Necrofilia, canibalismo y madres asesinas: el origen secreto de los cuentos de los hermanos Grimm

La catedrática de Filología Alemana Isabel Hernández reúne 17 relatos que muestran cómo los hermanos Grimm crearon sus seminales "Cuentos de la infancia y del hogar".

Publicado

17 Jul, 2024

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Escribe Andrés Seoane

Convertidos hoy en parte fundamental del imaginario común, antes de convertirse en materia de películas de Disney y en merchandising para decorar las habitaciones, objetos y ropas infantiles, los cuentos populares o de hadas eran otra cosa. Como explica la británica Angela Carter en el prólogo de su estupenda antología «Cuentos de hadas» (Impedimenta, 2016), estos relatos tienen una peculiaridad que los distingue de la literatura: durante muchos siglos existieron sólo en la memoria y en los labios de sus hablantes, fueron narrados, no escritos; oídos, no leídos. «Por ello, los cuentos de hadas, estos cuentos populares de la tradición oral constituyen el lazo más fundamental que tenemos con el imaginario de los hombres y mujeres corrientes cuya labor ha dado forma a nuestro mundo».

Sin embargo, o quizá atendiendo a esto último, a lo largo de los últimos trescientos o cuatrocientos años los cuentos populares han sido recopilados como tesoros para varios fines, que van desde la curiosidad del anticuario a la lucha ideológica, pasando por la exploración de una psicología y una sociología extraoficiales. En este proceso, estos relatos sufrieron una paulatina pero constante evolución desde las toscas versiones narradas alrededor de las fogatas o en los lares de las casas hasta la letra impresa.

Un apasionante recorrido que nos lleva desde las recopilaciones que, siguiendo el modelo del Decamerón de Boccaccio, trazaron en los siglos XVI y XVII los italianos Giambattista Basile y Giovanni Francesco Straparola hasta las modernas interpretaciones psicoanalíticas de Carl Jung, Mircea Eliade o Bruno Bettelheim (y su seminal Psicoanálisis de los cuentos de hadas), pasando por supuesto por las versallescas antologías de Charles Perrault y Jeanne-Marie Leprince de Beaumont y las románticas, aunque todavía violentas y crueles, obras de Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm, que incluyeron en el folclore europeo todo el corpus de leyendas germanas y nórdicas.

Hermanos_Grimm
Los Hermanos Grimm y sus historias que cambiaron al mundo.

Sobre el trabajo de estos últimos ha centrado muchas de sus investigaciones la catedrática de Filología Alemana por la UCM Isabel Hernández, experta internacional en literatura en lengua alemana del siglo XIX y en la conformación del canon de la narrativa breve. Fruto de sus pesquisas, traduce y edita ahora El sastre que llegó al cielo y otros cuentos (Nórdica), un inusual volumen en el que reúne 17 relatos que, al menos tal y como se reproducen aquí, nunca entraron a formar parte del canon de su libro más famoso Cuentos de la infancia y del hogar, un corpus de 211 relatos que tuvo diferentes versiones entre 1812 y 1857 y es, desde entonces, el libro más popular en alemán, sólo superado en ventas por la Biblia.

Grimm: cuentos para crear una nación

Publicados en revistas literarias y antologías a lo largo de cuatro décadas, «la importancia de estos cuentos -entre los que se incluyen historias como La fiesta de los habitantes del mundo subterráneo, El ataúd de cristal, El cuento del fiel compadre gorrión o El diablo y doña Fortunaes mayor de lo que el lector puede pensar, puesto que no fueron en ningún momento alterados de su forma original«, explica la profesora. «Evidencian, por tanto, el proceso recopilatorio de los hermanos en su estado inicial, y presentan muchos más elementos propios de la forma oral que el conjunto de la colección editada«.

En el siglo XIX, cuando el afán nacionalista provocó el nacimiento del folklore, los lingüistas, medievalistas y mitólogos Jacob y Wilhelm Grimm, autores de un canónico diccionario y obsesionados con establecer una cultura alemana unitaria y basada en las tradiciones, «pretendían recopilar las historias en prosa producto de la tradición oral del pueblo alemán, siguiendo para ello el modelo de las producciones líricas que ya habían recopilado Achim von Arnim y Clemens Brentano en los volúmenes que titularon El muchacho del cuerno mágico«, apunta Hernández. «Pretendían con ello dar a conocer a su pueblo los monumentos primitivos de su literatura, que ellos entendían como depositarios del origen común de estos pueblos desligados entre sí que, justo en ese momento, intentaban conseguir la unidad nacional«.

Einer der Auszog das Fuerchten

Con ese afán compusieron su, a la postre, más famoso libro, que en un principio no se dirigía en modo alguno al público infantil. Esto se aprecia en alguna de estas historias primigenias, como la de Juan sin miedo, llamada aquí Cuento de uno que se marchó a aprender lo que era el miedo, en el que el protagonista sin nombre es expulsado con crueldad de casa de su padre, mata accidentalmente a un sacristán, descuelga a hombres ahorcados, juega a los bolos con calaveras y miembros amputados…

En otro clásico, Hermanito y hermanita, la malvada madrastra que convierte al hermano en un corzo es quemada en la hoguera con saña y su hija tuerta, que suplanta a la hermana como reina, es conducida a un bosque donde la despedazan las bestias salvajes. Algo parecido ocurre en Blancanieves y Rosarroja, relato en el que un oso bondadoso despedaza, sin ahorrar una gota de sangre, a un enano ladrón y malhumorado.

