Escribe José Carlos Picón
“Bodisatva en el centro de Lima” (La Balanza Taller Editorial, 2022) es un artilugio integrado con una estética pensada y un concepto de escritura sugerente, que exige del lector ejercicios y decisiones inmediatas durante el transcurso del texto. Composiciones que no tienen puntuación ni mayúsculas, construcciones acumulativas que obligan la reorganización gramatical en la encrucijada del sentido.
Viene presentado sencillamente como una placa elaborada de hojas bond avena y la tapa de cartón Liner, el más austero. La sobrecubierta o camisa está conformado por una pieza verde claro en papel adhesivo (sticker o pegatina) que, de acuerdo con Michael Prado, su autor, proviene de la espumilla del té de bambú. Estos materiales adquieren su sentido en tanto están relacionados a los más utilizados en las imprentas del centro de Lima. La propuesta corresponde a la mirada de Prado quien también es artista y diseñador gráfico junto a su colega Delphine Lejeune.
Por otro lado, el Bodisatva o Bodhisattva es un término budista para referirse al iniciado en el camino hacia el Buda y sus enseñanzas, y por extensión, aquel individuo que está consagrado a disminuir el sufrimiento de los demás. En la entrevista que le realizara el gestor literario, director del portal Lee Por Gusto, y escritor Jaime Cabrera Junco, Prado menciona al artista del haiku Basho, indicando a su vez que, el espíritu de este poemario respira y se gesta en la naturaleza de aquella composición de la poesía japonesa.
Esta suerte de prolegómeno nos deriva no solo al centro de Lima sino al centro de la actividad escritural de Michael Prado. ¿Un Bodisatva en el núcleo de nuestra caótica urbe mantiene la iluminación y estado meditativo ejercitado por años, o cunde en su interior la angustia y demuele milenios de tradición budista?

Lector y difusor del haiku, Prado transporta consigo la economía y concisión. Puede comprobarse en sus distintos poemas, en algunos más que otros: “no hay peruanos en los picos andinos hinca lo inmenso” (Picos, p. 61). Hay un ritmo, además que se presume de la tradición oriental. Un aparente desorden y sinsentido para el lector poco perspicaz. Bruma y luz. Ambigüedad sintáctica. Sugerencia indeliberada, no obstante, sentido operante, pero ambigüedad, en suma. Caminos trazados desde los orientalismos, si se quiere, metafísicos.
El rugido de la ciudad retumba en el Bodisatva para quien “el sonido de la vía expresa una flauta / plantea notas escudos huecos municipales” (Vía expresa, p. 23). Interesante el planteamiento implícito de la quietud e impavidez aparente en el yo poético. Una entidad que recorre la ciudad de Lima y observa sus detalles: “bajo el sol las carcasas de los carros brillan / mueren como labios recién pintados la sombra / de los puentes reúne la locura gracias nuble negra / (…)” (Ibid, p.23). O, por ejemplo, en “Arquitecto” (p. 21), “el arquitecto está muerto en el mercado / hay rampas vueltas en U fósforos decimales / que aún no encajan…”. Prado logra otorgar un panorama amplio de interpretación, un grado cero en el que el lector encaja imaginación y herramientas semánticas para organizar el articulado de las palabras. En ese sentido, este mecanismo de construcción en el tiempo, azar, divagación y meditación, son enclaves diseminados a través de la filosofía estética oriental.
El ojo del Bodisatva es lo que capta la inmediación, territorio, punto y desenlace. No se inmuta, recoge, luego de internalizarlas, los devenires de las performances de la vida cotidiana limeña. “a punto de derrumbarse la casa se imprimen / trípticos venden departamentos en plano / ya secan 3000 copias de un afiche para el primero / de mayo también la imprenta sacudirá / las viejas paredes de quincha gruesas” (Jirón Callao, p. 27).
La gastronomía popular tampoco escapa a la contemplación de la entidad poética cuando “frito el picarón en el dorado aceite la miel / se derrama por las calles coloridas del cerro / madre un par de piernas fortalecidas yucas / temerarias ese clavo de olor en su punto” (Picarón, p. 41). De igual manera, la entrega de individuos que devienen sus agonías silenciosas en silencio o en los emplazamientos de la organización arquitectónica de la metrópoli: “es mediodía y un viejo suda / especula cuadradito en blanco se instala / rutas órdenes ocupaciones de sentido / frustración que habita en la P y la F cruza / el nombre de un actor la pintura de una turba” (Crucigrama, p. 43). Cabe el comentario sobre este poema en particular que funciona como el arte poética de una lectura de la propuesta de Prado.
Del mismo modo, el lenguaje coloquial está sustentado, puesto que el Bodisatva, parte del Uno cósmico, lo observa todo sin moverse, se adapta y ama el lenguaje que encuentra frente a sí: “mire míster esto no se trata de poner la primera piedra como usualmente lo hacen o mejor dicho como la entierran entre aplausos y corchos de champán para luego olvidarla esto no se trata míster de una formalidad en el curso de los presupuestos y licencias municipales…” (Piedra, p. 45).
Así también en “Niño Buda (p. 29), el iniciado transmuta en un proceso místico hacia la corporalidad o habla de un orador comerciante: “mire para hacer un niño buda señoras y señores usemos lo que esté a la mano porque no lo venden así no más por eso es mejor comprar un ángel no importa si es de plástico señora no importa si es de cerámica luego le cortas las alas le quitas la ropa…”. Nuevamente, sale a relucir la indisposición o no uso de signos de puntación (ni comas ni puntos) en lo que, parece apelar a la inscripción en aquello unitario que el camino espiritual motiva, así como el aprendizaje de la sabiduría de los silencios y vacíos en una práctica instintiva.

En el poema “Madre”, la voz poética se interna en un plano más íntimo, en un microuniverso familiar. Sin ser deidad omnisciente, transfiere su presencia simultánea dada la naturaleza de su condición espiritual, esparciendo misericordia, ternura, solidaridad, sanación: “descansa madre en la cocina el gas se acabará / en algún momento madre llegará la lluvia / con su percusión hermosa relajante muscular descansa”. Esta empatía de la que es dueño hace del Bodisatva, una instancia que padece lo que en un futuro pueda calmar: “mi estómago es una batalla donde arden / los chanchos y gobierna solo el cajón / dame manzanilla esa paz de perla dorada / ese ritmo de pluma alta cuando el horizonte / oscurece mi curva y la ciudad amurallada / deja escapar el quejido de los políglotas que me visitan en sueños (…)” (Manzanilla, p. 37).
No queda fuera del espectro la belleza ligada al romance, a la admiración del sexo opuesto: “estás bella hermosa preciosa no sufro / por los caracoles que cruzan la vereda de noche como nosotros fruta y bocaditos” (Bella hermosa, p. 39). “Bodisatva en el centro de Lima” es con todo un proyecto híbrido definida por elementos diversos y de distinta entraña: la poesía japonesa, la tradición budista, el conversacionalismo de la poesía limeña setentera y la experimentación sintáctica del lenguaje. Una propuesta que dentro de nuestro canon es deslumbramiento y apertura.