de «Lima en Rock» y un postón advirtiendo “Solo para mayores”, alcanza los 40 mil ejemplares. A la fecha supera la veintena de reimpresiones. Para 1965 mueve otra vez el cotarro literario con su novela «En octubre no hay milagros». La pacata crítica de aquellos tiempos por poco no condena a la obra al índex. En 1970 aparece «El escarabajo y el hombre», novela de gran factura, pero esta vez un aterrador silencio frente a su publicación contrasta con el escándalo causado por sus dos anteriores obras. Es época de dictadura. Siendo arequipeño de nacimiento y crianza hasta su juventud, con estas tres narraciones nuestro autor enfoca la idiosincrasia limeña de aquellos tiempos, fustiga su pacatería, apuesta por la juventud e inaugura un lenguaje desenfadado. Este es el subyugante tema que trataré de abordar en el congreso: estas narraciones de collera.
A Cara de Ángel, el Príncipe, Carambola, Colorete y el Rosquita siempre los podremos ver por las calles de los barrios populares que pasaron –al extenderse Lima de forma casi inconmensurable— a denominarse barriadas, pueblos jóvenes, asentamientos humanos y sabe Dios cómo irán a bautizarlos más adelante. Pero esos personajes no pasarán de moda, porque ladronzuelos como el Príncipe, malditos casi perdidos como Colorete; jugadores empedernidos como Cara de Ángel (capaz de empeñar su camisa e irse desnudo, de noche, a su casa, por una mesa de billar, ludópatas que les dicen ahora); Carambola metido con una mujer mayor que él; Natkinkón, bohemio y jaranero (mezcla del cantante Nat King Cole y del supergorila King Kong); gente como el Chino y el Corsario (Reynoso 1991: 77) están ahí, reunidos en collera en el parque o a la vuelta de la esquina. Ese fue el acierto de Oswaldo Reynoso al escribir este libro del alrededor de 80 páginas, que al entrecruzar personajes en cada uno de los cinco cuentos o capítulos, no había hecho otra cosa que utilizar las técnicas de la famosa trilogía USA del narrador estadounidense John Dos Passos, compuesta por «El paralelo 42», «1919» y «El gran dinero». Porque la discusión el día de hoy, ya considerado como un trascendente libro, «Los inocentes», no es si es coprolálico, degenerado, abyecto, mal ejemplo para la juventud, vulgar (como trataron de calificarlo algunos críticos mojigatos de aquel entonces) si no si se trata de un puñado de cuentos o de una noveleta (término aceptado por la academia anglosajona) o nouvelle (tópico literario considerado desde la segunda mitad del siglo XX). Es decir, Charles Dickens, Víctor Hugo, Honorato de Balzac, Marcel Proust y James Joyce –cuyo Ulises fue prohibido de circular en EE.UU. por varios años— cabrían en el mismo índex. Al respecto, vamos a citar nada menos que a José María Arguedas (1991:14-15): “…Lima. Como capital muy representativa, ahora, del Perú. Es un gigante que crece zarandeado, martirizado, casi ciego, pero cuya fuerza, como la de toda cultura en desarrollo, resulta indomeñable. (//) ¿Dónde estaba el artista que describiera este espectáculo humano cuya grandeza nos conmueve, nos enardece e impacienta? «No una sino muchas muertes», de Congrains, nos había hecho creer que estaba ya a punto de advenir. (//) Quisiéramos afirmar que con «Los inocentes», de Oswaldo Reynoso, se inicia el hallazgo de las formas de revelarlo. Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose. Nos recuerda un poco a Rulfo en esto.” (Suplemento Dominical de El Comercio del 1/10/1961).
Washington Delgado a su vez expresa: “… Ácido y corrosivo se demora en el análisis de un mundo situado en la clase media y cercano al lumpen. Uno de sus grandes méritos es el de haber rescatado el lenguaje narrativo puntillista y poético de nuestra única novela vanguardista, «La casa de cartón», para aplicar sus procedimientos narrativos no a etéreas disquisiciones imaginativas sino a la descripción de una realidad trágica, dolorosa y punzante” (1991, solapa de contraportada). Por su parte, Miguel Gutiérrez manifiesta: “Los inocentes» produjo un nuevo estremecimiento entre el no muy numeroso público lector de aquellos tiempos, y por eso mismo conquistó un nuevo contingente de lectores que revelaba con espíritu moderno aspectos inéditos de la realidad humana y social generada por una ciudad que se hallaba en pleno crecimiento” (1991, solapa de contratapa). Bástenos estas apreciaciones de tres de nuestros más destacados hombres de letras para refutar las antojadizas “críticas” de aquellos que vieron en la aparición de este libro un panfleto vergonzoso y no un parte agujas del camino de nuestra anquilosada literatura, donde el ritmo de la poesía podía bien tomar el rumbo del realismo sucio.
