Escribe José Carlos Picón
Su labor de editor y traductor de grandes voces de la literatura universal ha nutrido, junto a trabajos similares al de Javier Sologuren, a generaciones de lectores y creadores ávidos de poéticas diversas. Su aporte en las aulas y en los estudios literarios, así como su dedicación a la escritura, le valen un reconocimiento entusiasmado. Ricardo Silva-Santisteban es un poeta de los elementos y del simbolismo germinado en natura, en lo esencial. Fue una voz que, en el furor de la poesía conversacional de los sesenta y setenta, mantuvo su filiación lírica desde el ejercicio de la imagen alegórica y trascendente.
Divulgador de las poéticas decimonónicas y de inicios del siglo XX de Europa, Norteamérica y, sobre todo, Perú, su palabra es afluente de aquellas tradiciones, rasgos elementales con los que construye un particular e íntimo fulgor del lenguaje.
“Tierra incógnita”, volumen que reúne sus trabajos poéticos entre los años 1965 y 2000 son testimonio de aquellos recorridos a través de lo invisible, de las representaciones de la naturaleza para traducir la esencia, lo primordial. No obstante, “El tiempo en el río”, libro que comentamos en este texto, vive desde la toma de asimilación de la fugacidad de la vida, de lo no permanente.

Silva-Santisteban construye esta única pieza de largo aliento como un monólogo fragoroso de los últimos días, del testeo luminiscente tras operar entre la cordura y el abismo, dimensiones presentes en unidades de experiencia. El poeta se ha acercado al final de su cuerpo con extremada vigorosidad y ha vencido la apuesta. La continuidad es una danza lenta y radiante que se agota en los versos de “El tiempo…”, un reto nuevamente, una oportunidad para el descubrimiento. Repasar este río de emociones y estados temperamentales, conmueve, irradia en sitios espirituales del común vivir.
Sí, Silva-Santisteban, desde su meditación simbólico-naturalista, trasciende y ejercita formas de convivencia interior, armonía, sublimación del dolor y la pena. “El tiempo en el río” es el discurso solitario ante el cosmos y la sabiduría universal. Ante la naturaleza y su poder. Ante la divinidad trasunta en paisajes y climas. De recomendable lectura, además de buena oportunidad para revisar los versos de madurez del poeta, su sabiduría y aprendizaje.