Escribe Macarena Muñoz Ramos
Ya vieron Nosferatu según Eggers, ¿verdad? Tan extasiados habrán estado algunos que seguro esas dos horas de alaridos, histeria, gruñidos y respiraciones asmáticas de una fan fiction de otra fan fiction se les fueron como agua, ¿no? Bueno, pues, vamos al lío.
Mezcle usted una buena porción del desarrollo de personaje de alguien como Vanessa Ives en la serie inglesa Penny Dreadful —ojo, a lo largo y ancho de las tres temporadas—, otro tanto de robos descarados a la visión de Drácula según Francis Ford Coppola y una pizca a partes iguales de Nosferatu original de Murnau y la versión de Werner Herzog. Ponga todo a hervir a fuego lento sin olvidar remover de vez en cuando para que el guiso no se pegue en el fondo de la olla. Poco después del primer hervor, no olvide echarle un puñado de su visión cinematográfica hecha de muchos zoom in, close-up, claroscuros, alaridos y gruñidos y… ¡Voilá!

Es curioso cómo se puede engatusar a aquellos que tienen muy poca memoria o un desconocimiento total del cine de horror y, en este caso, de vampiros. Me ha tocado leer que una de las «principales aportaciones» de Nosferatu según Eggers es el mostacho de Orlok. O que salen de las salas de cine con el tapete movido por tanta sensualidad (¡Aaargh!), o que si el exquisito vestuario «victoriano…» (¡la Reina Victoria inició su reinado siete años después de la historia del Nosferatu según Eggers, y en Inglaterra, no en Alemania!). Otros más que se burlan en plan bien hipster de los que esperaban otra película de vampirillos guapos y brillantes. Dudo que a estas alturas del siglo alguien se crea que habrá una réplica de los hijitos de Campanita. Y muchos, muchos, aplaudiendo hasta con las orejas la «genialidad» de Eggers sin tener ni idea de todos los robos y de las mezclas que hizo, y de que seguramente existen en sus otras tres películas y que alguien podría localizar fácilmente si tuviera tiempo… y ganas.
Nosferatu reloaded
Treinta y dos años después, igual y es algo «generacional», se retoma a Drácula en plan serio, artístico a la par de monstruoso. Se confía, repito, en la escasa memoria del espectador porque se prevé que sea joven en su mayor parte. Y que muchos de ellos son «mamadores cinéfilos», de esos que el horror o el terror tiene que venir revestido de cine de autor, con aires experimentales, alejado del slasher hollywoodense o del torture *p*o*r*n. Y sí, Eggers se ha cansado de decir que descubrió Nosferatu cuando era niño y que desde entonces ha sido una constante. Que moría de ganas por hacer su versión y shalalá. Lo cierto es que siendo esta la cuarta película de su filmografía, ha aprovechado mejor de lo que se esperaba el tirón que tiene entre espectadores y críticos. Y habrá que reconocerle que ha hilado un poco fino para hacer su propia fan fiction. Sobre todo en los diálogos que «suenan» poéticos, algunos dirían románticos, y que recuerdan mucho a los de la película donde Ellen Fanning hizo de Mary Shelley hace siete años.

Al Drácula según Coppola se le ha reclamado toda la vida de ser un pastiche «amoroso», de exudar romanticismo que por supuesto no ocurre en la novela de Stoker. Pero muchos olvidan que Murnau es el principal responsable de todo esto. A ver: no sólo se inventó la intolerancia solar en los vampiros, un gran aporte a la cultura popular o al mito, sino también esa atracción por Mina/Ellen cuando descubre el retrato que lleva Hutter entre los documentos que debe firmar Orlok. Aunque no sea tan romántico y se limite a decir que qué hermoso cuello tiene su mujer, Eggers en su fan fiction, parte de esta atracción y se inventa la personalidad psíquica de su Ellen (que bien visto desde Murnau es una mezcla de Lucy y Mina) y desarrolla esa historia que no huele, sino apesta a la serie Penny Dreadful, donde su Ellen está «predestinada» a atraer el mal y a ser consumida.
Recordemos que Eva Green, encarnando a Vanessa en Penny Dreadful, desde siempre estuvo bajo la mira del Mal —así con mayúscula—, y que este Mal no estaba representado por Satán sino por Drácula. Y aunque a los adoradores de la serie no nos haya parecido ni emocionado, Vanessa al final se «sacrificaba» para evitar que el Mal se expandiera y se apoderara del mundo. Por supuesto, a lo largo de las tres temporadas hubo unas escalofriantes posesiones, pérdida de la razón y hablar en otras lenguas como en la mentada «Verbis Diablo«, pero no había histeria ni alaridos cada dos por tres como ocurre en Nosferatu según Eggers. Si premiasen a la hija de Johnny Depp por su «actuación» será por romper récords de decibeles en alaridos. Y no precisamente por ser una «scream queen» de manual.

