Escribe Alexis Iparraguirre
Ovnis en los Andes de Ernesto Carlín (Lima, 1974) es una novela breve, que finge ser un informe periodístico, y que, perfilando a su favor algunas de las teorías conspirativas sobre avistamientos de naves alienígenas en el Perú, parodia personajes, líneas argumentales y algunas convicciones que se tienen sobre la literatura peruana más clásica del siglo xx, el realismo urbano.
El propio plan del informe periodístico es alusión y cita de un cliché de muchas novelas de Vargas Llosa: una ficción doble, que alterna dos historias con “vasos comunicantes” cuya soluciones confluye en un final inesperado. Así, conforme a su modelo, una de las historias de Ovnis en los Andes compete estrictamente a su título: es un compendio de hechos, que implican una cronología lineal pero discontinua, que tienen por inicio el año de 1974, y que testimonian, uno tras otro, el establecimiento de una base secreta para desarrollar ovnis peruanos en el lago Titicaca. A partir de recolectar datos sobre los pilotos de pruebas del proyecto, el periodista autor del informe configura la trayectoria del jefe de la base, el misterioso oficial de la aviación Ricardo Arana “El Poeta”, avatar, en clave de ciencia ficción peruana, del personaje característico de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. A Arana se debe el establecimiento del proyecto mismo: en su juventud, derribó en un vuelo de reconocimiento el ovni modelo que tratan de emular, sin muy buenos resultados, los ingenieros con tecnología peruana.
La otra historia de Ovnis en los Andes es la del periodista, autor futuro del informe, con lo que la historia del proyecto que dirige Arana es una “caja china” respecto de esta. La historia del periodista de Carlín evoca, lo mismo que niega, al arquetipo novelesco del periodista-escritor del realismo peruano canónico. Aunque idealista a su modo, el narrador ironista que parasita la actividad del periodismo cultural no es el adolescente idealista o severo en busca de ritos de paso a la madurez, ni menos un aspirante a escritor en desgracia haciendo su “temporada en el infierno”. Por contrario, es un treintón adúltero, que reconoce que el periodismo cultural consiste las más de las veces en elaborar notas al servicio de la imagen de los amigos de los patrones; es decir, que el periodista no busca ninguna verdad sino que hace del oficio el intercambio de pequeñas publicidades gratuitas, un trueque de minúsculas prebendas, de las que también puede beneficiarse. Respecto del escritor-periodista de Vargas Llosa, pues, el protagonista de Ovnis en los Andes es otra vuelta de tuerca o, técnicamente, una reformulación paródica que lo mismo lo homenajea que lo carnavaliza. Por ello, el periodista autor del informe no es un escritor que fracasa por afincarse en la rutina envolvente del periodismo citadino, como profetizara para sí mismo el Zavalita de Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral, sino un periodista cínicamente imposibilitado de ejercer su oficio en serio por las lógicas del compadrazgo y los favores y vetos con que la vida social limeña tienen domesticado su oficio.
No obstante, y he aquí un mérito central de la novela, el periodista innominado, premunido del buen humor y de algunas drogas blandas, en la estela de los personajes arquetípicos de la narrativa de Alfredo Bryce, hará de la escritura de su informe sobre los ovnis una fuente estrambótica de rigor y una forma de darse objetivo profesional auténtico para investigar y, a la vez, combatir una paulatina y severa crisis depresiva. Aunque primero lo guían simplemente el azar y las coincidencias (algunas intersecciones dispersas de sus entrevistas sobre el tema ovni en varios reportajes que efectúa en su carrera), al final accede a las claves mayores de un conspiración para fabricar secretamente naves extraterrestres en el Perú en un giro argumentativo que evoca por igual los desenlaces de las series televisivas sobre conspiraciones al servicio de invasiones extraterrestres como la lógica de ese clásico cuento de Julio Ramón Ribeyro, ¨La insignia”, sobre el absurdo de los honores humanos y sus logros y la carencia de sentido de cualquier trayectoria o mérito.