Si para unos esta obra es expresionista y para otros impresionista, es lo de menos, lo cierto es que ha dejado una impronta indesdibujable, dándole los colores que solo un esteta del lenguaje sería capaz de crear en un ámbito sórdido donde la juventud se aventura en busca de su propio tiempo. Una novela que casi se trae abajo las andas del Señor el año 1965, justo en octubre, año en que se dio inicio a las guerrillas del MIR en el Perú. No estaba pues la virgen para tafetanes ni menos los defensores de la arcadia colonial limeña para aguantar que a su segundo libro el escritor Oswaldo Reynoso lo titulara «En octubre no hay milagros» y que apenas en el segundo párrafo de su novela se atreviera a burlarse abiertamente del libertador de la patria: «Giragiragiragira la cabeza. San Martín está que se cae, que se cae del caballo: ¡Ya era tiempo! Sentado en veranoinvierno, primaveraotoño. Siempre, siempre mirando: mirando al mar. Su gran cabeza de bronce no conoce el parque Universitario: ¡mejor! Solo siente la niebla y el olor podrido del mar» (Reynoso 1973: 9). Tantas herejías, tantas barbaridades juntas tenían obligatoriamente que irritar a los defensores de las tradiciones, del eterno statu quo. Además qué era aquello de juntapalabras, de tamañas redundancias. Por eso José Miguel Oviedo enfadadísimo escribió en El Comercio allá por 1965 su artículo-diatriba titulado: “Reynoso o la fascinación de lo abyecto”. Por supuesto que asegura que el crítico no quiere caer en los “odios irracionales”, “no quiere, en absoluto, insertarse en ningún contexto polémico sobre la moralidad, lenguaje obsceno, prohibiciones, censuras, etc.”. ¿Cumple Oviedo con su promesa? Veamos lo que escribe casi a renglón seguido: “… trataremos la obra de Reynoso como lo que ‘intenta’ ser: una obra literaria; y a su autor como lo que evidentemente es: un autor fascinado por la abyección, la morbosidad y la inmundicia en que se revuelca el hombre en esta pudibunda ciudad –ese tipo de narrador escandaloso y coprolálico que apenas si asoma en nuestra literatura”. Cumplidor de su palabra y objetivo, como se puede advertir. Por ello es mejor dejarlo aquí no más. Se intuye la catilinaria que vendrá. “En los último años la novela peruana está mostrando una particular preferencia por la temática de la ciudad. Aparejando este interés con un dominio de la técnica, los narradores relativamente jóvenes han asimilado y han puesto toques personales en los métodos expresivos utilizados a partir de Joyce. Pensemos en Ribeyro, en Congrains y especialmente en Vargas Llosa. Pensemos en Reynoso. (/…/) (Quien) acaba de entregarnos «En octubre no hay milagros», novela donde el aspecto formal tomado por Dos Passos está unido a un lenguaje ya característico, naturalismo, popularismo, deliberada procacidad (/…/). Reynoso aprovecha un lenguaje que ya no es exclusivo del hampa para mostrarnos el rostro de Lima, gris y servil, donde todas las capas sociales exhiben una descomposición vital…” (“En octubre no hay milagros”, artículo publicado en el diario La Tribuna del 12 de diciembre de 1965 por un joven Marco Martos ). (Reynoso 2006: 400).
Tan elocuente como la de Martos es la opinión de Washington delgado: “La novela de Oswaldo Reynoso (En octubre no hay milagros) parece un cuadro expresionista que hubiera conseguido plasmar el dinamismo, la vitalidad, el espíritu de la ciudad de Lima. Es un cuadro sombrío y terrible. Pero también hermoso y rebosante de poesía; poesía en el lenguaje, denso, gráfico y sabroso; en los caracteres, turbios, y vivientes y violentos, en la trama misma de la novela, tumultuosa, imbricada y fascinante.” Nuestro Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa escribió un artículo el 13 de febrero de 1966 en las páginas del diario Expreso bajo el título: “¿Pero qué diablos quiere decir pornografía?”. Allí al referirse a «En octubre no hay milagros» dice: “No, la novela de Reynoso no es pornográfica ni obscena. Es un libro de una crudeza fría y áspera como la realidad que la inspira y tiene los altos méritos –raros entre nosotros— de la insolencia y de la ambición. Él ha querido trazar un fresco verídico y múltiple de Lima, una radiografía horizontal y vertical de la ciudad, tal como lo hizo con México Carlos Fuentes en «La región más transparente», y lo ha conseguido en gran parte”. (Reynoso 2006: 417) Estas opiniones, a veces encontradas, otras convergentes, nos enfrentan a un libro que llegó para sentar un hito muy importante en nuestra narrativa: el aspecto político y social de nuestra ciudad capital, eje y espejo de un Perú en transformación, podía ser abordado desde la ficción donde hasta la imaginería popular se ve transpuesta a la religión- “La primavera de Lima –primavera anodina, neblinosa, gris, indefinida y cobarde— tiene dos días que resucita súbitamente la tradición y fe de la ciudad. En ellos la procesión del Señor de los Milagros dice de la renovación y el florecimiento de la religiosidad metropolitana