Escribe Marco Martos Carrera
La mayoría de los peruanos hablamos español o castellano y una porción importante se expresa en quechua o aimara y en otras numerosas lenguas de nuestra selva. Todas las lenguas que se hablan en nuestro territorio se influyen mutuamente tanto en el léxico como en las estructuras morfosintácticas y en la fonética. Pero aún dentro de una de estas lenguas, el individuo tiene una forma peculiar de realizarla que los lingüistas llaman idiolecto.
Cómo hablan los peruanos
Como sucede con cualquier otro idioma, el español es una cuestión abstracta que está en la cabeza de todos los hablantes y cada persona utiliza sobre una pequeñísima porción de ese corpus. Para hablar en la calle no usamos más de trescientas palabras, un buen novelista utiliza más o menos tres mil vocablos; se sabe que Miguel de Cervantes utilizó más o menos ocho mil palabras diferentes. Los diccionarios actuales, cada vez mejores, producen la ilusión de que almacenan todas las palabras. No es así, obviamente. El diccionario del estudiante de la Asociación de Academias, tiene treinta mil vocablos, el Diccionario Esencial, que acaba de llegar a Lima, tiene cincuenta mil vocablos, el DRAE, el más famoso de todos los diccionarios en español, tiene doscientos ochenta y tres vocablos. Pero el banco de datos que se llama CREA, que contiene palabras o expresiones desde el siglo XV tiene millón y medio de registros.

Hablaremos del español del Perú. Martha Hildebrandt, que aparte de ser la congresista que, dotada de un animus (alma, corazón, conciencia, sentimiento, en latín clásico) discute y defiende sus puntos de vista en el parlamento, suele contar en sus tertulias sabatinas en un café de Miraflores que cierta vez una dama peruana alojada en un hotel de Madrid, mientras se bañaba, se vio enfrentada a una inundación casi incontrolable. Cortó como pudo el flujo del agua y llamó por el teléfono interno a la recepción del hotel y dijo: “ Hágame el favor de mandarme un gasfitero para arreglar el caño de la tina que se ha malogrado”. El empleado del hotel le contestó: “Señora, no le entiendo nada”. Los españoles dirían : “mándeme un fontanero para arreglar el grifo de la bañera que se ha estropeado”. En el Perú del siglo XIX, gasfitero remplazó a fontanero a raíz de la iluminación a gas. El obrero perito en la manipulación del gas se llamaban en inglés “gasfiter”.
En España se malogran las frutas, pero no los objetos. La gente siempre se asombra de las diferencias léxicas dentro del español que es la lengua franca en veintidós países. Sobre todo en lo más cotidiano. Una gaseosa nuestra es una soda en México, que hay que tomar con popote y no con cañita, y es un refresco en España; nuestra palta se transforma en aguacate en México, y nuestro engrampador es la grapadora en Madrid. Chifa es una palabra peruana adoptada del chino que significa originalmente arroz frito. El chifa se transforma restaurante chino en Madrid y ahí acuden preferentemente hispanoamericanos.

Compartimos los peruanos con los otros países que hablamos español, un inmenso vocabulario que llega a un noventa por ciento. De manera que podemos tener la seguridad de que yendo a cualquiera de los países hispanoamericanos nos vamos a entender a pesar de las diferencias léxicas. Decimos carro a lo que los españoles llaman coche y los cubanos máquina, pero tenemos la palabra común automóvil. El lingüista español Julio Calvo Pérez, dedicado desde hace años al estudio de las lenguas del Perú ha mostrado en un libro reciente suyo, Tendiendo puentes (Valencia, 2007) algunas de las diferencias entre el español andino y el peninsular. Mientras en este último se dice bayeta, mármol, cubo, tarta, boniato, sus equivalentes en español andino son: trapo para limpiar, losetas, balde, torta, camote. A veces creemos los peruanos que las palabras que usamos, diferentes de las españolas actuales, son peruanismos pero no siempre es así, inclusive las más comunes.
Por ejemplo camote viene del náhualt camotli, y ají, que en quechua es uchu, viene del taíno. Una palabra emblemática de nuestra manera de hablar es papa. La amamos y la defendemos y estamos orgullosos de que el Perú sea sede del Instituto Mundial de la Papa, así como México lo es del Instituto Mundial del Maíz e Indonesia lo es del Instituto Mundial del Arroz. Por eso mismo estamos inconformes con que en el Diccionario de la Real Academia el ingreso de este tubérculo sea a partir del vocablo peninsular patata que no es otra cosa que un cruce de batata o boniato, con la palabra original quechua incorporada al español andino. Reclamamos que el ingreso sea a través de papa, no solamente por razones de origen, sino porque la mayoría de hablantes del español que está en América, prefiere este vocablo.