Eggers jugó bien sus cartas, hay que reconocerlo, al mantener en secreto las pintas de su Orlok. Eso causó expectativa y una serie de memes y fan art de lo más diverso. Pero cuando descubres que le puso una cabeza ahuevada, nariz larga ganchuda, un mostacho poblado, una manicura impecable (tiene las uñas mucho más sucias Willem Defoe interpretando al Professor Albin Eberhart of Franz), voz asmática que farfulla algo parecido al rumano antiguo —que Coppola ya lo hizo en su versión de Drácula y Gary Oldman se aplicó muy bien para estudiarlo y aprenderlo— y un cuerpo deforme —recuerda a la criatura insectoide que aparece en la película Naked Lunch—, lleno de llagas y escaras como si más que un cadáver fuera un enfermo de sífilis —una referencia tal vez tomada de la serie que la BBC hizo de Drácula hace cinco años donde Harker muestra tal deterioro luego de ser la Dracula’s bitch, que tiene la cabeza llena de heridas que parecen sarcoma de Kaposi—. Y para rematar, cuando al fin se acuesta con Ellen y se engolosina tanto que le alcanza el amanecer, ¡Oh my God!, empieza a soltar lagrimones de sangre, los mismos chorretones que suelta Drácula en la versión de Coppola cuando Mina lo deja plantado para ir en busca de su prometido.

El único que parece adecuado en esta fan fiction que no tiene un ritmo claro porque cada actor parece que tenía su propia película en la cabeza, es el hoy tan solicitado Nicholas Hoult, que interpreta a Thomas Hutter —el Jonathan Harker de Murnau—. Los demás, con todos y los agregados y esa cuestión rara de meter pentagramas e invocaciones de parte del personaje Mr. Knock que en la versión de Murnau es tanto el jefe de Harker como la representación de Renfield a partes iguales, navegan en diferentes embarcaciones. Algunos sobrellevan el temporal como Emma Corrin que interpreta a Anna —unas pinceladas de Lucy junto con su madre, para Murnau— y otros naufragan como Aaron Taylor-Johnson que hace del marido de Anna, Frederick Harding, que para Murnau fue como la representación de Lord Arthur Holmwood. Pésimos diálogos y sólo se salva cuando parece necrófilo en potencia al abrir desesperado el ataúd de su esposa.
Willem Dafoe se lleva la película, lo siento. Él va a su aire haciendo de ese remedo de Van Helsing con puntos de humor negro —sospechosamente tan parecido al de Drácula según Coppola—. Tiene fama de alquimista y enfrenta al mal no en nombre de Dios con crucifijos y agua bendita, sino invocando demonios. Y es el «disparador» para que el público se entere que Ellen tiene poderes psíquicos que desde niña la han agobiado y que nos muestre que es la «favorita» del Mal. Pienso que es la única aportación buena y destacable de esta Ellen. Y que Eggers, una vez más sacando cosas de otros lados —sí, de Penny Dreadful—, muestre que la fascinación que tiene el Mal con Ellen es totalmente en plan sexual y así se manifiesta.

De esta fan fiction de una fan fiction —recordemos que Murnau lo hizo porque no le interesó o no pudo pagar los derechos del Drácula de Bram Stoker— habría que rescatar que Eggers se inventa ese cuento de hadas —referencia tal vez a los alemanes Hermanos Grimm— donde la princesa se sacrifica para acabar con la bestia maldita. Esto lo pone en boca del Professor Albin y, bueno, si se logra recordar entre tanto alarido histérico, fotogramas oscuros y desnivel de actuaciones, se puede apreciar en las escenas finales con esa Ellen muerta y rematada con tanta pasión sexual que no le brindaba su esposo —más ocupado en asuntos tan terrenales como «darle una mejor vida»—. También queda flotando la duda de por qué Eggers decidió que su vampiro debía morder en el esternón de sus víctimas. Al cabo de los días he pensado que quizá se trata de otra referencia al Drácula de Coppola que retrata muy bien esa herida que Vlad se hace justo arriba del corazón para que Mina beba de ella y se convierta a la oscuridad.
Parece que hemos llegado a un punto en el que nos van a saturar de remakes que nadie pidió. Y a pesar de que sean malos en el fondo, hay muchos que alaban su «forma». En el caso de Nosferatu de Eggers, muchos aplauden hasta con las orejas si utilizó locaciones reales, que si filmó en Rumanía, que si Eslovaquia y tal. Sinceramente, al espectador promedio eso le viene importando un pepino cuando está tan acostumbrado a las pantallas verdes y al CGI del cine de superhéroes y acción —inclusive Guillermo del Toro y muchos otros las usan en sus trabajos— o directamente a la AI.
Sí, Eggers es muy dado a filmar en locaciones naturales, nos queda claro con sus tres películas anteriores. Cuida la fotografía y shalalá. Pero Coppola lo hizo treinta y dos años atrás. Echó mano de homenajes claros a Nosferatu —los juegos de sombras—, también a Jean Cocteau, e inclusive utilizó una cámara Pathé real para filmar las escenas de Drácula en las calles de Londres cuando se encuentra con Mina. Creo que la desgracia para directores como Eggers es que no vienen a innovar nada —aunque sean tan buenos «vendehumo»— y no tienen reparos en robar de otras obras. Aunque lo haga de grandes como Coppola.