y hace pasar por sus calles híbridas, virreinales o modernas, una fuerte, melancólica y pintoresca onda de procesión”, (Diario El Tiempo, 18 de octubre 1916: 3) escribe José Carlos Mariátegui en 1916 y con él gana el concurso convocado por la Municipalidad de Lima. “La población que llora en las misiones es una población pecadora y asentimental que le tiene miedo al fin del mundo y al infierno”, sentencia el Amauta como prologando a la novela que publicaría Reynoso casi medio siglo después. El Presidente de la Academia Canaria de la Lengua, y miembro fundador de la misma, Dr. Ramón Trujillo Carreño, en sus “Notas sobre En octubre no hay milagros”, sin mayores remilgos asegura: “Nos encontramos en esta novela de Reynoso con un verdadero texto que solo puede ser como es, por lo que naturalmente será imposible de traducir a cualquier otra lengua. «En octubre no hay milagros» es un texto en sí, un fruto natural de la lengua y no un informe periodístico de la famosa Procesión del Señor de los Milagros o un simple relato de la misma (//) Todo el interés de esta novela de Oswaldo Reynoso radica exclusivamente en su forma o estructura idiomática y, en ese sentido, se trata sin duda de una verdadera obra maestra.” (Revista Colpa, octubre 2007: 12-27).
El crítico argentino Nicolás Damián Selci en su artículo “Renonancia de Oswaldo Reynoso” afirma: “En octubre no hay milagros debe ser el peor nombre imaginable para una novela. Se lee como cliché, digno de culebrón atardecido, y puede funcionar como premisa si uno atiende a los aspectos más débiles del texto: la construcción simplificada del personaje Don Manuel, empresario que maneja los hilos de todo el Perú (como Pedro Páramo). De todas formas estos malos momentos pierden importancia frente a la destreza que tiene Reynoso para encarar las entonaciones, las cadencias, matices y medidas del habla popular. Es en este punto, el de la conciencia lingüística, donde la novela gana contemporaneidad y se vuelve útil hoy.” (Revista Colpa octubre 2007: 28-36) Hemos podido observar cómo estudiosos de la literatura de otros países aprecian la obra reynosiana otorgándole la valía que se merece. Conversando con varios escritores peruanos radicados en París, estos me manifestaron que no se explicaban cómo no se valoraba como se merecían las narraciones de Oswaldo Reynoso, cuando ellos habían dado a leer sus obras a algunos especialistas franceses y estos se sorprendían de no encontrarlo entre los más reconocidos escritores de Latinoamérica, dado que sus narraciones eran subyugantes.
Lo expresado por el español y el argentino en sus brillantes trabajos de los que hemos extraído un par de párrafos, así lo corroboran. “Y el escarabajo hizo una pelotita de excremento…” El ciclo de collera de la narrativa reynosiana finaliza con «El escarabajo y el hombre», una novela que no provocó el estruendo de sus dos libros anteriores pero que a no dudarlo es dueña de una alta calidad. En realidad la obra consta de cuatro partes: la primera es la aventura de unos muchachos pobretones que residen en la urbanización Santa Cruz de Miraflores, lambiscones, pendencieros, se saben insertados en un ámbito al que no pertenecen. Son intrusos residentes en quintas de medio pelo incrustados en el entonces distrito pituco de Miraflores (la novela se terminó de escribir en noviembre de 1969). La segunda parte registra el cruce de una peligrosa carretera por un caracol que arrastra una bolita de excremento para alimentar a sus congéneres. La tercera parte semeja un libreto teatral y aborda el diálogo de dos amigos viajando a pie por la carretera central que se detienen a observar el difícil trajinar del coleóptero. La cuarta parte vendría a ser los poemas de Manuel Morales, autor de Poemas de entrecasa y personaje denominado el Poeta en la novela. ¿Qué plantea Reynoso, cuyo alter ego es el Profe Oswaldo en «El escarabajo y el hombre»? Abre con escalpelo el barrio de la collera del Poeta, Pisquito, el Boa y sus patas que tienen como punto de reunión el bar La Sevillana, y de ahí nos conduce en un terrible viaje por la vida de una juventud acelerada que vive tratando de autoeliminarse con el alcohol y otros vicios. Tal vez porque desde su callejón sienten cómo el vecino platudo se carga a la hembrita de sus ensueños. Sienten porque viven en casa de una sola puerta sin ventanas. (Revista Nueva N° 7, octubre 1970: 12-13). Reynoso aprovecha la historia para mostrarnos el mundillo de una juventud desorientada sin el menor sentido de solidaridad. Cada uno juega para su propio interés. Arrastran así el estiércol de su propia existencia por una Lima que te lleva a la Rica Playa para vacilarte sin esperar nada del mañana sino ver cómo volverla a armar. La historia de la collera y la del escarabajo es narrada de golpe y sopetón, sin recurrir al punto aparte en ninguna ocasión. De esta manera el ritmo es veloz, te asfixia hasta casi hacerte regurgitar, como le sucede a Oswaldo al final de la novela.
