Escribe: Rodolfo Ybarra.
Ubicado en la esquina del jirón Carabaya y el jirón Ancash, a un costado de Palacio de Gobierno y frente a la Casa de la Literatura Peruana, el bar Cordano acaba de cumplir 111 años de permanente actividad.
Al principio fue fundado como un bazar por Vigilio Botano y los hermanos Cordano, hábiles vendedores de café y comerciantes italianos de mucho empeño, motivo por el cual decidieron inaugurar un restaurante, aprovechando la cercanía a la estación ferroviaria que movilizaba a trabajadores, ingenieros y gente que estaba de paso. En 1978 el bar pasó a manos de los trabajadores y desde esos tiempos, con algunos altibajos, se mantiene como tal habiendo conservado el local original con poquísimas modificaciones.
Por sus amplios salones de techos altos han desfilado una serie de personajes de fama mundial, como el fotógrafo Mario Testino, hasta controvertidos y aclamados escritores como Mario Vargas Llosa o Julio Ramón Ribeyro -que siempre pedía cerveza helada-; en El Cordano el poeta horazeriano Jorge Pimentel escribió su libro “Primera Muchacha”, montó una oficina en una de sus mesas e incluso –gracias a una concesión de los mozos– usaba el teléfono del bar para responder las llamadas de los periodistas o amigos. Víctor Humareda solía sentarse a hacer bocetos de los parroquianos o completar algunas líneas de sus cuadros, mientras que la cantante y ex Ministra de Cultura, Susana Baca, improvisaba estribillos cuando esperaba a que le sirvan una opípara butifarra.
Aquí se filmaron varias escenas de una de las más destacadas películas de Armando Robles Godoy, que denuncia la burocracia en el Perú: La Muralla Verde. Y mucha gente de la farándula, vedetes, empresarios y animadores de televisión, como los ochenteros Gisela Valcárcel o Efraín Aguilar (cuando hacía de “Betito” en “Risas y Salsa”), venían a almorzar, comer algún bocado o medir el rating de sus programas. También aquí se filmó el primer videoclip de Christian Meier cuando todavía no se decidía por la actuación. Y era común ver en las mesas a alcaldes como Alberto Andrade y, después, Susana Villarán; o políticos como Armando Villanueva, sentados al lado de actores, músicos e incluso cómicos que hacían reír a carcajadas a los comensales.
Pero también muchos presidentes han visitado el Cordano convirtiéndose en habitúes o parroquianos célebres que debatían alguna ley, algún conflicto social, un “golpe de estado” o simplemente cruzaban la pista de Palacio de gobierno para engullirse algún entremés o algún sánguche al paso, como el general Juan Velasco Alvarado o Morales Bermúdez en la llamada “segunda etapa de la revolución peruana”; o Belaunde Terry, en su primer y segundo gobierno, que tomaba Coca Cola helada y se pedía una hamburguesa de lomo con papa a la batalla; o Alan García quien solía cerrar el local para comer su tacu tacu con bistec apanado y un café bien pasado, a sus anchas y con tranquilidad.
Pero la leyenda no se acaba ahí. También se dice que por el Cordano han pasado personajes de la talla de Chabuca Granda o el Che Guevara mientras hacía un alto a su viaje en moto por Latinoamérica. Mario Moreno “Cantinflas” vino en dos oportunidades, se gastó algunos gags y bromas, y los mozos cuentan que pidió lomo con papa y corvina a la menier. Asimismo, en su salón principal se reunieron una vez el famoso poeta Beatnik Allen Ginsberg y el poeta de “La Rosa de la Espinela”, Martín Adán, quien escribía sobre las servilletas y demoraba tres o cuatro horas con una copa de vino. Los administradores ya lo conocían, por eso no lo apuraban y más bien le tenían mucha atención y respeto. Y cuando se iba, dejaba un montón de papelería y retazos de periódicos con frases incongruentes (¡un “cadáver exquisito”!), según cuentan los mozos. Aquí en el Cordano, estos dos poetas célebres, Gisnsberg y Adán, labraron una recordada amistad que se tradujo en cartas y en un poema que el autor de Howl (Aullidos) le dedica a Adán en su Reality Sandwiches (Sandwiches de la realidad): To An Old Poet In Perú (A un poeta viejo en el Perú). También se recuerda que la primera vez que se encontraron, Martín Adán, aprovechando que Ginsberg había ido al baño, comentó en voz alta: “Que alguien sea poeta ya es raro; que sea además americano es más raro todavía; pero que encima sea ‘maricón’ eso ya es rarísimo, ¿no le parece?”
En la actualidad, el bar Cordano, único en su especie y declarado Patrimonio Cultural de la Nación desde 1989, se ha convertido en el fortín de los artistas, activistas culturales, poetas jóvenes y turistas extranjeros que se acercan para conocer cómo eran los viejos tiempos limeños, cuando no existía la Internet, los celulares, el wassap, el facebook o el delivery de fast food y las personas, con sombreros, bastones y ropa de vestir tenían que hablarse frente a frente temas serios o banalidades de la vida acompañados de un buen vino, un pisco sour o un plato a la carta a la luz de las lámparas o de las velas.
A un viejo poeta en el Perú
Allen Ginsberg
Porque nos encontramos en el atardecer
Bajo la sombra del reloj de la estación
Mientras mi sombra estaba muriendo en Lima
Y tu fantasma estaba muriendo en Lima
Vieja cara necesitando afeitarse
Y mi barba joven saltando
Magnífica como el pelo muerto
En las arenas del Chancay
Porque yo pensé erróneamente que estabas melancólico
Saludando tus 60 años de alto
que huelen a muerte
de arañas en el pavimento
Y saludaste a mis ojos
con tu voz aflautada
Erróneamente pensando que yo era genial
para un joven
(mi rock and roll es el movimiento de un ángel
volando en la ciudad moderna)
(tu agitación Oscura es el movimiento
de un serafín que ha perdido las alas)
Beso tu mejilla gorda (una vez mañana
Bajo el estupendo reloj del Desaguadero)
Antes que yo vaya a mi muerte en un accidente de avión
en Norte América (mucho tiempo atrás)
Y tú vayas a tu ataque al Corazón en una indiferente
calle de Sud América)
Ambos rodeados por comunistas chillando
con flores en el culo
tú mucho antes que yo
o sólo en una larga noche en un cuarto
del viejo hotel del mundo
observando una puerta negra
rodeada de pajaritas de papel.