Como puede apreciarse, pues, el argumento de ciencia ficción en Ovnis en los Andes provee el hilo conductor que organiza la concatenación de los tópicos formales y temáticos de tres autores mayores del canon narrativo finisecular peruano – Vargas Llosa, Bryce y Ribeyro-y consigue de esta forma parodiarlos (existe también una mención a un personaje borgesiano cuya figuración irónica solo se entiende en el contexto de los dilemas de la peruanidad). En esa empresa, quizás el éxito más llamativo de Ernesto Carlín es haberlo conseguido empleando una narración llana, que reniega de la truculencia y el énfasis, y cuya única artimaña, articulada con inagotable naturalidad, es el recurso de la ironía. Para Carlín se trata de formular la escritura en dos tiempos: el de la anécdota y, de inmediato, el del comentario que la revela sin malicia como contradictoria, absurda o risiblemente inviable. Y es que en la novela de Carlín el humor irónico que permea cualquier historia o personalidad no tiene por función repeler o agredir, como navaja, contra la violencia de lo absurdo; más bien es un método para desengañarse de veleidades, con una sonrisa sabia, pero también nostálgica de la ingenuidad y el desarreglo que imperaba en el Perú entre los últimos decenios del siglo XX.
Desde luego, el desengaño en Ovnis en los Andes es parejo en sus dos ámbitos. Por un lado, se descree de la épica de un periodismo que ya no es sino a medias un oficio cortesano y a medias una forma de vagancia. Por el otro, también se desconfía de la sacralidad de la literatura que parodia, precisamente la de tres escritores a los que se les atribuyó, por muchas de sus obras, la capacidad para figurar la autenticidad de la realidad peruana toda o, al menos, el perfil definitivo de lo que debiera ser lo característico de la narrativa nacional. Esta es la otra víctima del humor irónico de Carlín, junto con el periodismo: el nacionalismo chauvinista, el delirio de lo patriótico incluso en la ciencia ficción. En Ovnis en los Andes, el nacionalismo de una ideología risible, un amor a la patria de puras amenazas, de pasiones mal dirigidas y eslóganes vacíos. Lo profieran militares y letrados cuyos nombres ha tomado prestado, precisamente, de las novelas de Vargas Llosa; son dueños de voces que evocan los monólogos humorísticos y sentimentales de Bryce y, en menor medida, poseen la conciencia de que los hombres son títeres de un destino que ejecutan sin desvío, como algunos de los más fatalistas y peculiares personajes de Ribeyro. Bajo la mirada irónica de Carlín, estos risibles nacionalistas, personajes confeccionados por literatura inequívocamente peruana, se revelan como protagonistas de una empresa absurda por contraria a todo principio de realidad, desmesurada, una que cualquier pudiera adivinar como sentenciada a desaparecer por la veloz transformación de la vida y de la estética moderna. En ello son como los aventureros de un western crepuscular; individuos obsoletos pero con algo de prodigio y mucho de entrañables, cuya dignidad radica en una terquedad que pudiera ser la de cualquiera cuando se atreve a creer que, más allá de cualquier descrédito, hay algo de heroico en apoyar las causas más delirantes porque responden a una forma superior de lealtad o afecto.
Así, Ovnis en los Andes es una novela breve pero contundente, de lenguaje sencillo pero de inusual potencia paródica, cuya ciencia ficción ridiculiza el nacionalismo con un humorismo corrosivo por desencantado y melancólico. Por ello, también es un sutil pero inequívoco comentario metaliterario sobre la ficción peruana más canónica del siglo XX, eso que se llamó el realismo urbano, sobre sus tópicos y, centralmente, un escarnio de sus ambiciones por monopolizar la representación de lo nacional. Pero, siendo además divertida por graciosa, plantea en buena lid la batalla por escribir narrativa en dirección opuesta del realismo dominante en la producción literaria peruana; y, aquí la victoria, lo plantea con mucha efectividad desde una ciencia ficción que sabe reírse, con mucho conocimiento de causa, de las pretensiones de la literatura realista a la que se contrapone.
Ernesto Carlín. Ovnis en los Andes. Lima: Altazor, 2016.