Un canon oral… y femenino

«Jacob entendió que estos cuentos narrados de generación en generación de forma oral desempeñaban un papel fundamental, pues eran la expresión más clara del pensamiento y la cultura populares, de ahí su afán en la recopilación y la fijación escrita de los textos, que recopilaron para ser leídos por adultos», asegura Hernández. «Cuando Wilhelm, al ver que sus potenciales receptores podrían ser también los niños, empezó a revisar y a pulir los textos, Jacob se desentendió del trabajo«. Muchos de estos elementos originales de crudeza y crueldad, fueron limados y eliminados ya por los propios autores: las muertes son menos explícitas o desaparecen, las madres pasan a ser madrastras, se omiten la necrofilia, el canibalismo, etc., y se potencia el final feliz y los elementos moralizantes y didácticos, que se entrelazan y suceden en un juego ininterrumpido de metamorfosis, apariciones, sobresaltos, engaños y desengaños…

Sin embargo, aunque reconoce la deuda de los Grimm con sus ilustres predecesores franceses e italianos, Hernández recuerda que, «aunque beben de toda la tradición cuentística anterior a ellos, pues en muchos pueden encontrarse motivos propios de la tradición oriental o de la Antigüedad Clásica, el cuento de hadas que se puso de moda en el siglos XVII y XVIII no poseía esas características de oralidad que sí poseen los cuentos de los Grimm. Era un tipo de cuento de autor, mucho más elaborado artísticamente», valora la profesora. Estos cuentos estaban tan asentados en la tradición alemana que los Grimm incluyeron algunos en el primer volumen de la colección «sin saber que eran cuentos de autor, como El gato con botas y Barbazul, dos de los más conocidos de Perrault, que posteriormente excluyeron«.

el gato con botas Doré
El gato con botas, ilustrado por Doré

Otro elemento clave que destaca la catedrática en su iluminador epílogo es el papel que jugaron las mujeres en la formación de este corpus. Por ejemplo, no en vano los relatos publicados por el académico Perrault, a quien avergonzaba bastante manejarse en tal género poco prestigioso en su época, se titularon Cuentos de Mamá Ganso, que en España sería algo así como Cuentos de la abuelita. «Las mujeres han sido, a lo largo de la historia, las encargadas de la transmisión de los textos literarios de carácter popular, y en su formación desempeñó siempre un importante papel la narración de historias, ya fueran de carácter popular o de autor», defiende Hernández.

En lo tocante a la colección de los Grimm se dio el caso de que la práctica totalidad de las informantes fueron mujeres. «Y no mujeres del pueblo, como la tradición romántica ha querido hacer ver, sino mujeres formadas, cultas, de la alta burguesía, que habían recibido la típica educación afrancesada de la época y conocían muchos de estos cuentos porque habían formado parte de su formación, pues este idioma se solía enseñar a través de los relatos».

Una brújula moral

Ciertamente, pocas expresiones literarias guardan la magia y la sugestión que encierra el arquetípico «Érase una vez…», comienzo secular de cuentos fantásticos que nos invitan a adentrarnos en un mundo tejido de sueños, espejos que cruzan a otros lugares, bosques amenazadores, reinos dormidos o malvadas brujas. Relatos, que nos hacen suspender la verosimilitud y hacen añicos las frágiles certezas de esa convención que llamamos realidad. Pero, ¿por qué nos siguen fascinando los llamados cuentos de hadas y qué cabida tienen en la sociedad actual?

Pulgarcito, ilustración de Doré.
Pulgarcito, ilustración de Doré.

«Hoy en día, estos relatos desempeñan un papel fundamente en la formación de los niños, porque a través de ellos se nos ofrecen modelos de comportamiento que nos ayudan a distinguir con claridad la dicotomía sobre la que está enraizada nuestra sociedad: el bien frente al mal. Los cuentos recopilados por los hermanos Grimm poseen, en su mayoría, una elevada capacidad didáctica porque, ateniéndose a la regla horaciana, ofrecen de forma equilibrada una parte didáctica y una lúdica. Esto es lo que hace que los niños se sientan atraídos por ellos y no los rechacen», abunda la profesora, que, sin embargo, lamenta que en realidad son «cuentos desvirtuados. Aún así, el género sigue vivo y su presencia en nuestra cultura puede apreciarse en multitud de elementos, que van desde la propia literatura y la música hasta anuncios de los más diversos productos, programas de televisión, adaptaciones cinematográficas, cómics…».

Como decía también Angela Carter: «acercarnos a estos mundos que quizá consideramos en extremo fantasiosos o pueriles, es una oportunidad para huir de esos cuentos edulcorados y de tonos pastel que ofrece la actualidad y acercarse a las auténticas raíces de las fábulas populares, que encierran en sus páginas el recuerdo de todas las virtudes humanas atesoradas durante siglos». Por eso aún hoy, cuando la mayor parte de estas narraciones se han integrado en nuestra mitología íntima, volver a las fuentes originales como ofrece este libro nos permite rastrear una huella simbólica y real de las angustias, miedos, costumbres y tradiciones de un pasado que cada vez nos es más lejano. Y que nunca deberíamos olvidar.

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