Nacida en Santo Domingo (1977), Rita Indiana ha explorado por igual la narrativa y la música populares de su país. Contra lo que podría pensarse, la apropiación de tales códigos no responde al ejercicio costumbrista sino a una exploración estética de corte experimental. En el caso de Papi, esa exploración consiguió gran aceptación no solo entre críticos sino entre variados públicos, e hizo de su autora uno de los nuevos rostros continentales de las letras de Latinoamérica.
Papi es un novela sobre un mafioso arquetípico dominicano, todopoderoso, rumbero y globalizado (opera entre Santo Domingo, Miami y Nueva York). Lo conocemos desde el relato desmesurado de su hija, deslumbrada por el despliegue de una realidad delirante donde priman los poderes del padre. En las coordenadas del siglo XXI, es la historia del gran Macho latinoamericano, de las mujeres de la familia, de la fascinación del país entero por él, pero sin la menor reflexión patriótica, que hubiera sido un gesto patriarcal, porque en nuestra cultura las palabras patria y padre se legitiman mutuamente como sinónimos de un origen definitorio del que no hay escape. Rita Indiana, a pesar que cuente una apoteosis del Macho latinoamericano, refiere también el potencial transgresor del cuerpo femenino y su apertura a la liberación.
Papi está formada por doce capítulos que son monólogos torrentosos de la hija de Papi. El primero y el último son más breves, a modo de obertura y cierre, y enmarcan un cuerpo de diez episodios parcialmente inconexos, que ofrecen una percepción muy laxa del tiempo, que se extienden entre algún momento de la remota infancia de la niña y el final de su adolescencia, presumiblemente a fines del gobierno del dictador Joaquín Balaguer en República Dominicana. Incluso la novela contiene la posibilidad de haber leído un libro en loop, es decir, uno que se repite inacabablemente a partir de un punto determinado. Los monólogos tratan la tropelías de la vida diaria de Papi, que incluyen tiroteos, habitaciones en hoteles cinco estrellas, ascensos al cielo, selvas misteriosas y múltiples escenarios de la cultura popular televisiva contemporánea (incluyendo la ciencia ficción y el subgénero robot-zombie). Todos son escenarios para el lucimiento estrambótico de la figura paterna, en abrumadora parodia de la lógica heroica de las tiras cómicas.
No obstante, también son lugares profundamente inestables por la intromisión de dos personajes colectivos que solo saben multiplicarse: los socios de Papi y sus novias. Mientras los primeros son la conspiración permanente de enemigos ubicuos que tradicionalmente conspiran para tumbar al jefe que odian, las novias constituyen una verdadera plaga de langostas, una turbamulta de consumismo y libido, una verdadera ciudad flotante en expansión y periódicamente agresiva en torno de padre e hija. La “Familia Real” de esa colmena la constituyen dos tías alocadas de la niña, unos primos gemelos que buscan calcar el estilo del tío y la abuela sabia y en contacto con los orishas y los muertos. Se tratan, desde luego de dos variaciones de una misma idea: la del harem del macho, uno en clave del latinoamericanismo tradicional del siglo XX , la familia del realismo mágico, y otro que apela a las multitudes globalizadas, preñadas homogenización pero también de excesos descontrolados.
Las novias son, sin duda, la multitud más curiosa y novedosa. Son presentadas como cuerpos dedicados al consumo agresivo, inacabable, que excede de largo el estilo de vida doméstico, aquel orden servil en torno al hombre que convertía a la mujer en “el descanso del guerrero”. Más bien, nunca le dan tregua a Papi porque le piden que les compre bienes y conceda favores mientras se multiplican en número y se vuelven una población nómada con sus propias leyes en torno de la persecución afiebrada de Papi, donde quiera que esté. La multitud de novias es un tumulto de vida incalculable que, valiéndose de las claves del cómic, puebla calles y fomenta negocios y luego de fagocitarlos cambia de sitio para proseguir su tarea. Es una multitud femenina que, si bien se mueve por deseo hacia el macho, en la práctica es un exceso que se desborda fuera de su control o de cualquier noción de estabilidad (no en vano, como especifica la narradora, hay necesidad de matarlas a todas). Más independiente, convencional, pero distinta del área de la libido paterna, porque se ha separado de ella, queda el cuerpo de la madre, al que Indiana dedica el episodio final del libro en clave de drama. Repentinamente, en Papi conocer ese cuerpo se volverá un escape radical al tiempo en apariencia cíclico de la historia del patriarca del crimen.
Inexorablemente, por sobre la práctica paródica, los puntos de contactos con las novelas del Boom son también indicadores de la enorme distancia entre Indiana y la generación gloriosa y centralmente falocéntrica de las letras latinoamericanas Ciertamente, es innegable el influjo de los interminables monólogos de García Márquez en El otoño del patriarca, ahora en la voz de una niña; también hay ese furor por enumerar objetos que tienen las voces de los dominicanos en La fiesta del Chivo. Pero Papi sale limpiamente de esos marcos: es una novela del macho sin patria, de patriarca a punto de ser devorado por el desorden de la multitud femenina, y del cuerpo singular de mujer insumisa que conduce a un lugar distinto del dominio masculino. Todo ello es, integrado, de primerísima novedad.
No obstante, Papi también sucumbe a algunas estereotipias de las novelas sobre mafiosos, especialmente las del narco, y a algunas inercias de las narraciones sobre los patriarcas latinoamericanos. Así, aunque se le muestre inconducente, el crimen en Papi se espectaculariza y borra por completo sus ámbitos más tediosos, más naturalizados y por ello casi nunca figurados en las ficciones contemporáneas sobre el crimen: por ejemplo, la lenidad sino la complicidad del Estado. No se malentienda: no se trata de la obligatoriedad de saturar cualquier ámbito del fenómeno criminal (político, social, económico), siguiendo un mandato realista. Se trata, más bien, de no correr el riesgo de sumir el proyecto del libro en el puro entretenimiento de resolver en qué acaban los tiroteos o cómo se soluciona en el plano del lenguaje el final de las persecuciones, lo que llega a ocurrir en Papi.
Y aunque el cuerpo de la madre tenga la clave de la liberación para la hija del mafioso, es igual de pensable que, en realidad, no haya gesto emancipador en conocerlo; puede también que ello ocurra porque, de modo natural, el poder del patriarca se debilitó por sí mismo, sin lucha. Sucede que en Papi, como en El otoño del patriarca, el macho del harem es también una figura mítica, un ser todopoderoso, cuya existencia se explica mejor por los ciclos de la naturaleza que por las leyes de los hombres. En esta perspectiva, la hija no conoce el cuerpo de la madre como espacio para abandonar el dominio del padre; simplemente consigue deslizarse hacia ello porque el poder del padre ha entrado en su ciclo de declive. Esa concepción mítica del macho le hace poco favor tanto a la escritura que busca apropiar el tema desde una mirada femenina, una que lo mismo busca tomar distancia de las prácticas estéticas habituales del Boom.
Por sobre esta reincidencia en una cierta inercia estética en el retrato del macho, Papi es una novela que, en todos los casos, se involucra con transformar la escritura latinoamericana del presente discutiendo con novedad su pasado. Por ello es un libro de lectura satisfactoria y obligatoria.
Rita Indiana. Papi. Madrid: Periférica, 2011. 224 pp.