Es una novela dura, desafiante. Lástima que pese a tener varias ediciones, ningún crítico se haya atrevido a comentarla en profundidad. Valdría la pena. Un clásico vivo de nuestras letras. Coincido con Jorge Eslava Calvo cuando sostiene: “Oswaldo Reynoso es un clásico vivo de nuestras letras… Basta recordar lo que era la literatura en lengua castellana –adviértase que no hablo solo de la literatura peruana— hace más de cuarenta años. Adelantado a los virtuosismos del boom latinoamericano, Reynoso despliega con maestría todas las técnicas narrativas. Construye ejemplarmente personajes de categoría humana: bullen de movimientos instintivos o gesticulan apenas o aman como una enfermedad incurable o se hunden en el marasmo de la soledad. Por fuera y por dentro, los personajes de estos relatos de collera representan el arte perfecto de la descripción externa y la exploración psicológica.” (UNE 2008: 3) “Proust sostenía que todo gran autor escribe, en verdad, un solo libro. Eso se cumple cabalmente con Reynoso, cuyos escritos poseen una organicidad destacable”, sostiene con convicción Ricardo González Vigil. (UNE 2008: 8). Quienes pretendieron, de manera irresponsable, acallar a Reynoso, al muchacho de treinta años que recién se estrenaba como narrador, se han quedado con un palmo de narices, como lo demuestran sus posteriores obras de índole distinto al del realismo poético de sus tres primeras narraciones. Como lo verifican los múltiples y merecidos homenajes recibidos no solo en Lima sino en todos los rincones del Perú, adonde prosigue viajando de forma continua, así como en países hermanos como Chile y Argentina.
Sus libros se venden por miles, incluidas las ediciones piratas. Los personajes de Los inocentes suelen aparecer en medio de esos homenajes histriónicamente representados por jóvenes actores en sorprendentes perfomances. Cuentan que unos amigos escritores casi linchan a uno de estos actores. Roberto Reyes (2006, 9) asevera: “Dada la condición de artista de Reynoso y su romance con la palabra, parecería que debió recalar inexorablemente en la poesía (en realidad en 1955 empezó publicando su poemario «Luzbel», NA). Sin embargo, dejando de lado el hecho cierto de que la poesía no solo se alcanza a través del verso, la apuesta de Reynoso por la narrativa se explica de un lado porque, tal como lo hemos apuntado, él ha tratado de conjugar su faceta de artista con la de intelectual comprometido, que necesita espacios y formas en los cuales desarrollar sus ideas y puntos de vista sobre la realidad y el tiempo que vive.” Revisando sus tres primeros libros podremos encontrar al narrador vehemente, innovador, retando al mundo con su palabra, al igual que sus personajes. Una palabra ya inmortal –y no inmoral como quisieron tildarla— que gracias a los organizadores de este memorable congreso es ubicada en la dimensión irrebatible que se merece dentro de la literatura peruana y latinoamericana.
BIBLIOGRAFÍA
Reynoso, Oswaldo 1973 En octubre no hay milagros. Tercera edición. Lima: Kantus.
Los inocentes. Cuarta edición. Lima: Colmillo Blanco. 2006
Narraciones 2. Primera edición. Lima: Ricardo Palma. 2008
Un clásico vivo de nuestras letras. Primera edición. Chosica: UNE La Cantuta.
HEMEROGRAFÍA
Damián, Nicolás Resonancia de Oswaldo Reynoso. Colpa, Pucallpa 2007, N° 7, pp.28-36.
Freyre, Maynor «Y el escarabajo hizo una pelotita de excremento». Nueva, Lima 1970, N° 7, pp.12-13.
Mariátegui, José Carlos La procesión tradicional del Señor de los Milagros. El Tiempo, Lima 18.10.1916, p. 3.
Trujillo, Ramón Notas sobre “En octubre no hay milagros”. Colpa, Pucallpa 2007, N° 7, pp.12-27.
(*) Este breve estudio del escritor Maynor Freyre apareció en su blog puro-tocuen.blogspot.com, el 14 de abril de 2014, y se ha copiado con su autorización. Maynor Freyre es escritor, periodista y catedrático de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Federico Villarreal.