Una de las maneras que tenemos los peruanos de recordar a nuestro país cuando emigramos al extranjero es a través de las comidas y entonces preparamos cebiche, papa a la huancaína, arroz con pollo, tacu tacu, platos que se han convertido en nacionales y que no tienen equivalente en las comidas de otras naciones, razón por la cual, desde el punto de vista lingüístico. No tienen que luchar con otros vocablos. De manera parecida ocurre con las comidas regionales: la mala rabia o la sopa de novios de Piura, la kanka y el puca picante de Ayacucho.
La chicha o azua tiene mucha fortuna. Como es sabido, se trata de una bebida fermentada de maíz que se bebe en todo el país, aunque en los últimos decenios viene cediendo ante el empuje de la cerveza, cebada en el lenguaje popular de los años sesenta del pasado siglo y ahora chela y chelita en bares y bodegas. La chicha todavía sin preparar es aswa en las zonas donde se habla quechua y api antes de madurar y siqi cuando es de mala calidad. En el norte del Perú se distingue la chicha que a semejanza de un caldo no tiene residuos, y que se toma como aperitivo, llamada clarito, de la otra que acompaña a las comidas, un poco más espesa y es bautizada como mellicera.

Nuestra popular yuca (rumu en quechua) es una voz importada. Julio Calvo Pérez nos recuerda que es voz taína que dio pronto el verbo quechua yukay que significa engañar y que tiene una gran presencia en nuestro español andino. Yuca, en el español de Lima y de gran parte del Perú, significa lo mismo que en quechua, engañar. Son también palabras del español del Perú choclo, olluco, locro, todas procedentes del quechua. Hay otras palabras que son de creación dentro del sistema del español: salchipapas, mototaxista, pollo a la brasa.
Son incontables las palabras que vienen de idiomas extranjeros: gasfitero a la que hemos aludido es una de las más antiguas, pero tenemos todo un alud, que ahora está en franco retroceso que entró con el fútbol: córner, wing, half, back, referee. Hubo un tiempo, en los años cincuenta del pasado siglo, que hubo una cierta preferencia por vocablos franceses: matiné curiosamente era la función de cine de las tres de la tarde, vermouth, que es una bebida en francés, en el Perú era la primera función de cine de la noche. De todo ese vendaval léxico francés, ha quedado vedette, con el único significado de artista femenina y no de nave de guerra o de vigilancia o de paseo como ocurre con el francés, y ha quedado también afiche, cartel, o mejor una especie de cartel, que se mantenido victorioso frente al poster del inglés. Este idioma en cambio impone una serie de neologismos relativos a la computación, pero que el español se defiende, se prueba, porque mouse empieza a perder la batalla con ratón.

Niveles de la lengua y hablas regionales
Los peruanos con un manejo más cabal de la lengua castellana, la hablan tan bien como sus homólogos de otros países. Esto quiere decir que es una leyenda aquella aseveración que asegura que peruanos y colombianos hablamos un mejor español. Las capas cultas de Chile y Argentina tienen un nivel tan bueno como el nuestro o como el de las capas cultas de México o España. Si dos personas se entienden, eso está bien, sea cual fuere el nivel de la lengua que usen. La ventaja de atender a lo que se llama normativa es que nos podemos entender con más personas de cualquier país.
En los últimos años, personajes encargados de la educación han manifestado su alarma por el lenguaje del Chat, usado preferentemente por los jóvenes. Ese lenguaje, con características de mensaje rápido y en ocasiones de argot, no pone en peligro, como se teme, la unidad de la lengua. Es un lenguaje que busca la rapidez y tiene algo de secreto, pero o pasa pronto o es usado dentro de ese medio. La aceptación social de un individuo, tiene que ver con su instrucción y con su manera de hablar. Una misma persona, el transcurso de un día, sobre todo si es joven, puede pasar de un nivel de la lengua al otro, y un experto en el manejo de esos niveles, un profesor universitario, lingüista o de otra profesión puede hacer lo mismo: pasar de lenguaje del “ya pe patita” al más sofisticado de la comunicación científica.

Lo que puede todavía asombrarnos, es cómo estando dentro de una misma lengua, y un mismo país, podemos sentir extraños algunos usos de lengua regional. Ponemos este ejemplo de lenguaje piurano: “Churre, me había dicho mi mamá, anda al mercado y cómprame tres peinillas, un kilo de huabas y seis cascarones, lo hice pero me entretuve en el río jugando con unos cololos y una pezpita se hizo la encontradiza, me llevó a su casa, machucó el timbre, y en callejón me agarró a besos para quedarse con el camarico. Regresé sin nada y me dijo mi padre ¿dónde diantre te metiste?». Churre, es niño, y o ha popularizado Vargas Llosa en sus novelas, peinilla es el peine de bolsillo, huaba es el pacae del sur del Perú, cascarones es huevos. cololo es un animal que se convierte luego en sapo, pezpita es pizpireta, diantre es una exclamación, equivale a diablos. Camarico es un presente.