Escribe Elio Vélez Marquina
Salvador Luis (Lima, 1978) ha publicado sostenidamente una narrativa inquietante ajena a las convenciones, a los tópicos y a las expectativas de una narrativa peruana o latinoamericana. Como pocos, es un escritor atento al estilo, a la técnica. Con ese sutil apego a la forma, ha creado una narrativa pulcra en la que el modo con que escribe es tan importante como aquello sobre lo que escribe. Pero también tiene fetiches: Mario Bellatin, con quien comparte la formación literario-cinematográfica, es un claro referente para algunas de sus invenciones. También están la música, la televisión, los cómics y, last but not least, el cine. Son estos fetiches o penates los que me sugieren que una de las principales cualidades de la literatura de Salvador Luis es la intertextualidad, es decir, la capacidad que tiene un escritor para resonar con las voces de otros sus propias historias, sus propias letanías, diatribas y pesadillas. Es fácil encontrar ecos de las descripciones kafkianas con que Bellatin sugiere procesos deshumanizantes y, sobre todo, una obsesión por mostrar las mutaciones corporales al mejor estilo de David Cronenberg.
Cofrecillo es un homenaje a la intertextualidad, a las relaciones entre las obras de un escritor y las de quienes lo precedieron. Pero también —como al parecer sugiere el autor— de las relaciones existentes entre las historias de su heterogénea obra. Este libro es una compilación tripartita (primero, Una absurda y obscura potencia, luego, Prontuario de los pies y de los zapatos, finalmente, la nouvelle reciente Díptico de la oruga) que incluye algunas narraciones publicadas e inéditas. Imaginemos a Salvador Luis escudriñando las gavetas de su secreter, de su mesa de trabajo. Ha encontrado ahora el momento para publicar los relatos “¿Te acuerdas de aquel día?” (1999), “El esplendor es” (2001) y “The Twilight Zone” (2018). Nos obsequia, además, el relato “Gore”, de la edición estadounidense de su Shogun inflamable, y los cuentos “Tú y yo en el hoyo” (2019) y “Téchne” (2021), publicados previamente en revistas.
Cuando adquirimos la obra antologada de un escritor usualmente contemplamos una selección ajena, la de un admirador o un entendido. Los criterios de selección corresponden, por lo general, a las expectativas de la Academia. Pero Salvador Luis nos ofrece un objeto diverso que bien podría ser una fase en la metamorfosis de su escritura, que se ha empezado a despojar de antiguos tejidos para convertirlos en una piel nueva y reluciente. Él ha mutado la práctica de la antología personal, pues, según percibo, su Cofrecillo es al mismo tiempo compendio y clave de lectura. ¿Cómo intuimos su presencia en el libro? Por la simetría: se trata de una caja especial: un cofre que —aunque disimulado por el diminutivo— evoca la custodia de un secreto o de un tesoro dividido en tres partes que, a su vez, contiene una cantidad descendente de subpartes: seis, tres y dos relatos respectivamente. Asimismo, hay que reparar en lo que los críticos literarios denominan componentes paratextuales: los alrededores del libro.
La portada presenta una imagen inquietante propia del estilo old school del arte del tatuaje: una pantera emerge o florece desde una tupida floresta. Es una imagen de ruptura, de aquello que nace de adentro hacia afuera. Y, desde luego, está el nombre. Salvador Luis solo señala de su libro que está compuesto por y que conserva relatos que constituyen un círculo de novedades y de reliquias. Declara lo evidente: los homenajes al páramo desolador de Juan Rulfo, el pesimismo distópico de José B. Adolph, el terror corpóreo de David Cronenberg y las sectas bellatinianas. Sin embargo, el cofre es un símbolo doble: representa el continente de un tesoro o misterio y también a la puerta que lo libera. Quien deposita algo dentro de una caja o cofre busca tanto preservarlo como ocultarlo. En esa medida, su simbolismo se aproxima al territorio femenino, es decir, a la oquedad insondable del origen de la vida. Pero la apertura de la caja o cofre (o cofrecillo) supone la transformación del mundo exterior. Quien lo abre queda expuesto a una revelación y, en esa medida, será el intérprete del contenido. Dejará de ser él mismo.
En mi lectura particular, he comprendido nuevas maneras de asumir el peso del cuerpo humano y he comprendido que las personas somos entidades cambiantes. He descubierto también las insondables zonas intersticiales que hay entre dos o más sujetos y entre un sujeto mismo, y que un ser muta en el tiempo (como le sucede a Marjorie en “¿Te acuerdas de aquel día” o la cabeza decapitada en “Gore”) y en el espacio (como les ocurre a los hijos androides —¿cyborgs?— del cirujano en “Téchne”).
Los relatos y nouvelles contenidos en Cofrecillo son cuando menos inquietantes. Salvador Luis ha elegido relatos comprendidos en un período amplio (veintidós años) de 1999 a 2021. Con todo, se trata de obras de pareja calidad, cargadas de una constante preocupación por lo que —insisto— son pilares de la obra del autor: el estilo y la intertextualidad. Esto se aprecia claramente en los microrrelatos de Prontuario de los pies y de los zapatos y también en Díptico de la oruga. En el primero, una cita de Salón de belleza de Mario Bellatin enmarca el sentido para adentrarse en la prosa controlada de quien narra su obsesión podofílica o retifista. El microrrelato (la forma) se condice con el parcialismo que afecta a los fetichistas, capaces tan solo de sentir atracción por un fragmento del cuerpo o por un objeto asociado a él (el contenido).
“Culminación” y “Nebulae”, ambos reunidos en Díptico de la oruga, plantean un desafío mayor que excede a estas reflexiones liminares. Los epígrafes e iconos son elocuentes: están las declaraciones de la artista francesa ORLAN (propiciadora del arte carnal), una cita de Orson Scott Card (Ender’s Game) y las imágenes de Vadim Sadovski y Michal Konarski. La suma de estos componentes apuntan a una realidad alterna, cuyo espacio y tiempo son tan indeterminados como los cuerpos de las criaturas que in crescendo sorprenden al lector por su capacidad de transgredir las nociones de lo corpóreo, de lo físico. “Culminación” anuncia el fin del libro, pero etimológicamente también sugiere el ascenso del lector a la comprensión del proyecto de Salvador Luis: su lenguaje lo ha guiado hacia una nueva realidad. La sintaxis, la extensión de las oraciones es correlativa a la intensidad con que la voz narrativa exorciza sus demonios. El extremo se alcanza en las largas oraciones de “Nebulae”, cuyo discurso obliga una lectura sostenida.
Así finaliza Cofrecillo, en una nebulosa que borra las fronteras del espacio, del tiempo y de las dimensiones materiales del cuerpo. Una historia en la que los extraterrestres son acaso menos perturbadores que la conciencia humana. Si eres un nerd aficionado a la música pesada, a las historias de ciencia ficción, a los videojuegos o a los juegos de rol, este cofrecillo es para ti. Si te consideras ajeno a todo esto, pero algo de lo escrito aquí ha llamado tu atención, búscalo en las librerías. De todos modos, se trata de un cofre. Abrirlo es arriesgarse.
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Elio Vélez Marquina (Perú, 1979) es magíster en Literatura Hispanoamericana y profesor del Departamento Académico de Humanidades de la Universidad del Pacífico. Es también coordinador del Proyecto Estudios Indianos (PEI) de la Universidad de Navarra y de la Universidad del Pacífico y autor de los poemarios En el bosque (2002) y Sansón ebanista (Premio Nacional de Poesía PUCP, 2005).