Robinson Crusoe

Robinson Crusoe, de Daniel Defoe

"Robinson Crusoe" se ha convertido en un clásico universal cuyo alcance llega incluso a las teorías económicas de inicios del siglo XX.

Publicado

3 Dic, 2024

Escribe Erik Díaz Sandoval

Daniel Foe, más conocido como Daniel Defoe (él mismo agregó el entonces aristocrático “De”) nació en Londres entre 1659 y 1661 y falleció en la misma ciudad en 1731. Conocido como uno de los padres de la novela inglesa, Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinson Crusoe de York, publicada en 1719,fue la primera y más famosa de sus muchas novelas.

Muy joven aún y a pesar de tener a su disposición una vida segura y cómoda, así como padres que le brindaban toda su protección y afecto, Robinson Crusoe, sin entender muy bien sus propias motivaciones, impulsado por su naturaleza y como marcado por su sino, decide abandonarlo todo y hacerse a la mar en busca de aventuras: “Pero a mí nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba a acatar la voluntad, las órdenes, más bien, de mi padre y a escuchar las súplicas y ruegos de mi madre y mis amigos. Parecía que había algo de fatalidad en aquella propensión natural que me encaminaba a la vida de sufrimientos y miserias que había de llevar”.

De esta manera, Robinson Crusoe inicia una vida de vicisitudes y miserias, tal como le predijo y advirtió su padre; sin embargo, nuevamente la Providencia le ofrece la oportunidad de establecerse como un próspero hacendado y vivir con la fortuna que sus padres le construyeron y ofrecieron. Desgraciadamente, sus impulsos más íntimos rechazan otra vez esta ventura y decide asumir riesgos innecesarios y aceptar una propuesta de volver a embarcarse en un navío en pos de ilusorias riquezas inmediatas: “para mí, hacer aquel viaje era el acto más descabellado del que podría acusarse a cualquier hombre que estuviera en mis circunstancias. Pero yo había nacido para ser mi propio destructor, y no pude resistirme a esa oferta más de lo que pude renunciar, en su día, a mis primeros y fatídicos proyectos, cuando hice caso omiso a los consejos de mi padre”. 

Ilustración de Carington Bowles

El navío naufraga y Robinson Crusoe es el único sobreviviente, llegando, luego de una larga lucha contra la propia naturaleza, a una isla. Posteriormente, escribe en su diario: “Yo, pobre y miserable Robinson Crusoe, habiendo naufragado durante una terrible tempestad, llegué más muerto que vivo a esta desdichada isla a la que llamé la Isla de la Desesperación, mientras que el resto de la tripulación del barco murió ahogada”.

Inicia así la larga y encarnizada lucha de Robinson Crusoe para sobrevivir primero y luego para adaptarse a su nuevo hábitat, debiendo aprender a lidiar con la soledad y las inclemencias de la naturaleza, pero sobre todo consigo mismo.

El destino de Robinson Crusoe

La Providencia no lo abandona del todo y la isla, así como lo que pudo rescatar de los restos del barco, le proveen de alimento y le permiten sobrevivir, construir un recinto donde protegerse del sol, el frío, la lluvia, las bestias salvajes, así como de eventuales enemigos, y, a lo largo de los meses y años, ingenia los medios para sembrar, cosechar, almacenar, criar animales y fabricar utensilios, como mesas, sillar, vasijas y utensilios, que le proporcionen cierta comodidad.

El enfrentamiento más duro que debe afrontar Robinson Crusoe es con su propia conciencia adormecida y, en su soledad infinita, clama a Dios: “Señor, ayúdame, porque estoy desesperado” y se da cuenta que esa fue la primera oración que hizo en muchos años. En su angustia y desesperanza, la Providencia nuevamente lo ampara y pone en sus manos una Biblia, que en su momento pudo rescatar del barco naufragado, y al abrirla al azar lee este versículo: “Invócame en el día de tu aflicción y yo te salvaré y tú me glorificarás” (Salmo 50:15).

Así, Robinson Crusoe inicia el camino hacia su propia redención a través de la toma de conciencia y su reencuentro con el Dios olvidado: “Le di gracias a Dios con humildad y fervor por haberme permitido descubrir que, tal vez, podía sentirme más feliz en esta situación solitaria que gozando de la libertad en la sociedad y rodeado de mundanales placeres. Le agradecí que hubiese compensado las deficiencias de mi soledad y mi necesidad de compañía humana con su presencia y la comunicación de su gracia que me asistía, me reconfortaba y me alentaba a confiar en su providencia aquí en la tierra y aguardar por su eterna presencia después de la muerte”.

Cuando menos lo esperaba y había dejado de obsesionarlo, rescata a un ser humano que no ha podido conocer la civilización de una muerte segura a manos de caníbales que llegaron de otra isla a realizar un ritual sangriento y conoce a quien decide llamar Viernes, el cual se convierte en su leal compañero y con quien comparte todo sus bienes materiales, lo que aprendió para sobrevivir y adaptarse a la que a su llegada bautizó como la Isla de la Desesperación, así como su nueva comprensión y relación con Dios.

Juntos, luego de liberar a un capitán que fue víctima de un motín y cuyo barco estaba anclado cerca de la isla, logran volver a la civilización, donde Robinson Crusoe, tras décadas de ausencia, puede recuperar su fortuna y encuentra nuevamente una vida cómoda y estable a su disposición. ¿Podrá esta vez Robinson Crusoe sentirse a gusto con este estilo de vida o nuevamente su naturaleza lo impulsará a embarcarse en nuevas y riesgosas aventuras?

Robinson Crusoe no es solo una excelente novela de aventuras, es también una novela existencial, filosófica y teológica imprescindible, que nos habla de naufragios reales y metafóricos y nos invita a reflexionar sobre nuestras relaciones con la familia y la sociedad, así como con nosotros mismos, nuestra conciencia y Dios.

Erik Díaz Sandoval
Erik Díaz Sandoval es abogado de la PUCP. Comparte su tiempo entre el ejercicio del Derecho y la lectura.

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