«José Antonio Mazzotti, un poeta de ritmos», por Paolo de Lima

Escribe Paolo de Lima* Como ha señalado el reconocido jurado que otorgó el prestigioso premio especial “José Lezama Lima 2018” de Casa de las Américas a José Antonio Mazzotti, galardón conseguido previamente por otros notables poetas peruanos: Carlos Germán Belli (1927) el 2009 y José Watanabe (1945-2007) el 2002, se trata de un autor que […]

Escribe Paolo de Lima*

Como ha señalado el reconocido jurado que otorgó el prestigioso premio especial “José Lezama Lima 2018” de Casa de las Américas a José Antonio Mazzotti, galardón conseguido previamente por otros notables poetas peruanos: Carlos Germán Belli (1927) el 2009 y José Watanabe (1945-2007) el 2002, se trata de un autor que posee “una trayectoria poética singular en el ámbito hispanoamericano”. Efectivamente, cuando Mazzotti (Lima, 1961) publica su primer poemario Poemas no recogidos en libro en agosto de 1981, ya era un poeta plenamente maduro, tanto en su trabajo creativo como en su conciencia del oficio poético y del rol del poeta en su sociedad. Baste revisar las declaraciones que por entonces ofreció a distintos medios. En febrero de 1981, tras recibir el Premio de Poesía en los Juegos Florales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, participó junto con el poeta Jorge Eslava (1953) en un conversatorio celebrado en la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA) que se publicaría en mayo de ese año en el segundo número de la revista de artes y letras Raíces Eddicas. Ahí Mazzotti advertía las diferencias entre los poetas peruanos de las generaciones precedentes, las del 60 y 70, respecto a “posiciones de clase, aparentemente cómodas o reformistas y que dentro de la izquierda muchas personas del 60 mostraban a pesar del apoyo a la Revolución Cubana” (pág. 31). Paralelamente, resaltaba que la cotidianidad e individualidad de un poeta “están determinados por un proceso social e histórico con diversos tipos de variables económicas, culturales, políticas, etc”, una “visión dialéctica” desarrollada en tres poetas del 60 resaltados por Mazzotti: Antonio Cisneros (1942-2012), Marco Martos (1942) y Rodolfo Hinostroza (1941-2016) (pág. 32). Posteriormente, ya tras la aparición de su primer libro, en una entrevista publicada el 11 de noviembre de 1981 en el periódico Kausachum, Mazzotti expresa que “la gran poesía es política en la medida en que refleja la realidad, y la sociedad siempre tiene categorías políticas” y que, en ese sentido, la función del poeta “básicamente es ser expresor de su sociedad” (pág. 18). Por último, en una entrevista publicada el 15 de octubre de 1982 en la página cultural de El Diario de Marka, ofrecida al poeta Juan Ramírez Ruiz (1946-2007), uno de los más importantes autores surgidos en los años 70, Mazzotti expresa que “el proyecto vital y poético es uno solo. Si uno ama la plenitud, la poesía es vida y la vida poesía. Esto es lo que llamo sacerdocio poético: hacer la vida (la propia y si es posible la de otros) una obra de arte. Parte de esta obra es escribir poemas. La complacencia, es decir, la conformidad con lo que uno haga como pieza del sistema –y hablo concretamente del capitalismo en el Tercer Mundo– sinceramente me repugna. Lo mismo que perder la conciencia y el dolor, sobre todo en un país como el Perú” (pág. 18).

Jóvenes poetas Chirinos, Mazzotti y Mendizábal (Foto: Archivo El Comercio)

Por esos mismos años, Mazzotti formó parte de un grupo de poetas que descolló en el Perú que se inició en los 80: los “Tres Tristes Tigres” con Raúl Mendizábal (1956) y Eduardo Chirinos (1960-2016). Fue bajo este apelativo que codirigieron, desde los claustros de la Pontificia Universidad Católica, en Lima, donde eran estudiantes de Literatura, los dos números de la revista de poesía Trompa de Eustaquio, publicados en septiembre de 1980 y abril de 1981. Esta revista acogió en sus páginas, además de algunos textos de sus tres directores, parte de la novísima producción poética limeña de entonces. El nombre de la revista es explicado por Mazzotti años después en su ensayo Poéticas del flujo (2002) como “una metáfora de la poesía como conducto que regula la presión interna del oído para permitirle encontrarse en consonancia con el mundo” (pág. 98). Un poco antes, Mazzotti también emprendería la aventura editorial de una revista editada en la Universidad de San Marcos, donde sería asimismo estudiante de Literatura: (SIC): Revista de Creación y Procreación, que coeditó junto con otros jóvenes escritores. El primer número de (SIC) apareció en junio de 1979 y el segundo en julio de 1980. En la revista se publicaron, entre otros, textos del salvadoreño Roque Dalton, el cubano Luis Rogelio Nogueras, el estadounidense Mark Strand, y los peruanos Marco Martos, Cromwel Jara, Oswaldo Chanove, Dalmacia Ruiz-Rosas, además de los ya mencionados Raúl Mendizábal y Eduardo Chirinos.

Un punto en común entre los “Tres Tristes Tigres” fue el haber ganado diversos premios de poesía en esos mismos años en que estuvieron agrupados. Precisamente, en otro de sus trabajos, Mazzotti destaca que, con los textos premiados y el resto de su producción, se encargarían, junto con otros poetas del periodo, “de renovar los estilos y modalidades discursivas más prestigiosas de las poéticas del sesenta” (Cisneros, Hinostroza, Lauer, Hernández), con lo que desarrollarían “la continuidad y transformación del legado narrativo-conversacional” (“El proceso de la poesía” págs. 112-113; en Perú en su cultura, Ottawa, 2002). Esta idea fue discutida en su momento y mereció el año 1982 una polémica en la revista de literatura Hueso Húmero entre los escritores Peter Elmore y Mario Montalbetti. A propósito de los primeros poemarios de Mazzotti y Chirinos (Cuadernos de Horacio Morell, también publicado en 1981), Elmore sostuvo “los más interesantes entre los creadores recientes están todavía enfrascados en la poética dominante en los sesenta, o por lo menos están insertos en una de sus vertientes más productivas y celebradas: aquella de la ironía, el afán lúdico, el tratamiento ‘narrativo’ del poema, el coloquialismo y la desmitificación de la rutina burguesa desde la perspectiva del vitalismo adolescente” (Hueso Húmero N° 14, págs. 180-181). Montalbetti retrucó en el siguiente número de la revista señalando que “evidentemente, hay huellas de los sesenta en ambos poetas, pero creo que habría que ir más lejos. ¿No hay también huellas de los sesenta –acaso más hondas y marcadas- en el crítico/lector? ¿Siguen en realidad los poetas (y no solo Chirinos y Mazzotti) escribiendo como en el sesenta, o siguen más bien los críticos (no solo Elmore) leyendo como en el sesenta? Para ponerlo directamente, me parece que quienes se han estancado en los sesenta no son tanto los poetas cuanto los críticos que, abrumados por aquello que se ha venido en llamar la ‘retórica del sesenta’ son incapaces de leer con oídos y ojos veinte años más nuevos los trabajos más recientes” (Hueso Húmero N° 15-16, pág. 228). Por su parte, Mazzotti terció en la polémica el 15 de octubre de 1983, en el suplemento Domingo del diario La República, explicando que, además de su propia poética y la de Chirinos en relación con los años sesenta, también había que prestar atención a los textos de la agrupación “Kloaka” como un elemento de renovación del canon literario (pág. 27).

José Antonio Mazzotti (Fuente: ADEPRIN)

Precisamente en este grupo de clara tendencia contracultural participó también José Antonio Mazzotti. El Movimiento “Kloaka” se desenvolvió activamente, entre 1982 y 1984, a través de recitales literarios, publicaciones, manifiestos y declaraciones públicas. Los miembros de “Kloaka” adoptaron en su activismo una actitud anarquista, aunque con fuertes elementos de crítica social. Junto con Dalmacia Ruiz-Rosas, Mazzotti fue uno de los dos “aliados principales” del grupo, de ahí que ambos firmaran algunos de sus manifiestos. En la etapa final de “Kloaka”, Mazzotti formó parte integral de su “Instancia Suprema” y cumplió un papel determinante en la radicalización de las críticas que el Movimiento “Kloaka” hizo del establishment literario peruano. Esa experiencia permite explicar algunos rasgos experimentales presentes en su segundo libro, Fierro curvo (1985), que, junto con el tercero, Castillo de popa (1988), cierra una etapa plenamente peruana hasta su salida permanente a los Estados Unidos en 1988. En esta primera etapa, pues, su poesía desarrolla algunas variantes del conversacionalismo, pero con una fuerte carga de cultismo, anarquismo y neobarroquización, hasta el punto de que uno de sus versos iniciales (“Divina metalengua que pronuncio”, del poema “Yegua es la hembra del caballo”, de 1981) sirvió como título de una antología de poesía transbarroca editada por el filósofo y poeta Rubén Quiroz (reseñada por Roberto Zurbano en el número 291 de la revista Casa). Mazzotti ya sentaba desde los años 80 las bases de lo que vendría a ser en años posteriores el desarrollo de la poesía peruana más innovadora y revitalizadora de la vanguardia, abandonando la retórica coloquial, tan vigente en aquellos años, y abriendo las puertas para una elaboración del sujeto poético como viajero, migrante y abierto a las identidades fijas y estrictamente nacionales.

A partir de ahí, Mazzotti pasaría a desarrollar lo que vendría a ser una segunda etapa, con una mirada netamente latinoperuana en los poemarios El libro de las auroras boreales (1994), Señora de la Noche (1998), Declinaciones latinas (1999), Sakra Boccata (2006) y Las flores del mall (2009, con una fuerte crítica a las políticas norteamericanas) hasta arribar a su estación actual, aluvional, transhistórica, decolonial y ecocrítica con Apu Kalypso / palabras de la bruma (2015), expresión cumbre del transbarroco peruano. Este último libro desata un torrente de imágenes que no buscan la inmediata comunicabilidad, pero que una lectura atenta puede descifrar como la construcción de un universo alternativo que vivifica los elementos de la naturaleza y los fija en la palabra antes de su inminente desaparición. El arte pasa de ser documento a convertirse en monumento, como señala la crítica Doris Sommer en la contracarátula de la edición original.

El título de sus poemas reunidos, El zorro y la luna, toma su nombre de una leyenda narrada por el Inca Garcilaso (de quien Mazzotti es investigador máximo) sobre el amor de un zorro por el astro nocturno, el cual, conmovido, le lanza un rayo para que suba a besarla. En su carrera, el zorro no puede parar a tiempo y se estrella, formando así las manchas de la luna. Esta fábula nos revela que el discurso poético ininterrumpido de José Antonio Mazzotti se centra en la pasión (mencionemos dos de sus más célebres poemas: “Yegua es la hembra del caballo” y “Canción a una limeña”) y en la autoinmolación (ejemplos son “19 de junio”, sobre la matanza de presos senderistas por el primer gobierno de Alan García Pérez en dicha fecha de 1986, e “Himnos nacionales”, alegoría crítica de la historia peruana). La conciencia social y política está presente en toda su obra, pero no de manera exclusiva, sino como parte de una visión más amplia, la del “sacerdocio poético” que el propio Mazzotti señalara en la citada entrevista de El Diario de Marka brindada a Juan Ramírez Ruiz. Dentro de ese sacerdocio, el cultivo del ritmo distingue la escritura de Mazzotti de la de muchos otros miembros de su generación, dentro y fuera del Perú. Más que un poeta de temas, Mazzotti es un poeta de ritmos, pero testigo atento de los cambios profundos de las sociedades latinoamericanas y su diáspora en los últimos cuarenta años. Todo este devenir aparece consignado –y en buena medida cifrado– en su obra, que constituye un alegato por la viabilidad de la vida en este planeta, cada vez más depredado y castigado, y sin aparente solución más allá de la misma poesía. El reconocimiento internacional del premio “José Lezama Lima 2018” ha venido a confirmar su importancia como uno de los poetas más interesantes y originales de las últimas décadas en el panorama latinoamericano.

José Antonio Mazzotti. El zorro y la luna. Poemas reunidos 1981-2016. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas, 2018.

* Publicado originalmente en Revista de Casa de las Américas N° 295, abril-junio 2019, págs. 150-154. 


Paolo de Lima. Lima, 1971. Doctor en literatura por la Universidad de Ottawa (Canadá). Catedrático en la maestría y el doctorado de Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, así como catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad de Lima. El 2005 obtuvo el primer premio de ensayo de la Asociación Canadiense de Hispanistas. Es editor de los volúmenes Hinostroza: Il miglior fabbro (2011), Oswaldo Reynoso: Los universos narrativos (2013), En octubre no hay milagros: 50 años después (2015) y Lo real es horrenda fábula. Acercamientos, desde Lacan y otros, a la violencia política en la literatura peruana (2019). Es autor de los estudios La última cena: 25 años después. Materiales para la historia de la poesía peruana (2012) y Poesía y guerra interna en el Perú (1980-1992) (New York: 2013). Ha publicado también el dossier Perú: los poemas del hambre (Puebla: Revista Unidiversidad, 2018). Ensayos suyos han aparecido en revistas como A contracorriente. A Journal on Social History and Literature in Latin America, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Inti. Revista de Literatura Hispánica, Guaraguao. Revista de Cultura Latinoamericana y La Palabra y el Hombre. Revista de la Universidad Veracruzana. Ha participado en numerosos congresos internacionales en Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Italia y diversos países de América Latina (Argentina, Brasil, Chile, Cuba, Ecuador, México, Perú, Puerto Rico). Es a su vez autor de los poemarios Cansancio (1995 y 1998), Mundo arcano (2002) y Silenciosa algarabía (2009), reunidos en Al vaivén fluctuante del verso (2012).

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